La respuesta del secretario del arzobispo al commendatore Gazzolo.
Por Néstor Zubeldía //
nzubeldía@donbosco.org.ar
Unos días después de escribir desde Italia al arzobispo de Buenos Aires proponiéndole convocar a los salesianos para trabajar en su arquidiócesis, el cónsul argentino en Savona escribió con el mismo motivo al joven secretario del prelado porteño.
Un mes después, Mariano Antonio Espinosa respondió desde Buenos Aires por ambos. Monseñor Aneiros conocía personalmente al cónsul Gazzolo, que había vivido doce años en la Argentina. El secretario Espinosa, por su parte, había escuchado hablar de Don Bosco en Roma. Evidentemente eso facilitó la pronta aceptación de la sugerencia del cónsul y de su propuesta de ofrecer a los misioneros la capellanía de la Mater Misericordiae, conocida como “la iglesia de los italianos”.
Aquí transcribimos la mayor parte de la carta que el padre Espinosa escribió originalmente en italiano.
Buenos Aires, 10 de octubre de 1874.
Muy apreciado señor Gazzolo:
He tenido el gusto de recibir su muy atenta (carta) del 10 de septiembre. Había leído en L’Unitá Cattolica la traducción del artículo sobre nuestro homenaje al Padre Santo y me disponía a enviarle mi agradecimiento cuando recibí la suya. Le agradezco de corazón, y me alegro de que se publique en ese diario, que es el más difundido en Italia.
He hecho ver a monseñor Aneiros los dos asuntos que Vuestra Señoría me recomendó, y por orden de monseñor contesto: Acompaño todo lo que tengo en la secretaría respecto de la consagración de esa Arquidiócesis al Sagrado Corazón de Jesús.
Respecto al asunto de los salesianos, Mons. Aneiros los verá de muy buen grado en esta Arquidiócesis. Yo conozco bien a don Bosco, y creo que es uno de los santos vivientes en la Tierra. Y me dice monseñor que V. S. puede escribir al Consejo de la Cofradía, y si esta acepta, él, de todo corazón les dará posesión de la iglesia y los protegerá.
Reciba saludos de monseñor Aneiros, y mande en cuanto puedo serle útil.
Su afmo. servidor y amigo,
Antonio Espinosa
La carta de Gazzolo planteaba más de un pedido al secretario. En cuanto al tema que nos interesa, la respuesta de parte del arzobispo es claramente favorable. Monseñor Aneiros sabe con qué bueyes ara. Por eso encomienda al cónsul la difícil tarea de convencer al Consejo de la Cofradía de la Mater Misericordiae sobre la conveniencia de recibir a sus nuevos capellanes italianos. Como lo demostraría la historia posterior, ese sería el “hueso duro de roer” en todo este asunto, incluso después de la llegada de los salesianos. Pero para algo Gazzolo era miembro de la cofradía y padrino del templo, inaugurado apenas unos años antes en 1870. A él le tocaría convencer a sus paisanos que, como suele suceder, preferían quedarse con “lo conocido”.
Llama la atención y emociona el aprecio con que el secretario Espinosa se refiere a Don Bosco, a quien considera “un santo viviente”.
Por otra parte, llama la atención y emociona el aprecio con que el secretario Espinosa se refiere a Don Bosco, a quien considera “un santo viviente”. Seguramente escuchó hablar de él durante sus años de estudios teológicos en Roma. Además, Espinosa había participado del Primer Concilio Vaticano como secretario del anterior arzobispo de Buenos Aires, que murió en la Ciudad Eterna sin poder volver a su sede. Fue precisamente durante ese concilio que varios obispos de distintos lugares del mundo aprovecharon la estadía en la península para acercarse a Turín y rogarle personalmente a Don Bosco que les enviara a sus salesianos. Unos años después, la carta de Gazzolo y la respuesta que hoy leemos comenzaron a despejar este nuevo panorama al santo de los jóvenes y a su naciente congregación en pleno crecimiento.
Aunque en ese tiempo era apenas el secretario del arzobispo Aneiros -a quien nos referiremos en otra ocasión-, Mariano Antonio Espinosa fue otro personaje clave, no sólo de los comienzos salesianos en la Argentina sino también del afianzamiento y desarrollo de la Congregación en estas tierras. Cuando los primeros misioneros vinieron al país, tenía treinta y un años de edad y siete de sacerdote. Eso también lo hacía cercano a los recién llegados. Como ellos, vivía muy austeramente y estaba lleno de energía y de audacia pastoral. Y aunque había vuelto de Roma doctorado en teología, supo ser el inolvidable cura gaucho en la zona de quintas de las afueras de Buenos Aires que luego se transformó en el barrio de Barracas.
Mariano Antonio Espinosa fue otro personaje clave, no sólo de los comienzos salesianos en la Argentina sino también del afianzamiento y desarrollo de la Congregación en estas tierras.
Compartió con los primeros salesianos miles de kilómetros a caballo, empezando por la llamada expedición al desierto. Pero también hizo con ellos numerosos viajes en barco a la Patagonia, a veces con grave riesgo de naufragio. Más tarde fue vicario general y luego obispo auxiliar en la arquidiócesis porteña.
En 1898, aunque sólo por dos años, fue el primer obispo de La Plata, diócesis que en ese tiempo abarcaba las actuales provincias de Buenos Aires y La Pampa. Y desde 1900 hasta su muerte en 1923 fue arzobispo de Buenos Aires, cuya jurisdicción incluía la Capital de la República y casi toda la Patagonia y la Tierra del Fuego. Se mostró especialmente cercano al padre Cagliero y el padre Costamagna, salesianos que después fueron también obispos. Desde sus distintos cargos brindó siempre su confianza a los hijos de Don Bosco y acompañó en distintas latitudes la rápida expansión de su obra.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – SEPTIEMBRE 2024