“Si la droga se ofrece las 24 horas, tenemos que estar las 24 horas”

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Gustavo Carrara, primer obispo surgido del equipo de curas villeros

Al sur de la ciudad de Buenos Aires se extiende uno de los barrios de emergencia más grandes de la capital: la villa “1-11-14”. Allí viven alrededor de veinticinco mil personas; en su enorme mayoría, niños y jóvenes. Así como en otros asentamientos, las muertes por violencia son casi diez veces más altas que en el resto de los barrios; las necesidades de los vecinos, otro tanto.

En ese lugar vive desde hace casi diez años el sacerdote Gustavo Carrara. De perfil bajo y sin  mucho cariño por las cámaras, es párroco de María Madre del Pueblo, institución presente en el barrio desde la década del setenta. Junto a otros sacerdotes anima una obra que incluye un club deportivo, jardín de infantes, escuela primaria y secundaria, un vasto movimiento juvenil y un centro para jóvenes en recuperación de las adicciones. A fines del año pasado, los vecinos de la villa sacaron a Carrara en andas de la Catedral de Buenos Aires al terminar la ceremonia que lo ordenó obispo: el primero surgido entre los curas villeros.

Para los que conocen el carisma salesiano, entrar a la parroquia del Bajo Flores invita a sentirse “en casa”. Comenta Carrara: “Así como el Papa habla de ‘tierra, techo y trabajo’, nosotros decimos ‘capilla, colegio y club’. Ponemos el acento en ‘no perder el patio’, no perder el vínculo con los chicos: el trabajo de los curas de las villas tiene una fuerte inspiración en Don Bosco.”.

“Así como el Papa habla de ‘tierra, techo y trabajo’, nosotros decimos ‘capilla, colegio y club’”.

Se cumplen 50 años de presencia de la Iglesia en las villas porteñas, pero la creación de escuelas y clubes en las parroquias es más reciente. ¿Por qué?

Hay algo histórico de los curas de las villas que es dialogar con la realidad que les toca acompañar. Nos ha parecido que cierto margen de “institucionalización” había que dar. Porque el narcotráfico está “institucionalizado”: es una oferta negativa las 24 horas. Entonces no alcanza sólo con una propuesta buena, como la catequesis, los días sábados. Tiene que abarcar toda la semana, como la escuela, el club, y también la red del Hogar de Cristo, que trabaja con chicos que están en consumo de sustancias. Para acompañarlos bien hay que generar un espacio institucional, pero siempre en diálogo con la realidad. Es una respuesta flexible pero no improvisada. Y al mismo tiempo generar otras propuestas específicas: de diez chicos que iban al centro barrial Don Bosco, por ejemplo, ocho estaban viviendo en la calle. Entonces creamos el  hogar “Santa María”.

En estos casos, ¿hasta dónde debe llegar la acción de la Iglesia y cuando corresponde que actúe el Estado?

La Iglesia sale al cruce de situaciones de sufrimiento. Y también invita al Estado a estar presente en estos contextos. Es un mandato evangélico hacerse cargo de eso. Obviamente que, para provocar la real integración de las villas, el que tiene las mejores herramientas es el Estado. Y por eso la Iglesia invita a que se haga presente.
Nosotros notábamos que había ausencia de vacantes para nivel inicial. Hicimos los reclamos pertinentes, pero también aportamos a la solución. Ese es nuestro modo: reclamar al Estado, pero también aportar. Y por eso generamos en la otra punta de la villa el jardín de infantes, que después nos posibilitó abrir la secundaria. Algunos pensaban que haciendo una escuela en la villa generábamos una especie de “gueto”. Pero nosotros vemos que es todo lo contrario, que esto es un “puente” para la integración. Y a la vez manda un mensaje hacia afuera de que este es un camino posible de transitar. Si no, a veces uno se queda en que “habría que hacer tal cosa”, pero no transita ese camino.

“Es difícil dimensionar el bien que se hace con un sistema preventivo”.

Después de tantos años en las villas, muchos problemas de los inicios siguen estando y otros son cada vez más graves. ¿Cómo mantener una mirada optimista?

Es fácil ver a los chicos que están en la calle y difícil dimensionar el bien que se hace con un sistema preventivo. Hay que hacer las dos cosas, acompañar a los que ya están con su vida muy complicada y trabajar en la prevención. Y eso es difícil de medir. Pero uno puede medirlo en la propia vida, y pensar qué adultos significativos lo marcaron, lo ayudaron a no meterse en situaciones complicadas: ojalá seamos de esos que tienden la mano a tantos niños y adolescentes.
Al mismo tiempo, sería presuntuoso pretender que lo que hagan los curas de las villas es lo que va a solucionar todo. Es fruto de una sociedad y de un Estado que tienen que hacerse más presentes. Pasamos de tener menos del 10% de pobreza en 1974 a tener más del 30% hoy. En eso hay distintos niveles de responsabilidad. Y no la tienen los más pobres, sino la clase dirigente, de todo tipo, que ha permitido que el país llegara a grados de pobreza muy difíciles de abordar, pero no imposibles de solucionar.

Por Santiago Valdemoros • redaccion@boletinsalesiano.com.ar
Boletín Salesiano, marzo 2018

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