Este ayuno de encuentro abre las ganas de estar juntos

0
1212

 

El sacerdote marianista Luis Casalá nos ayuda a reflexionar sobre la forma en que nos vinculamos y celebramos la fe: “La Iglesia no puede dejar de ofrecer el contacto con Jesús. Porque todos necesitamos algo más allá de nuestras necesidades básicas, que es encontrarle un sentido a la vida”

casala01

Luis Casalá es sacerdote marianista y licenciado en Sociología. El aislamiento lo encontró de visita en el colegio de 9 de Julio, provincia de Buenos Aires. Desde allí sigue coordinando la red de escuelas de su congregación en Argentina, en un momento de grandes desafíos para mantener la continuidad pedagógica. Y también realizando acompañamiento espiritual. “El aislamiento, que es un modo de vincularnos distinto, es una especie de ‘ayuno’ de contacto. Finalmente, te abre el apetito. Vamos a volver con más ganas de abrazarnos, de darnos ese saludo que nos damos automáticamente. Es clave esta cuestión: aprender a vivir de otra manera”. 

Y enseguida explica que “si volvemos a lo mismo, va a pasar lo mismo. Seguiremos corriendo desenfrenadamente hacia fuera, consumiendo como locos, buscando soluciones que son parches. Y que destruyen a los demás, porque los terminamos usando, y destruyendo a la naturaleza”

¿Podremos como sociedad sacar alguna “lección” de esta emergencia?

Creo que tenemos varios vínculos para sanar. El primero es el que nos une con nosotros mismos. La situación de “reclusión” nos obliga a mirarnos, a darnos cuenta de las cosas que nos pasan. 

Lo segundo es la relación con los demás. ¿Cuánto hace que no nos mirábamos, que no escuchaba a mis hijos? Ese vínculo también está viciado por el ritmo frenético con que vivimos, de hacer cosas a veces sin saber por qué. O sin encontrarles el “gusto”, pensando que más adelante llegará el momento de disfrutar… y nunca llega.

Lo mismo pasa con el vínculo con la naturaleza, que estamos destruyendo y ahora nos damos cuenta que si paramos se hace más amigable, más limpia.

«Los vínculos también están viciados por el ritmo frenético con que vivimos, de hacer cosas a veces sin saber por qué, pensando que más adelante llegará el momento de disfrutar… y nunca llega».

Y con Dios, finalmente. ¿Qué nos pasa con Dios en este tiempo? Si puede impedir esto, ¿por qué no lo hace? ¿Nos enojamos con Él? La imagen que tenemos de Dios también se “purifica”.

Los vínculos deben ser diferentes. Porque somos eso: creados a imagen de Dios, que es pura relación. Si nuestras relaciones cambian, probablemente el mundo sea diferente.

 

¿Está bien enojarse con Dios en esta circunstancia?

Los sentimientos, como tales, no son moralmente buenos o malos. Porque además aparecen de modo espontáneo. Si yo me enojo con Dios, es parte del proceso de fe. El tema será qué hago con ese enojo. Seguramente me lleve a pensar en qué Dios creía. O a decir: “No, no creo”.

La existencia del mal pone en crisis la fe. ¿Cómo es compatible el mal con un Dios bueno? Nos pone en un abismo. Si uno piensa en un Dios bonachón, que te escucha siempre y te da lo que querés, la realidad no es esa. Yo puedo estar muy bien, pero al mismo tiempo están siendo violadas mujeres, hay homicidios, niños que se mueren de hambre cada hora. ¿Y Dios, dónde está?

Ahora, de golpe, la pandemia, como el mal, nos rasguña a nosotros la piel. Y quizás nos cuestionamos más. ¡Menos mal que esto me lleva a preguntarme quién es el Dios de Jesús! Un Dios que fue capaz de detener la mano de Abraham cuando fue a matar a su hijo, pero no fue capaz de detener la mano cuando su hijo murió en la cruz. ¿Qué pasó ahí? ¿Yo creo en un Dios que quiso que su hijo muera en la Cruz? 

Si yo no me pregunto y trato de entender todo, hay cosas de la teología “tradicional” que se nos caen a pedazos. El Dios de Jesús es un misterio. Para mí, esto es una invitación a entrar en el misterio de Dios. Como entró Jesús, que estaba angustiado, pero dijo: “Que sea Tu voluntad”. 

No sé si estaba enojado Jesús cuando dijo: “¿Por qué me has abandonado?”. En la total oscuridad se abandona en manos de un Padre… y se tira a las tinieblas. Esa es la fe auténtica. Él se tiró sabiendo que hay unas manos que nos recogen. 

«Nuestra fe, nuestra predicación, tiene que repensarse a la luz de estas cosas. Porque más allá de esta realidad, que nos lo exige, el mensaje que estamos ofreciendo no le dice nada a nuestros jóvenes».

Nuestra fe, nuestra predicación, tiene que repensarse a la luz de estas cosas. No nos va a servir si no: nos vamos a dar cuenta que nos queda chica. Porque más allá de esta realidad, que nos lo exige, el mensaje que estamos ofreciendo no le dice nada a nuestros jóvenes. Hay necesidad de una “conversión pastoral”, como plantea Francisco, que significa volver al Jesús del Evangelio.

 

¿Y qué tiene esa fe para ofrecer a los jóvenes?

A los jóvenes, a los adultos, a la sociedad: lo que no puede dejar de ofrecer es el contacto con Jesús. El que sana y el que salva es Jesús. Contacto directo con él. Experiencias de encuentro, de silencio, de retiro, de servicio. Encuentro con los más pobres. Porque, finalmente, todos necesitamos algo más allá de nuestras necesidades básicas, que es encontrarle un sentido a la vida. Un motivo para vivir cada día, para levantarme cada mañana. 

Eso buscan los jóvenes. Algunos hacen viajes por el mundo, buscando. Buscamos un sentido a la vida que nos haga plenamente felices. Si hubiera un sentido, no caeríamos en las adicciones o en otras cosas que no “llenan”, finalmente.

«Lo que no puede dejar de ofrecer la Iglesia es el contacto con Jesús. Porque todos necesitamos algo más allá de nuestras necesidades básicas, que es encontrarle un sentido a la vida».

Jesús va más allá de la fe incluso. Es un mensaje maravilloso, que toman hasta personajes no cristianos: el amor universal, la fraternidad, el perdón, la reconciliación, la humildad, el servicio. Jesús propone un modo de vivir, que Paulo VI definió como “civilización del amor”. Y en los jóvenes, me parece que el camino pasa por el servicio. No por una estructura o un rito. Todo eso será posterior, en toda familia hace falta algún tipo de organización. 

Los jóvenes siguen siendo sensibles, solidarios. Quizás les cuesta sostener un compromiso, pero tienen una reacción y compasión frente a la necesidad del otro que les sale de las entrañas.

En resumen, tenemos para ofrecer un sentido para la vida, que es Jesús y el mensaje del Evangelio. Y el camino para ofrecerlo son experiencias de interioridad, de silencio, de encuentro con la naturaleza y la belleza y con los demás, sobre todo con los que más sufren.

 

Pero esas experiencias implican juntarse y hacer cosas con otros. En esta situación, ¿va a ser lo mismo? ¿Cómo vivir la fe tan aislados?

Yo veo como dos aspectos. Los curas o los agentes de pastoral muchas veces organizamos espectáculos en los cuáles la gente participa. Espectáculos mejores o peores, más o menos interesantes, y la gente se va más o menos contenta. Pero es un espectáculo. La gente sigue siendo espectadora. Y nosotros las figuras, en el altar o en el escenario.

Con esa lógica, como la gente está aislada, le llevamos el escenario a su casa. Y que miren como los curas hacemos cosas. Miran la serie o miran la misa. Esa es una alternativa. Y la gente sigue mirando como miraba en la iglesia, si es que iba.

La otra alternativa es que la gente celebre en sus casas. Entonces hay que brindar subsidios, herramientas. Que la gente celebre la Pascua como la celebraban los judíos, con toda la familia junta. Y los más chicos preguntarán qué celebramos, y los grandes contestarán y contarán historias.

¿Qué será mejor? ¿Qué miren lo que hace el párroco, que encima está solo? ¿O dar herramientas para que sean una Iglesia “doméstica” de verdad? Yo creo que esa es la fórmula. Que la gente descubra que somos un pueblo sacerdotal. Que por el bautismo todos somos sacerdotes, profetas y reyes. Si no, seguimos en la misma.

BOLETIN SALESIANO – MAYO 2020

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí