Algo está por llegar…

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Esperamos, siempre esperamos.

Por José Sobrero, sdb
jsobrero@donbosco.org.ar

Catalina y Esteban están esperando el colectivo en su parada habitual del barrio. Catalina está embarazada esperando el nacimiento de su primer hijo. Esteban espera con ansias la adjudicación de un automóvil que han solicitado hace tiempo. Catalina, con mucha paciencia, espera concluir antes del parto su tesis en archivística. Esteban sigue esperando una respuesta de su hermano que viajó a Namibia.

Nuestra vida está enmarcada en el tiempo y en el espacio. En estas coordenadas crecemos y buscamos la felicidad, la realización personal, el bienestar, el sentido de la vida, la dirección de nuestros anhelos. De la misma manera que le ocurre a Catalina y a Esteban, nos sucede a nosotros. Esperamos. Siempre esperamos. Algo está por llegar.

Cuando tomamos conciencia de esta realidad, aparece en nuestro horizonte la tirantez del ritmo vertiginoso que nos impone la inmediatez, la rapidez, lo efímero, lo pasajero, la desesperación para alcanzar los objetivos rápidamente.

Pero, aunque forcemos al tiempo, tenemos que esperar. Esta parece ser la táctica que utiliza Dios con nosotros: nos plantea tiempos de espera, a veces áridos, a veces floridos. En esta dinámica, la espera es una preparación, por eso no implica que estamos suspendiendo nada ni postergando decisiones para más adelante.

La esperanza tiene el gusto de lo cotidiano, porque está convencida de que existe el mañana, el después, lo que perdura.

¿Por qué Dios nos propone la espera?

La espera es una acción activa, creativa y dinámica, animada por lo que está por venir, con la expectativa de los ojos abiertos y los oídos atentos. La esperanza que Dios nos sugiere tiene el sabor del presente y la alegría del futuro. La esperanza tiene el gusto de lo cotidiano, porque está convencida que existe el mañana, el después, lo que perdura.

De ese modo, el acto de esperar se muestra fecundo. La esperanza convive con el “mientras tanto”, con el “durante”, y es allí donde nos jugamos enteramente: en la totalidad de nuestro ser personal. El Papa Francisco nos propone algo concreto cuando dice “la esperanza no defrauda”, en la bula de convocatoria al Jubileo ordinario del año 2025. Allí encontramos pistas para prepararnos adecuadamente para la espera de lo que vendrá.

La espera es una acción activa, creativa y dinámica, animada por lo que está por venir, con la expectativa de los ojos abiertos y los oídos atentos.

En la sala de entrada del local donde trabajo, una persona anónimamente colocó un cartel pequeñito donde escribió la propuesta del Papa Francisco:
“La esperanza no defrauda”. Es un símbolo elocuente, pues así es la esperanza, una nena chiquita entre sus hermanas fe y caridad, que las toma de sus manos y las conduce, como lo escribe magníficamente
Charles Péguy en el año 1911: “La pequeña esperanza avanza entre las dos hermanas mayores y nadie la mira. En el camino de la salvación, en el camino carnal, en el camino desigual de la salvación, en el camino interminable,
en el camino entre sus dos hermanas la pequeña esperanza. Avanza”.

¿Qué nos espera a nosotros?

Este camino se hace al andar y tener esperanza es lo mejor que nos puede ocurrir. Por eso acudimos a una sugerencia del Papa Francisco, para vivir en
este tiempo de Adviento que tiene la característica de la preparación, de la espera, sabiendo que lo más esperado aquí es Jesús:

“La esperanza, junto con la fe y la caridad, forman el tríptico de las ‘virtudes teologales’, que expresan la esencia de la vida cristiana. En su dinamismo inseparable, la esperanza es la que, por así decirlo, señala la orientación, indica la dirección y la finalidad de la existencia cristiana. Por eso el apóstol Pablo nos invita a ‘alegrarnos en la esperanza, a ser pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración’. Sí, necesitamos que ‘sobreabunde la esperanza’ para testimoniar de manera creíble y atrayente la fe y el amor que llevamos en el corazón; para que la fe sea gozosa y la caridad entusiasta; para que cada uno sea capaz de dar aunque sea una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito, sabiendo que, en el Espíritu de Jesús, esto puede convertirse en una semilla fecunda de esperanza para quien lo recibe”.


Para seguir reflexionando

  • ¿Cuáles son los gestos de esperanza que puedo practicar en mi familia, con mis amigos en el trabajo, en el estudio, en los grupos juveniles, en las redes sociales?
  • ¿En qué lugares voy a “cargar el combustible” de la esperanza?
  • ¿Cómo podré aumentar mis encuentros personales con Dios?
  • ¿De qué manera puedo incorporar la propuesta del Papa Francisco?

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – NOVIEMBRE 2024

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