Temporada alta

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¿Faltar a la escuela para irse de viaje?

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Las escuelas ven con sabia preocupación que las inasistencias se repiten y se instalan costumbres que en otras épocas hubieran sido impensables.

“Los tiempos de la escuela son un contratiempo”, decía un profesor mío hace algunos años. Luego ejemplificaba: el año escolar dura nueve meses, la semana cinco días, las horas cuarenta minutos. Hay que vivir en ese esquema.

Cuando finalmente la persona cierra su etapa de estudios, empieza a vivir en los tiempos “normales”. Entonces se olvida de los tiempos de la escuela. Pero nada es eterno: cuando vienen los hijos, el “contratiempo escolar” te captura otra vez… y para largo, según como cada uno arme su familia.

Una “alianza” que cambia

Varios años atrás, la escuela era “sagrada” para todos. La autoridad bien o mal ganada del docente era incuestionable, ni hablar la de los directivos. Ante cualquier situación la maestra tenía razón y los cuestionamientos de los hijos eran protestas a las que no se daban lugar. La ley y el tiempo los daba la escuela.

En esas épocas antañas, a nadie se le ocurría que los hijos faltaran por muchos días a la escuela; era el “trabajo de los hijos”, tanto como la oficina, el taller o el negocio eran el trabajo de los padres. Se buscaba así educar la responsabilidad, la perseverancia y el esfuerzo arduo que consiguen metas a largo plazo; un objetivo educativo que muchas veces se cumplía, aunque no siempre.

Se aprende día a día

Hoy por hoy, también la mirada de las familias respecto de la asistencia a clase se fue transformando. Y es lógica cierta flexibilidad. Pero la vida familiar debe adecuarse a los “raros” tiempos escolares, que tienen su razón de ser.

Los procesos de aprendizaje necesitan progresividad, avanzar día a día. En especial el desarrollo de capacidades: saber escribir, saber redactar, resolver ejercicios de matemática o física, analizar oraciones, poder apreciar los principios causales en la historia, y muchísimos otros.

Los procesos de aprendizaje necesitan progresividad, en especial el desarrollo de capacidades.

En la sociedad del conocimiento, con Internet y otras yerbas, los aprendizajes memorísticos de conceptos que pueden buscarse en un segundo en el celular van en descenso, y es mucho más importante saber procesar información y almacenarla sabiendo su significado y conexión con otras ideas, que recordarla de manera literal. “Aprender a hacer” es la clave de la escuela que viene, y es justamente lo que necesita tiempo y progresión. Por lo tanto, las ausencias prolongadas son un problema para el proceso educativo de chicos y chicas: de hecho, siempre lo fueron.

Las vacaciones en familia

En una lógica búsqueda de abaratar costos, las familias que tienen la suerte de disfrutar de un merecido tiempo de vacaciones buscan muchas veces irse cuando no es temporada alta. El problema es que esos períodos, lógicamente, están dictados tanto por el factor climático como por los tiempos de la escuela.

Una persona soltera o un matrimonio sin hijos pueden ajustar sus tiempos de vacaciones con mayor libertad. Pero un estudiante de primer grado que falta durante tres semanas seguramente tendrá algunas dificultades para entrar en sintonía con los contenidos apenas regresa. Un adolescente de quince años que tiene que recuperar materias en el período de febrero y está de vacaciones hasta el día previo a rendir, es poco probable que pueda hacerlo bien. Disfrutando en un viaje es difícil sentarse a estudiar, y los aprendizajes toman tiempo.

Excepcional y justificado

En el último tiempo las escuelas ven con sabia preocupación que las inasistencias se repiten y se instalan costumbres que en otras épocas hubieran sido impensables. Cada vez resulta más común encontrarse con alumnos que quedaron libres y que por ello deben rendir una enorme cantidad de contenidos, todos juntos y en muy poco tiempo. Por supuesto que esta situación atenta contra los aprendizajes que se realizan de manera progresiva y sistemática.

Las ausencias prolongadas son un problema para el proceso educativo de chicos y chicas.

Entonces, ¿hay que pagar de más y viajar en temporada alta? ¿No se puede estirar el fin de semana para ir a visitar a los abuelos que viven lejos? Sin duda que se puede viajar en época de clases. Pero al hacerlo sería bueno considerar algunos reparos que pueden colaborar con el proceso de aprendizaje de los hijos y en la tarea diaria de los docentes:

  • Un viaje en época de clases debería ser algo excepcional y muy justificado.
  • Para tomar la decisión, ante todo debe pensarse con fría honestidad y cálido afecto en los hijos, si es momento de que se ausenten a clase de forma prolongada y cuánto les costará reincorporarse y poner la cabeza nuevamente en la escuela.
  • Buscar períodos que no estén especialmente cargados de evaluaciones, tales como fines de trimestres o bimestres.
  • Si la familia es quien decide realizar el viaje, es conveniente que sea ella principalmente la que acompañe la vuelta de su hijo a clase; para el docente, contemplar todas estas situaciones puede ser una tarea interminable.
  • Que las ausencias sean las mínimas indispensables. Una semana no es lo mismo que dos.

Viajar, y más aún en familia, es una de las posibilidades más maravillosas de la vida. Y es una enorme experiencia educativa para los hijos. Ciertamente, aprender en la escuela, también lo es.

Por Adrián Barcas

BOLETIN SALESIANO – SEPTIEMBRE 2018

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