
Por Néstor Zubeldía
nzubeldia@donbosco.org.ar
Me llamo José. Nací en una pequeña ciudad de la Romaña, una región italiana de gente de carácter fuerte y de mucho interés por la política. Los Vespignani nos criamos en una familia muy católica, tanto que los cuatro hermanos varones nos hicimos salesianos, y de las mujeres, una se hizo carmelita y las otras dos, hijas de María Auxiliadora. Yo soy el mayor de los siete.
Escuché hablar de Don Bosco en el seminario, pero recién llegué al Oratorio de Turín a los veintidós años, apenas ordenado sacerdote en mi diócesis de Rávena. Hasta poco antes pensaba que no iba a poder celebrar más que alguna misa antes de morir por la tuberculosis. Por eso había tenido que dejar el seminario y pude terminar los estudios pero viviendo nuevamente con mi familia.
Llegué a Valdocco en vísperas de la despedida de la segunda expedición misionera salesiana a América. Jamás podría haber imaginado ese día que al año siguiente yo mismo estaría en el grupo de los que se aprestaban a cruzar el océano. Por eso pude vivir un inolvidable año completo junto a Don Bosco. Él me mostró su confianza desde que nos conocimos y también me sorprendió diciéndome en nuestro primer encuentro algunas cosas de mi vida que sólo yo sabía.
En la Argentina fui encargado de los novicios, más tarde director del colegio Pío IX en Almagro, colaborador del padre Costamagna, que era el inspector. Luego fui yo mismo el superior de los salesianos de toda la República por veintisiete años. Pude recorrer el país de punta a punta visitando a los salesianos, acompañé la fundación de diecinueve obras, la construcción de la Basílica de María Auxiliadora en Buenos Aires y otras muchas iglesias y colegios, fundé los exploradores de Don Bosco y me convertí para todos en “el padre José”.
Cuando me enfermé gravemente en Viedma, el mismo Don Bosco se me apareció en sueños recomendándome comer un asado con cuero si quería sanarme. Así lo hice, acompañándolo con un buen vino rionegrino ante la mirada asustada de los salesianos que ya temían mi muerte. Enseguida me recuperé y pude ir al puerto a recibir a alguno de los que venía de lejos a mi sepelio.
En 1922 me llamaron desde Turín para formar parte del Consejo Superior de la Congregación. En ese tiempo narré los recuerdos de mi llegada a Valdocco en un pequeño libro que titulé “Un año en la escuela de Don Bosco”.
José Vespignani nació en Lugo, provincia de Rávena, el 2 de enero de 1854. Fue ordenado sacerdote en 1876 y ese mismo año llegó al Oratorio y profesó como salesiano. A fines de 1877 partió como misionero a América. Volvió a Italia en 1922 para formar parte del Consejo General de la Congregación. Murió en Turín en 1932. En 1948 sus restos fueron trasladados a Buenos Aires y recibieron sepultura en la cripta de la Basílica de María Auxiliadora de Almagro después de un homenaje apotéotico en las calles y plazas de la ciudad.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – NOVIEMBRE 2024