Cuatro chicos y un sueño

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El saludo del Rector Mayor

Barcelona, 1886. Miguel Rua, uno de esos “cuatro chicos”, y futuro Rector Mayor, le hace un comentario al oído a un envejecido Don Bosco.

Queridos amigos del Boletín Salesiano, instrumento de comunicación tan querido por Don Bosco, 

Poco antes del momento en el que he comenzado a escribir estas líneas he celebrado la Eucaristía, junto con el Consejo General de la Congregación Salesiana en lo que llamamos la “Camerette”; es decir, en un espacio que fue habitación y capilla con un altarcito de la época, donde Don Bosco celebró las últimas eucaristías en Roma, hasta el 17 de mayo de 1887. Moriría en Turín pocos meses después, en aquel 31 de enero de 1888.

Mi pensamiento voló por unos instantes no tanto a esas últimas eucaristías celebradas por Don Bosco en aquella estancia, cuanto al origen sencillo, improbable, aparentemente sin mayor futuro, inesperado, de lo que hoy es la Congregación Salesiana en el mundo.

Quiero hablarles y compartirles en este mes de Don Bosco este “milagro”, fruto del Espíritu Santo.

Tengo en mis manos un “documento histórico” que es un trocito de papel de 10,5 centímetros de largo por 5 de ancho escrito por un muchacho del Oratorio de Valdocco. El autor es el joven Miguel Rua. Y en ese pequeñísimo trocito de papel ha escrito lo siguiente:

“La tarde del 26 de enero de 1854 nos reunimos en la habitación de Don Bosco, el mismo Don Bosco, Rocchietti, Artiglia, Cagliero y Rua. Se nos propuso hacer, con la ayuda del Señor y San Francisco de Sales, una prueba del ejercicio práctico de la caridad hacia el prójimo, para hacer después una promesa y, más adelante, si fuera posible y conveniente, hacer un voto al Señor. Desde aquella tarde se llamó ‘salesianos’ a aquellos que se propusieron y se propondrán tal ejercicio”.

De los cuatro, tres Cagliero, Rocchietti y Rua llegaron a ser salesianos.

El pequeño documento al que hace referencia el Rector Mayor. Se llega a leer, en italiano: “La sera del 26 gennaio 1854 ci radunammo nella stanza del Sig. D. Bosco; Esso Don Bosco, Rocchietti, Artiglia, Cagliero e Rua; e ci viene proposto di fare coll’aiuto del Signore e di S. Francesco di Sales una prova di esercizio pratico della carità verso il prossimo…”.

Es admirable que este pequeño texto haya llegado hasta nosotros. Pero lo realmente admirable y prodigioso es el hecho de que a partir de la intuición y visión de este gran hombre que es Don Bosco, el Espíritu Santo haya hecho fructificar desde aquel primer encuentro con cuatro de sus muchachos la Congregación y Familia Salesiana que hoy está extendida en 136 naciones del mundo, para cuidar de los muchachos, muchachas, adolescentes y jóvenes.

De la nada ha crecido un hermoso árbol. Un árbol que hoy cuenta con millones de amigos y amigas bienhechores gracias a quienes podemos hacer tanto bien. Un árbol que cuenta con miles y miles de laicos que comparten el carisma de Don Bosco y que cada día trabajan en las casas de toda la familia salesiana en el mundo.

Sin ningún triunfalismo, e invitando siempre a tomar conciencia de nuestra responsabilidad, digo tantas veces a mis hermanos y hermanas en el mundo que somos custodios de un gran tesoro que no nos pertenece, que es un Don del Espíritu Santo a la Iglesia por el bien de niños, niñas y jóvenes, pero que debemos custodiar y hacer fructificar, como con los talentos del Evangelio. 

Esta es nuestra gran  responsabilidad, ya que imaginar hoy una Iglesia y un mundo sin los hijos e hijas de Don Bosco en medio de los jóvenes sería difícil, o al menos le faltaría esa predilección dada a ellos por el “Padre y Maestro de la Juventud”, como lo declaró San Juan Pablo II.

Quería, amigos lectores, compartir con ustedes este pequeño detalle, el del inicio de esta realidad, a partir de cuatro muchachos de los muchos que había ya en el Oratorio de Valdocco en aquel año, ya que entre otras cosas Don Bosco tuvo la ‘genialidad’ de fundar su Congregación a partir de sus propios muchachos.

Aprovecho estas líneas y esta página en tantas ediciones del Boletín Salesiano del mundo, y en tantas lenguas, para decirles a todos: ¡Gracias en nombre de Don Bosco! Por la simpatía que tienen hacia su carisma, su sueño, y todo lo que fue la razón de su vivir: Jesucristo el Señor y los jóvenes.

Que nuestro santo fundador les bendiga. 

Con afecto,

Don Ángel Fernández Artime

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