Jorge Formento, exalumno de la obra salesiana Santa Catalina de Buenos Aires
Los compañeros del oratorio dicen que cuando eran chicos se ponía a relatar los partidos de fútbol con el micrófono, pero él no se acuerda: lo cierto es que después de décadas se siguen viendo y compartiendo recuerdos del lugar donde aprendieron a ser buena gente.
Jorge Formento es locutor, conocido por una generación por haber conducido el programa Feliz domingo, donde alumnos de último año del secundario competían para ganar un viaje de egresados. La obra salesiana Santa Catalina, del barrio porteño de Constitución, fue el patio que lo recibió para hacer amigos: de allí egresaron dos de sus cuatro hijos y allí vuelve agradecido por lo recibido.
¿Cómo llegaste a Santa Catalina?
Las primeras veces que vine a esta casa hermosa fue a través de un vecino. Él decía que yo era el primo y con esa excusa me traía a jugar a la pelota “de contrabando” cada vez que podía. Hasta que en el ‘73, cuando tenía doce años, el padre Ramón Osikovsky abrió el colegio para los pibes del barrio. Hacíamos un oratorio los fines de semana. No sólo veníamos a jugar a la pelota: algunos aprendían a tocar la guitarra, nos llevaban de excursión a la piletas Namuncurá. Y así fuimos ampliando el grupo, porque nos hicimos amigos también de los pibes del colegio.
Yo tuve una niñez y una adolescencia muy linda acá: era mi casa. La única angustia que teníamos era levantarnos un sábado y ver que llovía, porque la cancha era descubierta y entonces no había fútbol.
¿Qué recuerdos tenés de esos años?
Recuerdo con mucho afecto una charla con el padre Ramón. Había un espacio en el sótano donde estaba una pista de Scalextric, un metegol y otros juegos. Para entrar teníamos que pagar una cuota simbólica. Y en casa no sobraba, pero tampoco faltaba nada. Mi mamá me daba algo de plata para que después de jugar al fútbol me compre una gaseosa. Y un día me llamó el padre Ramón y me dijo: “¿Viste que ese compañerito no puede pagar el Scalextric?¿Pensaste que si por ahí te tomás una gaseosa menos podrías ayudarlo a que él también juegue con ustedes?”.
En realidad era mentira, porque todos entrabamos igual. Pero él me hizo ver eso. Y a mí me hacía mucho más feliz que juegue con nosotros un amigo que tomar una gaseosa. Esas pequeñas cosas las recuerdo y las aprecio mucho. A nadie, por no tener un peso, le vedaban las cosas. Fue una “artimaña” que hoy le agradezco enormemente: me enseñó que lo más importante es ser buena persona.
¿Se siguen viendo con los compañeros del oratorio?
Seguimos conservando una amistad grande, nos seguimos juntando a comer pizza y a jugar al fútbol. A uno de esos encuentros, hace algunos años, vino el padre Ramón y me explicó: “¿Te acordás que yo a tu casa prácticamente no iba?En tu casa no había tanto conflicto, yo iba a donde veía que podía haber un padre que se peleaba con una mamá, algún problema de adicción o lo que fuera”.
¡Qué labor silenciosa había hecho! El esfuerzo de ese hombre y la importancia de predicar con el ejemplo. Eso te queda marcado. Da gusto encontrarse con gente así en la vida.
¿Cómo siguió luego tu camino profesional?
Me recibí de bachiller y tuve varios trabajos. Primero como vendedor de autos y luego como preceptor. No sabía bien qué hacer, no tenía una vocación definida. Me gustaba el fútbol y pensé en estudiar periodismo deportivo. Pero mi tío periodista me sugirió estudiar locución. Sabía que se estudiaba en el ISER, del Estado, o en el COSAL, de los salesianos. El ISER tenía cerca de seis mil postulantes y entraban sólo cuarenta. Finalmente me anoté en COSAL y llegué a recibirme de locutor.
Antes era feliz trabajando de preceptor y ahora soy feliz trabajando como locutor. Cuando me recibí soñaba con decir una palabra en radio, no soñaba con una vida en televisión. La profesión me fue sorprendiendo. Cuando llegué a casa y conté que había conseguido laburo para un 31 de diciembre me preguntaron cuándo más y les dije: “¡No sé!”. No sabía cuándo. Gracias a Dios se transformó en treinta y tres años de carrera.
Pero no es matemática. Es una profesión que tiene que ver con la subjetividad del que te está evaluando, ya sea para elegirte para una radio o haciendo zapping con la tele. No podés conformar a todo el mundo. Lo importante es quedar conforme uno con lo que uno hace, con la tranquilidad de haber dado lo mejor. Hay gente que le entra el maquillaje en el cerebro y el que se marea con las luces luego tiene problemas.
“El rol de los medios es de terror: son permeables para algunas noticias e impermeables para otras, siempre de acuerdo a los intereses y al crisol político de los dueños, a quienes muchas veces solo les interesa el negocio o el poder.Ahí estamos en problemas, porque la verdad se vuelve algo lejano.Lo que podemos hacer como sociedad es empaparnos un poco más, no creer todo y sacar cada uno sus propias conclusiones”.
Por Santiago Valdemoros y Ezequiel Herrero • redaccion@boletinsalesiano.com.ar
Boletín Salesiano, mayo 2018