El genio que sabía hacer felices a sus muchachos

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El mensaje de enero del Rector Mayor para los lectores del Boletín Salesiano.

Un joven Pablo Albera comparte esta genial fotografía con San Juan Bosco. Pablo será luego el segundo sucesor de Don Bosco.

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Amigos lectores del Boletín Salesiano,

Una vez más nos encontramos en este lugar, en esta revista tan amada por el mismo Don Bosco, que fue quien la creó en el año 1877, hace 144 años y que hoy está presente en más de cien naciones y en muchas lenguas diversas.

Este primer número de enero coincide con la gran celebración en todo el mundo de la fiesta de Don Bosco, el 31 de enero. Y hay algo más: en este año 2021 conmemoramos el centenario de la muerte de su segundo sucesor, Paolo Albera —“Paolino”, lo llamaba Don Bosco—. De hecho, el mismo Don Albera, siendo ya salesiano, contaba esto que les hago saber, en referencia a esa famosa fotografía en la cual Don Bosco está “posando” confesando a uno de sus muchachos y con otros muchos alrededor:

“Don Bosco tuvo que elegir a alguien que ocupara el lugar en el reclinatorio en el acto de hacer la confesión. Miró a su alrededor y con una sonrisa llamó: ‘Paolino, ven aquí. ¡Ponte de rodillas y apoya tu frente contra la mía, para que no nos movamos!’”

Este es nuestro Don Bosco, capaz de hacer sentir a todos sus muchachos, y a cada uno en particular, que eran queridos, que eran magníficos, estupendos y que tenía grandes planes para cada uno de ellos, porque eran los planes de Dios.

De hecho, lo diré expresando una fuerte convicción que tengo: Don Bosco tenía la gran capacidad de hacer que sus muchachos experimentaran la vida como fiesta y la fe como felicidad.

Me parece que este es uno de los grandes dones de Don Bosco. Tantas veces intentando acercarme hasta donde me fuese posible a su corazón he pensado en esto: ha tenido la capacidad de hacer de la vida ordinaria, cotidiana, pesada, con hambre y sed no pocas veces, un motivo para vivir en fiesta. Y así era Don Bosco, ayudando a sus muchachos a sentirse muy felices al amar a Dios y ser amados por Él. Díganme si esto no es algo propio de un verdadero genio de la pedagogía.

Don Bosco tenía la gran capacidad de hacer que sus muchachos experimentaran la vida como fiesta y la fe como felicidad.

Cuando hace muchos años vi la película La vida es bella, me conmovió profundamente el amor de ese padre y también la genialidad que tenía de hacer vivir a su hijito el horror del campo de concentración como una aventura, como un juego a veces, como un motivo para sorprenderse. Alguien podrá decir que ese padre lo único que hacía en la película era engañar a su hijo. No. No es así. Esta padre tuvo la genialidad, por amor, de hacer que su niño viviera la realidad —la única que existía— de tal modo que el horror de cada día no lo destrozara, permitiendo que la sonrisa y la luz del rostro no desaparecieran nunca.

Don Bosco fue un maestro en esto. Fue un genio en saber encontrar felicidad y motivos de esperanza en las pequeñas cosas, en las atenciones que se dedican a todos, en los gestos sencillos que pareciera que se perdían en lo ordinario de cada día pero que tienen una gran importancia y un grandísimo valor.

Y esta es una herencia preciosa que ha dejado Don Bosco a sus Salesianos e Hijas de María Auxiliadora, a toda su Familia Salesiana: la de ser hombres y mujeres que buscan cada día el don de la simpatía para el encuentro con los muchachos y muchachas, con un sentido muy concreto y real del encuentro con cada persona —también con el más tímido, con el que se siente con menos cualidades y dones—. Mujeres y hombres capaces de dar siempre el primer paso cuando se trata de llegar a los jóvenes, que buscan acercarse a todos con respeto, con el deseo de comprender y ayudar, con la alegría de estar presentes entre ellos en particular los más necesitados. Esta es la amorevolezza salesiana: un verdadero afecto como educadores en el que hay al mismo tiempo calor humano y delicadeza espiritual.

Por esto y mucho más cada muchacho del Oratorio de Don Bosco se sentía el más querido por él, como si fuese único. He aquí un hermoso motivo para celebrar a lo grande su fiesta en este año nuevo, viniendo de una año difícil a causa del COVID-19 y sus consecuencias, mientras confiamos en que lo podremos superar en unos meses: hagamos de cada espacio educativo, de cada casa salesiana, de cada encuentro personal, un motivo para sentir que la vida es bella, es bonita, merece la pena que sea vivida como lo que es, don de Dios, y por lo mismo ser vivida como una fiesta aún en los días grises, y llena de la luz que viene del abandonarse y confiar en el Dios de la vida.

Les deseo un feliz y venturoso año 2021 lleno de las bendiciones de Dios y de la presencia materna de María, la Madre Auxiliadora.

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Don Ángel Fernández Artime

BOLETIN SALESIANO – ENERO 2020

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