Alguien nos mira

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Hiper controlados, vivimos monitoreados en nombre de la libertad y la comunicación. Cámaras de ¿seguridad? en las calles, los negocios y hasta en los baños. El dios Google que nos acecha, conociendo más de nosotros que la propia familia. Las redes sociales nos desvinculan del otro, cuando su enunciado es exactamente el opuesto. Somos todos y no somos nadie, sufrimos la soledad de las multitudes.
Y también nos espían. Lo privado se desvanece, el refugio de los actos y la conciencia tiene filtraciones. Nos llega un mail de bancos que no nos tienen de clientes, de empresas que ni consultamos, de partidos políticos que no nos simpatizan. Alguien tiene nuestros datos. Y lucra con eso. Estamos indefensos, porque desde el propio Estado se estimula (hoy y siempre) la cacería.
Cuando yo era chico, y eso fue hace mucho, un profesor de Periodismo me dijo: “muchos se quejan cuando la tele se regodea mostrando los muertos en un choque, pero cuando hay un accidente en la ruta todos frenan a mirar”. Muy cierto. Consumimos la violación a la intimidad, la hacemos audiencia, que es lo mismos que decir negocio. No nos preocupa este audio, aquél video, aquella nota, porque habla de otros, de ajenos.
Cuando querramos darnos cuenta será tarde. Toda persona merece respeto, toda persona tiene derecho a la privacidad, toda persona es inocente hasta que se le demuestre lo contrario. Pero siempre, no de acuerdo a los intereses que haya en juego. Y no importa donde ese juego se desarrolle: si en el club Independiente, si en Brasil, si en la Casa Rosada, si en el patio de mi casa.

Diego Pietrafesa
Boletín Salesiano, mayo 2018

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