La familia que todos necesitan

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La Casa Don Bosco para migrantes y refugiados en Magdalena del Mar, Perú: un lugar que transforma vidas.

 

“Ver en las plazas y calles a familias enteras y sobre todo adolescentes me cuestionaba. Como salesiano no puedo ser indiferente al dolor y sufrimiento de los jóvenes”: las palabras pertenecen al salesiano José Valdivia, responsable de la Casa Don Bosco para jóvenes migrantes y refugiados en Magdalena del Mar, Perú. Un proyecto que nació en el invierno del 2018 para intentar dar respuesta a los numerosos jóvenes venezolanos que emigran a Perú producto de la crisis económica que vive ese país.

“La gran mayoría de estos jóvenes ingresa a Perú de manera irregular, después de cruzar a pie Colombia y Ecuador. Es conmovedor ver a los muchachos cuando llegan a Lima: tiene los pies ampollados y las zapatillas gastadas o rotas por un viaje que les toma entre 21 y 29 días. La mayor parte la hacen caminando y cada tanto logran subirse a un camión para avanzar algunos kilómetros”.

 

¿Qué servicios se prestan actualmente en la Casa Don Bosco?

En el comienzo del proyecto nos centramos en darles comida y alojamiento por dos meses hasta que puedan acomodarse y valerse por sí mismos. Pero uno se da cuenta que eso no basta. Necesitan mucho apoyo emocional, porque como es lógico, se deprimen, lloran, se frustran, se alteran, traen mucha agresividad. Incluso entre ellos a veces la convivencia no es fácil. Hay que pensar que han dejado su tierra, su familia. Algunos ya son padres y dejaron también a sus hijos. Y sumado a todo eso, viven también la impotencia de salir a la calle y no conseguir trabajo, o de ser explotados -ninguno trabaja menos de 12 horas-. A veces les pagan una miseria, pero para ellos ya es algo y se resignan porque tienen que enviar dinero a sus familias en Venezuela.

Actualmente la casa no solamente les brinda comida y alojamiento, también les da la posibilidad de estudiar y terminar el colegio en el Centro de Educación Básico Alternativo Salesiano o de aprender un oficio técnico, como  mecánica de motos, mecánica automotriz, electricidad, ebanistería y computación, entre otros.

¿Trabajan junto con otras instituciones? 

Sí. Gracias a la Procura de Alemania y a la de Turín pudimos comprar un total de 21 motos para que un grupo de muchachos puedan trabajar como delivery de manera independiente. 

Además somos parte de la Red de Casas Don Bosco de Perú y por lo tanto participamos de las ayudas que generosamente nos llegan de la Fundación Don Bosco y desde hace un año atrás del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), ellos nos han ayudado con frazadas y vajilla para la casa.

¿Cómo es la inserción laboral de los jóvenes que viven en la Casa? 

Además de los que trabajan como delivery, otro grupo de muchachos trabaja como ayudantes de cocina o como mozos. Otros suben a los colectivos públicos a cantar y a vender dulces, otros limpian parabrisas en las esquinas de las avenidas, otros trabajar de ayudantes en camiones de mudanzas. 

De alguna u otra manera se van ganando la vida con la única finalidad de salir adelante y ayudar a sus familias. Ahora con la pandemia todos han quedando desempleados. A esto se suma la inseguridad e incertidumbre por lo que vendrá en los próximos meses. Hay miedo al contagio y también a morir solos y en un país lejano. Estos jóvenes viven una inseguridad enorme, los embarga el miedo, la incertidumbre sobre lo que pasará y al mismo tiempo la necesidad de seguir ayudando a sus familias.

 

La pandemia, y el aislamiento social dispuesto en la mayoría de los países ha golpeando con fuerza a los sectores más postergados: los migrantes venezolanos en Perú no son la excepción. Pero al mismo tiempo, como ocurre en diferentes partes del mundo, ha despertado la solidaridad y el compromiso por el bien común. 

Estas dos características están muy presentes en la comunidad salesiana y entre los jóvenes: “el aislamiento ha hecho que salgan a luz muchas cualidades e iniciativas que tienen los muchachos. Todos estos días estamos compartiendo nuestra comida y las pocas ayudas que nos llegan. Hemos hecho ‘bolsas salvadoras’ con productos no perecederos, hemos hecho pan, y ahora los chicos han decidido dejar de almorzar unos días a la semana para compartir esos almuerzos con la gente que no tiene nada para comer. Además han juntado algo de dinero para preparar almuerzos y repartirlos a otros migrantes venezolanos que llegan a la casa a pedir una ayuda. Esta crisis los está haciendo más sensibles frente al dolor y al sufrimiento de los otros y ahora les toca ser solidarios como la casa fue solidaria con ellos”.

José conoce bien a los jóvenes que están ahora en la casa y también a los que pasaron por ella, y sabe que en este ir y venir los grupos se configuran de manera diferente, pero eso no le impide reconocer que los deseos de todos son muy similares:Quieren ser acompañados, escuchados, sentirse en familia, conocer y acercarse más a Dios. Cuando se sienten seguros y saben que tienen una casa, hermanos, y personas que están pendientes de ellos, les cambia la vida. Se sienten amados, se dan cuenta que son importantes para sus educadores, para los salesianos y eso los hace más solidarios porque quieren ayudar como a ellos los ayudaron. Muchos jóvenes dicen que aquí han encontrado lo que nunca tuvieron en su casa: una familia.

 

Toda casa, tiene su familia

La Casa Don Bosco para jóvenes migrantes surgió como un sueño entre los salesianos José Valdivia y Raúl Acuña, este último encargado de la fundación Don Bosco. En principio se trataba de una iniciativa para dar alojamiento y comida a migrantes venezolanos de entre 18 y 25 años, por el período de dos meses, hasta que puedan buscar alguna habitación o departamento para alquilar. Y para ingresar había dos requisitos: no tener antecedentes penales y tampoco tener ningún familiar viviendo en Perú.

Sin embargo estos requisitos han ido cambiando y actualmente en la casa hay jóvenes provenientes no solo de Venezuela, sino también de Colombia e incluso de África. Además el tiempo de permanencia también se ha extendido y los servicios que se ofrecen se han diversificado. “Hoy en día en la Casa Don Bosco trabaja un equipo de personas conformado por un psicólogo, dos educadores y el responsable de la casa. A este grupo estable se suma la visita del padre Marino de Pra, un salesiano de 87 años que viene todos los jueves a visitar a los jóvenes. Les da  catequesis y comparte con ellos un momento de oración. Los chicos lo quieren mucho y lo valoran enormemente.”

BOLETÍN SALESIANO JUNIO 2020

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