Veinte años de la secundaria nocturna salesiana de San Juan Evangelista
Cuando fueron varios los fracasos, ¿no cobra más valor volver a intentar? Y si en muchos lugares te cierran las puertas, ¿cómo no agradecer cuando te dan una nueva oportunidad?
Hace veinte años, los salesianos de la obra San Juan Evangelista de La Boca pensaron que los chicos y chicas de este barrio porteño que abandonaban la secundaria debían tener otra oportunidad. Un proyecto en el que no todos creyeron cuando comenzó, pero que hoy festeja su vigésimo aniversario. Es la secundaria nocturna San Juan Bosco: un lugar donde alumnos y docentes aprenden juntos que la escuela vale la pena.
Otra oportunidad
“Estos chicos repetían una, dos o tres veces. La deserción era muy marcada y andaban dando vueltas por el barrio. ¿Por qué no darles una oportunidad y acompañarlos en este camino”. Quien habla es Graciela Ochoa, rectora desde principios del año pasado. Llegó a “la nocturna” como la mayoría de los docentes, buscando horas de clase. Venció los miedos que le despertaba trabajar de noche y lejos de su casa. Y quedó fascinada.
“Hay que sacarnos el prejuicio de que todos los chicos que pasan por situaciones difíciles son malos pibes” comenta Graciela, la rectora
El proyecto que dio comienzo en 1998 cobró autonomía del secundario que funciona a la mañana en 2011, bajo el nombre “San Juan Bosco”. Allí se termina de consolidar el perfil del alumno y una propuesta de trabajo específica: un bachillerato para adultos con orientación en técnicas contables con un plan de estudios de cuatro años, para chicos de entre 16 y 21 años.
La escuela es totalmente gratuita. El que puede hace una colaboración a modo de “cooperadora”. Pero entre el aporte del Estado y de la obra salesiana se sostienen las horas de clase y los cargos fuera de programa, los materiales y las salidas. “Muchas madres vienen a anotar a los chicos por recomendación. Saben que acá encuentran el respeto hacia ellos y las ganas de inculcarles el valor del trabajo —agrega Graciela—. Los chicos piensan que como fracasaron en otro lado, acá van a fracasar de nuevo. Pero después se dan cuenta que pueden lograrlo”.
El horario de clase arranca a las seis de la tarde con las buenas tardes. Muchos alumnos vienen de trabajar, cuidar a sus hijos o a sus hermanos.
Para no desaprovechar
Son más de cien los chicos y muchachas que aprovechan la propuesta de la nocturna, en cursos de entre diez y quince personas. Eliana Báez es una de ellas. Llegó con su familia desde Paraguay y por la diferencia de edad no se pudo anotar en un secundario “tradicional”. Encontró la oportunidad de continuar los estudios en la nocturna, donde le falta poco para recibirse. Quiere continuar con kinesiología. “Ahora vivo en Pilar, a cincuenta kilómetros, pero sigo viniendo a la escuela acá. No me quise cambiar. Acá se fijan mucho en cada uno de nosotros, algo que no pasa en otras escuelas”, comenta.
Ezequiel Cairolis, en cambio, vive cerca. Quería trabajar y no dejar de hacer deporte. Por eso prefirió venir de noche. Y se encontró con una escuela con grupos más pequeños, donde los profesores se manejan con los alumnos de otra manera. Hoy está cursando el último año: “Quiero estudiar para analista de sistemas o administración de empresas. Acá hay muchos que trabajan o tienen otras obligaciones, entonces se aprovechan más las clases”.
El orgullo de todos
Aunque el régimen de asistencia es más flexible que en el secundario “tradicional”, eso no evita que por motivos de trabajo, familiares o de salud muchos chicos abandonen la propuesta. “Hay chicas que están embarazadas y tienen un régimen de asistencia especial —comenta Graciela—. Además, tenemos un jardín maternal para hijos de chicos y chicas que están cursando que es nuestro orgullo, donde pueden dejar a los chicos para no tener que dejar la escuela”.
“Los pibes que hacen un esfuerzo gigante para estar acá”, dice uno de los docentes
Esa es la historia de Florencia Chaves, de 17 años y alumna de tercero. Es mamá de Benjamín, que tiene dos años. “No sabía con quién dejarlo, y resulta que acá una maestra se encarga de cuidarlo. Es difícil encontrar eso. En otros colegios a lo sumo podés ir con tu hijo, pero lo tenés que tener con vos y se hace muy difícil para estudiar”, comenta. Aunque le gusta mucho el periodismo, quiere estudiar enfermería. Y para eso tiene que terminar el secundario.
“Hay chicos que vienen de Paraguay o de Bolivia y para sus familias es importante que estudien, entonces están solos todo el día porque los padres salen a trabajar. O se hacen cargo de sus hermanitos —comenta Graciela, la rectora—. Y hay otros que no tienen familia, que están en la calle todo el día. También los queremos proteger de eso, de los consumos, de la violencia”.
La escuela sigue siendo valiosa
No es tan sencillo encontrar docentes que puedan sostener a lo largo del tiempo el desafío que implica el horario nocturno. Aun así, son varios los que llevan muchos años en el proyecto.
Uno de ellos es Gustavo Salicas. Exalumno del secundario de la mañana, contador de profesión, confiesa que viene a dar clase porque lo disfruta. “Aprendés un montón de cosas. Hay pibes que hacen un esfuerzo gigante para estar acá. Más allá de los contenidos, uno trata de enseñar valores para la vida”, explica, contento de la solidez que ha ganado la nocturna a lo largo de los años. Y afirma: “Hay chicos que si no estuvieran acá no tendrían un lugar a donde ir”.
Germán Casas es encargado de curso, un rol muy importante en el seguimiento y apoyo a los alumnos. Trabaja en la nocturna desde hace siete años: “Me encendió muchísimo más la ‘llama’ docente y el valorar la educación formal. Más allá de lo que pueda aparecer en los medios de comunicación, la escuela sigue siendo importante. Es un referente barrial, un lugar de los chicos y para los chicos”. Para Germán, en la nocturna se acompaña a los chicos también poniendo límites, pero con la diferencia de que “al ser más grandes y tener ‘mucha calle’, los pibes entienden perfectamente las decisiones cuando uno explica los motivos”.
«Hacerla más fácil» sin regalar nada
“Hay que sacarnos el prejuicio de que todos los chicos que pasan por situaciones difíciles son malos pibes. Muchas veces son chicos indefensos que nos necesitan”, advierte Graciela. Eso implica estar atentos a sus necesidades, pero a la vez marcar los límites; darles facilidades, ser flexibles, pero sin dejar de ser una escuela donde se acreditan habilidades y conocimientos. “Saben que hay responsabilidades que tienen que asumir y llevar adelante. Cuando les empezamos a llamar la atención con eso dicen: ‘Ah, esto es en serio’”, agrega.
Hace unos días, un chico se acercó a decirle que se quería ir a su casa, pero aún faltaba una hora para terminar. Graciela le explicó que, como era menor, no se podía ir, y le preguntó qué le pasaba. “Se soltó y me contó todo —relata Graciela—. Te quedás chiquitita como una hormiga al escuchar todas esas cosas. Él tenía necesidad de hablar. Cuando miro el reloj, le digo: ‘Si querés ya te podés ir, porque ya pasó la hora’. Y cuando se va me abraza, me da un beso y me dice ‘gracias’. Ya está, no hace falta más”. •
Brindar a los pibes propuestas originales
A unas cuadras de San Juan Evangelista, la presencia salesiana en el barrio de La Boca se completa con la casa San Pedro. Allí, desde el año 2015 funciona un bachillerato gastronómico, un formato novedoso en el que se ofrece la acreditación de los estudios secundarios junto a una certificación de formación profesional.
Destinado a jóvenes de 16, 17 y 18 años que abandonaron la escolaridad o tuvieron una experiencia de repitencia, ofrece un calendario escolar de agosto a agosto, lo que permite comenzar a estudiar sin necesidad de esperar un nuevo año. La cursada es cuatrimestral y la aprobación es por materias. Este agosto comienzan a cursar los alumnos del último año.
Es otra opción para los jóvenes del barrio; en este caso, con una formación profesional que brinda nuevas herramientas para construir un proyecto de vida. •