Que la desigualdad no sea costumbre

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“Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo: Eduardo Galeano decía no tener fe divina, pero escribía como los dioses. Y creía que “uno busca a Dios en los demás”. ¿Dónde habrá tenido su asiento el Crucificado en ese vuelo Barcelona – Dakar? ¿Habrá estado en primera clase o habrá sido ese hombre flaco, con la piel pegada al hueso, negro como su pasado y presente?
Imaginemos un Airbus 370 aterrizando en Galilea, dos mil años atrás. Se extiende la escalerilla, se estira la alfombra roja y la azafata invita a subir. ¿Quiénes lo harían primero? ¿Quiénes recibirían una copa de champagne y quiénes serían atrapados por la Policía? Presiento que el Nazareno y sus desarropados compañeros de viaje se quedarían fuera del espectáculo, mirando como los de siempre suben y los de siempre se quedan abajo.
En julio de este año, en el aeropuerto El Prat de Barcelona, un grupo de turistas que ya estaba dentro de una aeronave se levantó de sus butacas cuando vio a un grupo de uniformados entrando. Los hombres de “la ley” buscaban para llevarse a un senegalés que, por si alguien pregunta, había pagado su billete. Se trata de un programa de deportaciones masivas que esconde un gran negociado: el Estado español paga unos 12 millones de euros al año para que las expulsiones se hagan velozmente y sin que los refugiados tengan derecho a defensa. El operativo se cumplió igual, pero hubo muchos a los que no les dio lo mismo. No acostumbrarse a la desigualdad es empezar a combatirla.

Diego Pietrafesa
Boletín Salesiano, septiembre 2017

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