Algunas pistas para leer la exhortación que escribió el papa Francisco tras el Sínodo de los jóvenes
El pasado 2 de abril se dio a conocer la carta que el papa Francisco elaboró tras el Sínodo sobre los jóvenes realizado el año pasado: la exhortación apostólica Christus Vivit (CV). El salesiano Ariel Fresia brinda algunas pistas para el abordaje de los capítulos quinto y sexto de este documento imprescindible para reflexionar la pastoral juvenil.
Los jóvenes, signo de los tiempos
La iglesia desea aprender de los jóvenes porque ellos son lugar de encuentro con Dios. Él “revela al joven lo que es mejor”, el Espíritu Santo sugiere “opciones audaces”.
El discernimiento de los “signos de los tiempos” busca, por un lado, distinguir propiamente lo que es “signo de nuestro tiempo” y, por otro, discernir lo que en ellos hay de Dios, de signos del Espíritu, para poder descubrir por dónde se está revelando actualmente.
Los jóvenes son un signo de los tiempos: su presencia contiene notas características, el proceso histórico de su irrupción marca un cambio de época, se evidencian indicios de tiempos diferentes si se consideran a los jóvenes en las decisiones —mejores o peores, no lo sabemos— y, finalmente, hay cierta persuasión colectiva de que, si no los tenemos en cuenta, las consecuencias pueden llegar a ser impredecibles.
Los jóvenes, para ser escuchados
¡Hay que ponerse a la escucha de los jóvenes! Porque “la Iglesia desea ponerse a la escucha de la voz, de la sensibilidad, de la fe de cada uno; así como también de las dudas y las críticas. Hagan sentir a todos los gritos de ustedes, déjenlo resonar en las comunidades y háganlo llegar a los pastores”, dice el papa Francisco.
Así como se auspicia que los jóvenes se pongan a la escucha de los adultos, la generación de opciones pastorales seguirá siendo aquellas imaginadas por los adultos. Y lo cierto es que también “los mismos jóvenes son agentes de la pastoral juvenil, acompañados y guiados, pero libres para encontrar caminos siempre nuevos con creatividad y audacia” (CV 203).
Podemos cambiar para seguir el movimiento de los jóvenes o permanecer inconmovibles, con el riesgo de quedarnos sin ellos.
Es necesario buscar alternativas, inventar nuevos conceptos y categorías, plantear propuestas superadoras que ayuden a escuchar y comprender lo que está pasando, tanto con los jóvenes que cambian constantemente como con los adultos, la estructura eclesial y su discurso de apertura que tiende a permanecer y resistir los cambios.
Los jóvenes, centro de la escena
Los modelos de transmisión de la fe, ciertas prácticas educativas, el rol de las jerarquías y las formas de impostación de la normativa responden muchas veces a las expectativas institucionales, pero no a las necesidades de los jóvenes. Entonces, es cierto que muchos de ellos “se cansan de nuestros itinerarios de formación doctrinal, e incluso espiritual, y a veces reclaman la posibilidad de ser más protagonistas en actividades que hagan algo por la gente” (CV 225).
Es imperioso abandonar aquellos territorios conocidos, habilitar nuevos espacios y crear ambientes alternativos que den cabida a los jóvenes para que sus lenguajes, códigos y estéticas tomen cuerpo en las estructuras eclesiales. Para ello, la iglesia tiene que realizar dos movimientos. Por un lado, que ella misma se libere “de los que quieren avejentarla, esclerotizarla en el pasado, detenerla, volverla inmóvil” (CV 35). Y por otro lado, que también se libere de la tentación de “creer que es joven porque cede a todo lo que el mundo le ofrece, creer que se renueva porque esconde su mensaje y se mimetiza con los demás” (CV 35).
Los jóvenes, con espacios inclusivos y actitud abierta
En el cambio de las sociedades aparecen nuevos sujetos, otros saberes y prácticas inéditas. Estar atentos a los códigos, lenguajes y estéticas de los jóvenes es un desafío para las comunidades eclesiales.
Por eso, es necesario “construir una pastoral juvenil capaz de crear espacios inclusivos, donde haya lugar para todo tipo de jóvenes y donde se manifieste realmente que somos una Iglesia de puertas abiertas. Ni siquiera hace falta que alguien asuma completamente todas las enseñanzas de la Iglesia para que pueda participar de algunos de nuestros espacios para jóvenes. Basta una actitud abierta para todos los que tengan el deseo y la disposición de dejarse encontrar por la verdad revelada por Dios” (CV 234).
“Ni siquiera hace falta que alguien asuma completamente todas las enseñanzas de la Iglesia para que pueda participar de algunos de nuestros espacios para jóvenes”, dice Francisco.
El desafío es intentar comprender las fluctuaciones institucionales no desde la naturaleza, lo permanente y lo establecido sino desde la fluidez, la negociación de significados y los cambios de reglas.
Los jóvenes, creyentes e inquietos
Los jóvenes se comprenden como creyentes en movimientos, peregrinan en búsqueda de la felicidad, de la plenitud y de la transcendencia, a veces, al margen de las instituciones; otras, en cambio, creando nuevas formas de sociabilidad, de pertenencia e identidad.
Por eso es necesario que la pastoral con jóvenes asuma la insatisfacción, el asombro y la inquietud de los jóvenes. “La inquietud insatisfecha, junto con el asombro por lo nuevo que se presenta en el horizonte, abre paso a la osadía que los mueve a asumirse a sí mismos, a volverse responsables de una misión. Esta sana inquietud que se despierta especialmente en la juventud sigue siendo la característica de cualquier corazón que se mantiene joven, disponible, abierto” (CV 138).
Por Ariel Fresia, sdb
BOLETÍN SALESIANO – JUNIO 2019