Celebrar el Adviento frente al descenso abrupto en la cantidad de nacimientos.
Por: Susana Alfaro
salfaro@donbosco.org.ar
«Adviento, otra vez Adviento, sea siempre Adviento, sea solo Adviento el Tiempo»
P.Casaldáliga
Comienza noviembre y en absoluta disonancia con las agendas colapsadas, los plazos que se vencen y el cansancio de fin de año, empiezan a aparecer imágenes de la Navidad. Como una música al principio imperceptible que va aumentando el volumen a medida que pasan los días, el espíritu del Adviento se va colando entre nosotros y nos va invitando a pensarnos y a mirar la vida con más esperanza.
Mientras eso sucede “en el fondo”, en las capas más visibles de lo cotidiano emergen las noticias de todos los días y algunas nuevas que llaman la atención.
Lo de siempre… y más
Los rostros polvorientos de los niños de la guerra, la gente buscando algo entre las montañas de basura, las filas de inmigrantes queriendo cruzar las fronteras cada vez más reforzadas, los jubilados, el Garrahan, los prestadores de apoyo a la discapacidad, el narcotráfico impregnando la vida de los barrios… Y entre tanto dolor que no logramos resolver, una noticia que va cobrando visibilidad: el descenso abrupto de la tasa de natalidad. En nuestro país, en diez años, hay 43% menos de nacimientos. De 770 mil en 2014 a 430 mil en 2024. Aunque con una distribución despareja entre los países, esta tendencia descendente es un fenómeno global.
Las razones son muchas y se entrelazan de manera compleja, aunque las cuestiones vinculadas a la realización personal y al mejor posicionamiento social y laboral de las mujeres y la modificación de los mandatos sociales tienen un peso considerable, los trabajos de investigación más recientes dan cuenta de que no es tanto la falta de deseo en relación a la maternidad/paternidad lo que viene haciendo la diferencia, cuanto las cuestiones relacionadas con las condiciones de vida actuales: el clima de hostilidad general del mundo en que vivimos, la inseguridad, el encarecimiento del costo de vida, las relaciones personales más efímeras y la falta de perspectivas de futuro. Es decir, que entre las personas que deciden no tener hijos –decisión personalísima y legítima– hay una buena parte que, primariamente sí tendría el deseo de ser padres/madres, pero la percepción del entorno como un ambiente poco favorecedor de la crianza, condiciona fuertemente su decisión. “¿Cómo voy a traer a un hijo a este mundo sin corazón?”, se escucha por ahí.
La música de fondo sigue subiendo y contrasta fuerte con estas realidades. El desprecio por la vida humana y la falta de esperanza parecen más duros cuando nos llegan junto a la imagen de “un Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”. Y la pregunta sale sola: ¿por qué, después de más de dos mil años, seguimos sin poder cuidar la vida que se nos confía? ¿Cómo podemos permitir que nuestra incapacidad para vivir en paz llegue a niveles tales que nos hagan renunciar a los hijos antes de que existan?
Abiertos a la Novedad
Hace más de dos mil años una jovencita abrió su vida a Lo Inesperado. En sintonía con su corazón, sintió con claridad que, en su pequeñez, estaba llamada a vivir grandes cosas. Su respuesta no fue una improvisación; era hija de un pueblo creyente, que venía esperando largamente la llegada de Aquel que iba a transformar de manera radical la historia de opresión y sufrimiento de la que se sentían presos. Desde pequeña había escuchado que los caminos del Señor debían prepararse con disponibilidad y apertura, y dijo “Hágase”. En la joven, todo un pueblo recibió la novedad que traía el Niño.
Se trata de construir condiciones que permitan imaginar la posibilidad de prolongarnos en otros.
Hay condiciones que se construyen colectivamente o no se construyen, posibilidades que dependen del aporte de todos, esperanzas que se sostienen en otros que sueñan y esperan parecido. La natalidad está en baja, es un hecho, pero quizá, antes de pensar cómo hacer para que se mantenga el número, tengamos que buscar formas eficaces de cuidar la vida que tenemos entre manos, porque parecería que no se trata tanto de convencer a la gente de que tenga niños, cuánto de construir condiciones que permitan imaginar sin angustias la posibilidad de prolongarnos en otros, de entusiasmarnos pensando en invitarlos a disfrutar de este lugar y a dejarse abrigar por nuestra ternura.
Hanna Arendt dice: “El nacimiento es la aparición de la novedad más radical en el mundo y la posibilidad siempre abierta de la inauguración de un nuevo comienzo de la historia”. Cada nacimiento trae a la humanidad una oportunidad para no dejar pasar, es la oportunidad de buscar respuestas nuevas, y no insistir con nuestras lógicas de confrontación y egocentrismo esperando que algo se mueva. Por eso tenemos que estar atentos, porque existe el riesgo de pensar esta situación fundamentalmente en clave de reposición, esto es, como la necesidad de reponer la cantidad de alumnos en las escuelas, los socios para los clubes. De conseguir utilizadores de pañales, protagonistas de Tik Tok, aprendices para nuestras enseñanzas, espectadores para nuestras creaciones, en pocas palabras, para que su existencia justifique la nuestra, perdiendo por completo de vista el valor intrínseco de cada vida humana y su derecho irrenunciable a también tejer su propia historia.
Antes de pensar cómo hacer para que se mantenga el número de nacimientos, tenemos que buscar formas eficaces de cuidar la vida que tenemos entre manos.
La mejor posibilidad de cuidar la Vida es en cada vida. La originalidad absoluta que se nos regala en cada una trae la pista para ensayar pequeños nuevos gestos de generosidad y cuidado, de escucha y acogida, con los que ir construyendo un mundo en el que cada nacimiento sea el encuentro gozoso con la oportunidad de hacer Nueva la Historia.
Juntos y en paz
Ya es de noche y el cansancio se hace sentir. Las contracciones se vienen haciendo más fuertes y seguidas y aunque no quiere preocupar a su compañero, en el rostro amado él puede leer la inminencia del parto. Las posadas y las casas van apagando sus lámparas y todo empieza a entrar en calma. Menos el corazón de ese muchacho, que camina sujetando al burro sobre el que va su esposa a punto de dar a luz. No hay lugar en los albergues, pero el amor que se tienen alcanza para transformar un pesebre en hogar. No hacen falta demasiadas cosas, solo un lugar que les ofrezca la paz necesaria para mirarse a los ojos y parir juntos a ese niño que quiere llegar.
Los gobiernos del primer mundo diseñan programas para fomentar la natalidad. Sus razones son, especialmente, económicas: una población envejecida es más cara y mucho menos glamorosa. Sin embargo, las personas en situación de procrear no parecen entusiasmarse demasiado. Todo parece mostrar que no es por el lado de la acumulación y el consumo, ni por el de multiplicar al límite las horas dedicadas al trabajo; hay que encontrar la manera de abrir espacios en los que podamos tomar real contacto los unos con los otros y conocernos, saber lo que nos pasa, acompañarnos en el camino y bajar el nivel de confrontación general que termina permeando todo: los encuentros familiares, las reuniones de amigos, los espacios de trabajo, quitándonos la paz y la alegría.
En “Modo Adviento”
Acoger una nueva vida es, en alguna medida, un salto al vacío. No sabemos cuánto espacio va a necesitar, ni cuánto de nosotros va demandar, ni cuál será la distancia entre su verdad y lo que imaginamos de ella. Es un salto para el que no hay garantías, no hay seguridades absolutas. Pero puede haber red.
Se acerca el tiempo de Adviento, un tiempo de espera confiada, que invita a preparar la casa, la cuna, el corazón. Su música se escucha cada vez con más claridad. Dejemos que ella resuene en cada rincón de la existencia y dispongámonos a vivir todo el año en “Modo Adviento”, acondicionando juntos esta Casa nuestra, para que la Vida Nueva siga habitando entre nosotros.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – NOVIEMBRE 2025


