El mensaje del Rector Mayor
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Era grande la alegría en Damasco, Siria. Nos recibió un grupo de unos ciento cincuenta animadores, vida y alma en ese oratorio que convoca a más de mil muchachitos y niñas desde los lugares más alejados de la ciudad. Otro tanto sucede en Alepo… con la diferencia que esa ciudad está prácticamente en ruinas. Como regalo, al final de la Eucaristía, me entregaron una hermosa “estola”, con el deseo de que me acompañara en otras celebraciones por el mundo. En ella está escrito en árabe lo siguiente: “No te olvides de rezar por nosotros”.
Ese regalo con esa frase me han llegado muy al corazón. Desde entonces me ha acompañado en todas las Eucaristías que celebré en los lugares más diversos: Tijuana, México; el Chaco paraguayo; Uruguay y Rjeka, Croacia. En todos ellos además he explicado y comentado este encuentro. Y al mismo tiempo ha sido una excelente oportunidad para contarle al resto lo que he hallado en tantas familias tocadas por el dolor y las pérdidas. ¿Saben que encontré en ellas?
Encontré dignidad. La dignidad de los pobres, de quienes se sienten desbordados por una situación que no han creado, en la que no han elegido participar, pero en la que se sienten inmersos, metidos de lleno hasta que otros decidan que todo se termina.
Me encontré hermosas y sentidas sonrisas. Las sonrisas de estos animadores que las regalan conscientemente porque quieren que esos niños y niñas tengan un pequeño oasis en las horas en las que pueden dejar el miedo. No es una aventura divertida. Pero ellos no quieren permitir que las balas y la destrucción sean lo que marque sus vidas para siempre.
¡Me encontré con tanta esperanza! La “última palabra”, me decían, no la tendrá la guerra ni la destrucción sino la vida, nuestras vidas, la fe que tenemos y las ganas de vivir y de hacer un hermoso país. Y me lo decían algunos jóvenes que habían perdido su casa, o que tenían a un padre o un hermano caído y muerto a causa de una bala que se cruzó en su camino.
Y descubrí que era muy profundo el sentido de comunión y fraternidad. Les puedo asegurar que si ya los sentía muy cercanos, después de conocerlos llevo todo eso mucho más en el corazón, y no pasa un día que no los tenga presentes en mis oraciones.
Después, con tristeza y dolor, mientras otros misiles caían en Damasco, nosotros estábamos viajando a Alepo. Y si faltaba un pequeño detalle, en esta ocasión fue algo que recibí con emoción pero que me desarmó interiormente, el director del oratorio me entregó lo que habían recolectado para hacerlo llegar a otros lugares más pobres y conflictivos.
Yo me preguntaba si esos lugares existirían.
Me entregaron todo lo que pudieron conseguir, aún entre las ruinas de sus casas. Eran doscientos dólares: una verdadera fortuna, como así lo sintieron y lo recibieron en el oratorio de la frontera mexicana en Tijuana, a quienes se los entregué en mano. Y de inmediato se pusieron en comunicación. Es que los pobres se entienden magníficamente bien: hablan el mismo lenguaje de la verdadera humanidad.
Esta es mi vivencia del encuentro con quienes no han perdido la dignidad, la esperanza o la fe.
Un cariño que vuele hacia Damasco y Alepo. Ojalá muchos corazones se sumen a ello.
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Don Ángel Fernández Artime
BOLETIN SALESIANO – JULIO 2018