La carta de Don Bosco convocando a las misiones en América.

Por Néstor Zubeldía, sdb
nzubeldia@donbosco.org.ar
Cada año, a fines de enero se celebraba en el Oratorio de Valdocco la fiesta de San Francisco de Sales. Como buen animador, Don Bosco solía reservar para ese día actividades y anuncios especiales. Pero lo del 29 de enero de 1875 superó todas las expectativas y quedó grabado en la memoria colectiva. Don Bosco organizó una verdadera puesta en escena. Algunos, incluso entre los salesianos, temieron que se tratara sólo de teatro o que el fundador estuviera dando el paso más largo de lo que su inexperta Congregación le permitía. No tardaron en darse cuenta de que la cosa iba muy en serio y que todo estaba cuidadosamente preparado.
En el gran salón de estudio de Valdocco, se había levantado una tarima. Sobre ella, se ubicaron el mismo Don Bosco y, alrededor, los salesianos del Consejo General, el Capítulo Superior, como se llamaba en ese tiempo. En una segunda ronda estaban también los directores de todas las casas salesianas. Y sentados en el piso, pendientes de cada palabra y cada detalle, los chicos y jóvenes del Oratorio, estudiantes y artesanos. Cuando el Commendatore Gazzolo, de barba, altura y peso considerables, atravesó el salón con paso marcial, el silencio se hizo absoluto. El uniforme militar lleno de condecoraciones y el sable a la cintura imponían respeto por sí solos. De pie, delante de todos, el cónsul comenzó a leer inmediatamente en voz alta las cartas llegadas el año anterior desde la Argentina a la que él representaba en Italia.
Hasta entonces muy pocos sabían de la existencia de esas misivas, lo mismo que de ese país remoto del fin del mundo. Apenas terminada la lectura, Don Bosco, también de pie, dijo que, por su parte y con la aprobación del Capítulo Superior, daba consentimiento a los pedidos que llegaban desde Buenos Aires. Y para hacer todavía más solemne el asunto, aclaró que la última palabra la tendría el Papa, que lo recibiría en audiencia en Roma unos días después.
Es difícil imaginar a la distancia todo lo que este anuncio movilizó en el ambiente de Valdocco. A los tres días, el 2 de febrero, Don Bosco escribió una nueva carta. Esa vez no tenía un destinatario único ni la finalidad de cruzar el océano, sino de llegar al corazón de cada salesiano, convocando a todos para el desafío de las misiones en América, un camino que para la joven Congregación resultaría definitorio e irreversible.
Aquella carta circular, que pasó a la historia, acaba de cumplir 150 años. Decía así:
A los socios salesianos:
De entre las muchas propuestas que nos llegaron para abrir una misión en el extranjero, parece que se ha de aceptar con preferencia la de la República Argentina. Hay allí, además de la región ya civilizada, extensiones de superficie interminable habitadas por pueblos salvajes, con los cuales los Salesianos pueden ejercer su apostolado, con la gracia del Señor. Por ahora empezaremos abriendo un internado en Buenos Aires, capital de la vasta República, y un colegio con iglesia pública en San Nicolás de los Arroyos, no muy lejos de la capital.
Quiero que la elección de quienes irán no sea por obediencia sino por su propia opción, completamente libre. Por lo tanto, quienes sientan el deseo de partir para las misiones extranjeras, deberán:
1°. Presentar su pedido por escrito manifestando la intención de ir a aquellas tierras como socios de nuestra Congregación.
2°. El Capítulo Superior (…) elegirá a aquellos a quienes la expedición pueda resultar ventajosa para su propia alma y sirva, al mismo tiempo, para la mayor gloria de Dios.
3°. Una vez hecha la elección, se reunirán todos, el tiempo que sea necesario, para aprender la lengua y costumbre de los países a los que se desea llevar la palabra de vida eterna.
4°. Salvo una grave razón, que obligara a cambiar de parecer, se establece la partida para el próximo mes de octubre.
Demos gracias con todo nuestro corazón a Dios que, con tanta generosidad, concede cada día nuevos favores a nuestra humilde Congregación y procuremos hacernos dignos de ellos (…). No dejemos de elevar plegarias al Señor para que podamos practicar las virtudes de la paciencia y la mansedumbre. Así sea.
Créanme siempre su afectísimo amigo en Jesucristo
Juan Bosco Pbro.
Aunque se trata de virtudes características del espíritu salesiano, a alguno puede llamarle la atención que Don Bosco concluya su carta hablando de paciencia y mansedumbre en lugar de, por ejemplo, audacia y generosidad, tan necesarias a la hora de ofrecerse para la misión.
Es muy probable que, al escribir, Don Bosco pensara no tanto en el enorme desafío que implicaba la primera expedición misionera de la Congregación, sino más bien en una preocupación grave y dolorosa que, como lo confirman otras cartas de esos mismos días, estaba también entre los motivos que lo llevaban a Roma. Y esto guarda directa relación con la mirada diversa y hasta entonces irreconciliable que el arzobispo de Turín, monseñor Gastaldi, tenía sobre la nueva Congregación con su fundador. Si la gran empresa de las misiones ponía en juego todo el tiempo y las fatigas de Don Bosco, ese otro asunto, que era como una espina dolorosa en su mente y en su corazón, pondría en juego efectivamente toda su mansedumbre y su paciencia.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – MARZO 2025