Ofrecen su talento para sanar a través de la música

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Es una mañana fuera de lo común: la música toma desprevenidos a pacientes y familiares, enfermeras y médicos, personal de limpieza y visitantes que recorren los pasillos y los pabellones del Hospital de Oncología Marie Curie, frente al parque Centenario. Mientras preguntan «¿Y eso?», se dirigen hipnotizados por el primer movimiento de la Sinfonía 40 de Mozart hasta el primer piso. Allí 90 músicos tocan frente a la escalera, donde se acomoda el coro, todos llevan remeras con la inscripción «Música para el alma».

No cabe ni un alfiler. «¡Me siento en el Colón!», lanza una mujer con la cabeza cubierta con un pañuelo. Aunque, enseguida, emocionada hasta las lágrimas, aclara que aún no lo conoce.

Estallan los aplausos para los tenores y las sopranos. «¡Esto es magia! ¡Qué voces, por Dios!», exclama María Inés de Michele. Tiene 68 años y fue al hospital por un control. Suena la Danza Húngara N° 5 de Brahms y el público acompaña con palmas. Algunos se animan y suman su voz a la famosa «O sole mio» o a moverse con el Brindis de la Traviata de Verdi. Todos aceptan este remedio sin receta: la música.

Abrazado a su chelo está Jorge Bergero, de 51 años. Integra la Orquesta Estable del Colón y organiza Música para el Alma, un proyecto solidario que reúne a músicos de orquestas sinfónicas (como la Sinfónica Nacional, las orquestas Filarmónica y Estable del Colón, la de Tango de Buenos Aires y la Camerata Bariloche) y coros para dar conciertos gratuitos en hospitales, hogares, cárceles, geriátricos y escuelas de educación especial, entre otras instituciones públicas. Allí donde la enfermedad y las penas traen lágrimas, la invitación es a conectarse con los recuerdos y las vivencias, a escapar por un rato del dolor, a reír.

«La semilla de todo esto tiene nombre: María Eugenia Rubio», explica Jorge, que estuvo en pareja con la joven flautista de la Orquesta Nacional de Música Juan de Dios Filiberto que falleció a los 34 por cáncer de mama. «En 2011, su último año de vida, cuando ya no había nada por hacer, un grupo de músicos dimos un concierto en la Fundación Salud, donde ella se atendía. Cuando empezamos a tocar, la gente nos acompañó cantando: todos estaban pasando por algo similar a lo de Eugenia con sus familiares.»

Para la pareja, ese momento fue revelador: «El contacto con quienes atraviesan situaciones tan complicadas es muy especial, directo y nos conecta con la música desde un lugar distinto a lo que hacemos profesionalmente». Los conciertos empezaron a sucederse, y como Eugenia ya no podía tocar la flauta, cantaba. «A través de la música, trascendió su dolor», dice Jorge. Cuando ella murió, él continuó su legado, que está a punto de convertirse en asociación civil.

La primera presentación oficial fue en agosto de 2012 en un instituto para chicos ciegos. «Una nena pidió acompañar en el piano a uno de los violinistas y fue espectacular. Nunca imaginamos esa conexión con los chicos. Eso generó mucho entusiasmo y se fueron sumando otros músicos.» En noviembre de 2014, se presentaron, con Patch Adams y más de 130 músicos, en el hospital Garrahan.

La iniciativa se replicó en varias ciudades y en países vecinos. Se creó una red de conciertos solidarios con más de mil músicos. Una vez inscriptos en el sitio de Internet de Música para el Alma, reciben convocatorias y se anotan. «Armamos un repertorio de obras que no necesita ensayo, pero sí requerimos una experiencia previa -cuenta Jorge-. Ante la gran demanda de otros géneros, como tango y folklore, empezamos a hacer de nexo entre las instituciones y los grupos.»

 

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