El sueño americano

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Veinticinco años después de la primera expedición misionera, Don Álbera recorre el continente y constata cómo el Oratorio se había expandido por toda América.

Don Pablo Álbera recorre en 1901 el Mato Grosso, en Brasil. Está al centro, a caballo, mientras un asistente sostiene los estribos.

Por Manolo Pérez, sdb
Centro Salesiano de Formación Permanente América

Don Miguel Rúa fue confirmado por el papa León XIII como Rector Mayor, primer sucesor de Don Bosco, el 11 de febrero de 1888. Para Don Pablo Albera significaba un respaldo como inspector en Francia, pero se daría una novedad: el 29 de agosto de 1891 sería elegido como “Director Espiritual” de la joven Congregación. 

Era un nuevo horizonte que lo desafiaba: animar la espiritualidad de sus hermanos, de la Familia Salesiana y de los jóvenes. Será una constante en su vida, que dejó en su diario personal: exigirse vivir él primero lo que propondría a los demás. Con ese espíritu encaró una larga visita por las obras salesianas de América.

América, de abajo hacia arriba

Don Bosco narró que en uno de sus sueños misioneros recorría América desde Valparaíso y llegaba a Pekín. En el año 1900 se celebraban las bodas de plata del primer envío misionero salesiano y la expectativa que Don Rúa visitaría las inspectorías americanas era creciente. Pero sería Don Albera, con 55 años, el enviado en su nombre. El primer puerto: Montevideo. 

Fue recorriendo casa por casa durante tres años: encuentros personales y grupales, celebraciones litúrgicas, recibimientos jubilosos y actos formales; ejerciendo su ministerio sacerdotal, predicando ejercicios espirituales, dando conferencias a las comunidades y asociaciones, sobre todo en las casas de formación de salesianos e Hijas de María Auxiliadora. Entusiasmándolos con Don Bosco y reconfortándolos, como en Ecuador luego de la persecución religiosa y el exilio, o la fiebre amarilla y la guerrilla en Colombia y Venezuela. 

A los 55 años, Don Albera fue recorriendo casa por casa durante tres años: encuentros personales y grupales, celebraciones litúrgicas, recibimientos jubilosos y actos formales.

Viajando en tren, en barco, en carruajes, a caballo, a pie. Por ciudades y florestas, con tormentas de nieve, mares borrascosos y lluvias torrenciales. Adaptándose a diversos climas fríos o calurosos, a diversas alturas, con momentos de precariedad en su salud, que implicaron hasta una cuarentena en Isla de Flores, Uruguay. Fue de una república a otra, con sotana o sin ella —como en México—, constatando cómo el Oratorio de Valdocco era el modelo reproducido en el fervor de la vida espiritual, en la propuesta pedagógica, en la actividad evangelizadora. Este fue su programa habitual, amenizado por la cordialidad con que lo recibían. 

Presidió acontecimientos como el Primer Capítulo Sudamericano de directores salesianos: 44 directores, dos obispos, cuatro inspectores. Concluyó con la ordenación de 15 sacerdotes que celebraron la misa en la medianoche del 1900 a 1901, cuando Don Rua consagraba la Familia Salesiana al Sagrado Corazón de Jesús. Impulsó nuevas fundaciones y aceptó frecuentes pedidos de los obispos de enviar salesianos para sus diócesis.

Su experiencia personal puede sintetizarse en una de sus cartas: “Aquí me siento casi mejor, aunque el género de vida sea tan diferente al de Europa. Estoy siempre viajando y no tengo tiempo para escribir (…) Los hermanos me colman de las más delicadas atenciones…”.

Otro don Bosco

Don Albera pasó entusiasmando a la Familia Salesiana, como cuando a los Salesianos Cooperadores de Quito, Ecuador, les expresó: “Ustedes, mis buenos cooperadores, que aman apasionadamente a estos jóvenes pobres, generosos de afecto y benevolencia, con una caridad desinteresada harán de padres y madres, buscarán un futuro tranquilo y honorable, el trabajo que dignifica, el estudio que ennoblece, la religión que consuela, santifica y asegura la felicidad eterna a estas creaturas de hoy…”.

“En estos días tu rostro, tu sonrisa, tu palabra bendita… nos ha dejado la imagen de un padre que no veíamos, pero que todo palpitaba en ti: la impronta de Don Bosco”.

Su preocupación era la de Don Bosco por sus jóvenes: la Salvación. En Agua de Dios, Colombia, dejó su recuerdo: “Sufren tanto en el cuerpo, dejen de sufrir al menos en el alma reconciliándose con el Señor, esto depende ustedes. Somos incapaces de curarlos de la lepra material, permítannos que los curemos de la espiritual”.

El sacerdote Ricardo Pittini, futuro arzobispo en Santo Domingo, República Dominicana, recogió lo que resonaba en el corazón de quienes compartieron tiempo con Don Albera: “En estos días tu rostro, tu sonrisa, tu palabra bendita… nos ha dejado la imagen de un padre que no lo veíamos con los ojos materiales, pero que todo palpitaba en ti, la impronta de Don Bosco… El agradecimiento es la única promesa que te hacemos y que siempre y donde sea procuraremos no ser indignos de la imagen y del modelo que nos has dejado”.
El 18 de marzo de 1903, Pablo Albera iniciaba el regreso a Valdocco, llegando el 11 de abril. Todo el Oratorio dio las gracias por su regreso con el canto del Te Deum: el sueño de Don Bosco en América era una realidad.


El Museo Casa Don Bosco, inaugurado el año pasado en Valdocco, ofrece una muy interesante exposición virtual sobre Don Albera, disponible en su sitio web.


BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – AGOSTO 2021

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