En 1851, Don Bosco trabajaba para construir la iglesia de San Francisco de Sales para sus chicos, cada vez más numerosos. No bastándole el dinero de las donaciones, ideó su primera gran lotería armada con regalos que esperaba de la generosidad de los católicos. Luego de la preparación lanzó un llamado para conseguir estos objetos, y quiso difundirlo por medio de promotores, entre los cuales eligió al arcipreste Pedro José de Gaudenzi, párroco de la Basílica metropolitana de Vercelli, que era su amigo. Y lo hizo escribiéndole la siguiente carta, en forma de diálogo, en la vigilia de Navidad de 1851:
«… Don Bosco llega a la puerta del señor Arcipreste
Din-din-din
Asistente: ¿Quién es?
Don Bosco: Es Don Bosco que tendría necesidad de hablar con el Sr. Arcipreste, con tal que no moleste.
Asistente: Voy enseguida a anunciarlo.
Arcipreste: Querido Don Bosco ¿qué buen viento le trae? ¿Está bien? Siéntese aquí.
Don Bosco: Muy bien, he hecho un buen viaje, y me alegro de ver que goza buena salud. Le traigo noticias de nuestra iglesia. Ya está cubierta con el techo, se ha terminado la bóveda del coro, de las dos capillas laterales, de la sacristía, y se está preparando lo necesario para la central.
Arcipreste: Se ha hecho mucho, Dios sea bendito. Yo había empeñado mi palabra de enviar algunos ladrillos…
Don Bosco: Este es uno de los motivos de mi visita.
Arcipreste: Entendido, ¿Quiere llevárselos ahora?
Don Bosco: No, puede mandármelos a su comodidad o con un giro postal, o mediante una carta con un cheque dentro; al presente no voy para casa, estoy dando vueltas visitando a los bienhechores de la iglesia.
Arcipreste: ¡Qué pícaro! Despluma la gallina sin hacerla gritar. ¿Qué hay en este paquete…? ¡Un plan de una lotería… y también para la iglesia del Oratorio! Pero, pero, ¿qué veo? Me ha puesto entre los promotores; ¿Por qué eso?
Don Bosco: Sr. Arcipreste, he seguido la táctica del hecho consumado. Temía que en su modestia hubiese intentado sacudirse este peso; por eso lo he hecho sin decirlo.
Arcipreste: ¡Pícaro Don Bosco! ¿Pero, qué tengo que hacer?
Don Bosco: De momento comience a distribuir estas invitaciones y si puede conseguir algún objeto nos lo envía a Turín por medio de alguien, y ciertamente lo conseguirá. Cuando se hayan reunido los objetos haremos el inventario e imprimiremos los billetes que se venderán a 0,50 fr. Esto es todo lo que tiene que hacer.
Arcipreste: Ya que me ha metido en el lío, haré lo posible para salir de él lo mejor que pueda.
Don Bosco: Mis encargos están cumplidos. Vale in Domino, felices fiestas, buen fin y principio de año. El Señor le bendiga y a todos los quieran ser caritativos tomando parte en nuestra lotería. De aquí salgo sobre un Pegaso —caballo mitológico— que me lleva con la velocidad del viento. Voy a hacer una visita al Sr. P. Goggia a Biella. »
Este es un ejemplo de las muchísimas cartas que Don Bosco enviaba a los bienhechores y bienhechoras, para sensibilizar y animar a la solidaridad hacia la gran empresa que significaba —y significa— concretar sus sueños en bien de los chicos más pobres.
Sentir común
Cuando hablamos de solidaridad, hacemos mención a la adhesión o apoyo incondicional a causas que nos presentan otros, y que luego sentimos como propias. Solidaridad, de in solidum, expresa lo común, en latín, “en total”. Y este total compromete a cada una de las partes en la responsabilidad final; en otras palabras, el resultado final es responsabilidad de cada uno de los participantes y no de tal o cual grupo.
La solidaridad entonces no es lástima, sino aportar de lo propio para que esto común se logre, haciéndose así un espacio “soldado”, fuertemente entrelazado entre todos quienes se comprometen con esta causa. Cuando Don Bosco comenzó su obra, entendió también que debía animar a otros a que hicieran suya la causa de trabajar por el bien de los jóvenes, y así muchos colaboradores y bienhechores se unieron para trabajar y aportar in solidum, máxime que esta misión es, ante todo, obra de Dios, primero en bien de los muchachos huérfanos de Turín, y luego, de los jóvenes necesitados de todo el mundo.
La acción contagia
Don Bosco se entristeció al ver tantos chicos sanos y robustos en las cárceles de Turín. Sentía que la suerte de esos muchachos no le era extraña. Se sintió “solidario” con ellos, y se percató que acompañándolos, guiándolos y enseñándoles oficios podían animarse a una vida mejor, donde pudieran ser útiles y desarrollar sus potencialidades como personas de bien.
Esa convicción orientó toda su acción: fundó los oratorios y las escuelas de artes y oficios. Pero no era una acción para realizar solo, y es así como se rodeó de su mamá, de sacerdotes amigos, jóvenes colaboradores, y mucha gente que sostenía la obra con recursos económicos, convencidos también de que a través de su aporte económico a Don Bosco respondían a su vocación común de hacer algo, solidariamente, por el bien de esos jóvenes.
Formas de la solidaridad
Don Bosco, como en el ejemplo del principio, invitaba a la solidaridad de manera original. Una originalidad que hace sentir parte a las personas, que se reconocen protagonistas, y se sienten llamadas a dar una respuesta positiva.
A partir del trabajo que Don Bosco hizo en Turín, los bienhechores y bienhechoras pudieron ver en concreto que las soluciones para los problemas de la juventud no venían desde afuera, sino que requerían la participación activa de todos. Las soluciones eran el producto del esfuerzo de las personas.
Esta “unión de los buenos” se convierte en una forma concreta de vivir la dimensión comunitaria de la fe, que implica reconocerse creyentes no aislados, sino parte de una familia común, con responsabilidades y alegrías compartidas. Los bienhechores encuentran en Don Bosco el medio para hacer el bien, canalizando así sus ganas de cambiar la sociedad, de aportar para mejorar la situación de los muchachos huérfanos, o en situación de calle.
Hoy, la solidaridad nos une como Familia Salesiana, y el estar en contacto, para conocer y aportar de lo propio, nos hace instrumento de Dios para mejorar la vida de miles de chicos y chicas ávidos de oportunidades que les permitan desarrollar sus capacidades. En nuestras manos está parte del camino para que los jóvenes puedan vivir mejor.
Por el Equipo de Comunicación de la Procura Misionera Salesiana