Espiritualidad y tradición salesiana

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Para hacer la trasposición desde Don Bosco hasta hoy son imprescindibles algunas condiciones. Hay que acercar su vivencia a la nuestra, evitando el riesgo de perder contenidos esenciales de su espiritualidad o de falsearlos amoldándolos a nuestra cultura. En ese intento es importante tener en cuenta que dichos contenidos son también parte de una tradición espiritual, es decir, pertenecen a una experiencia compartida y hecha propia.

Compartida y trasmitida

La espiritualidad salesiana tiene sus raíces en la vida de Don Bosco, y nosotros llegamos hasta ella a través de la tradición que nos la ha trasmitido. Es necesario situarnos en el cauce de esa tradición. En cuanto “salesiana” se inspira, al menos de manera ejemplar, en san Francisco de Sales. Se puede afirmar que por voluntad del mismo Don Bosco esa tradición en parte lo precede.

Más allá de la connotación salesiana y de los rasgos que le son propios, es indudable que la vivencia histórica de Don Bosco es constitutiva de su espiritualidad. Con ella se identifican su vocación y su misión apostólica, orientadas a la educación de los jóvenes. A esa misión asocia Don Bosco, como iniciador y fundador, a otros muchos en la Congregación Salesiana, en el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, en la Asociación de los Devotos de María Auxiliadora y en los Cooperadores Salesianos; por tanto, desde esa experiencia original comparten su carisma y, también su espiritualidad.

Los que viven a su lado día a día y aprenden de él a través del contacto inmediato en el Oratorio de Valdocco son los primeros actores de la tradición espiritual salesiana. A ellos se suman los que adhieren a su misión mediante la rápida irradiación de su obra. Así se va tejiendo la trama de una tradición que se prolonga hasta nuestros días, y que es parte de la espiritualidad salesiana e intérprete valiosa para la actualización de la misma.

Cada uno de los hijos de Don Bosco
recoge su vivencia espiritual de manera distinta

En la trama salesiana

¿Cómo llega hasta nosotros la vivencia de Don Bosco? La garantía de que la experiencia espiritual que queremos revivir y reproducir hoy corresponde esencialmente a la de Don Bosco se apoya sobre dos criterios complementarios: el primero es la continuidad entre su experiencia original y la nuestra, que nos da la tradición; el segundo es compartir realmente su misma misión para la salvación integral de los jóvenes, especialmente a través de la educación.

Los que tienen el privilegio de trasmitirnos la vivencia de Don Bosco se multiplican a partir de la quinta década de su vida. Y es una fortuna que él mismo nos haya trasmitido lo vivido en las décadas precedentes en las Memorias del Oratorio de san Francisco de Sales, indicándonos la motivación: “para que, aprendiendo las lecciones del pasado, se superen las dificultades futuras; para dar a conocer cómo Dios condujo todas las cosas en cada momento; y también servirá de ameno entretenimiento para mis hijos cuando se enteren de las andanzas en que anduvo metido su padre, cosa que ciertamente harán con mayor complacencia, cuando llamado por Dios a rendir cuenta de mis actos, no esté ya visiblemente entre ellos” (MO 1).

En enero de 1854 Don Bosco convoca a los primeros cuatro salesianos, y cuando muere en enero de 1888 llegarían a ser nada menos que setecientos quince inscriptos a la Congregación. Junto al Padre cada uno recoge su vivencia espiritual de manera distinta. Decisivas fueron las declaraciones consignadas en el proceso de beatificación y canonización, abierto oficialmente en 1890. Funcionando a veces como diafragma, pero más en general como lupa y elemento de refracción, la diversa percepción de cada uno de ellos enriquece las mil facetas de la figura de Don Bosco.

 Tres testigos incomparables de la tradición

 Miguel Rua, primer Rector Mayor desde 1888 hasta 1910
Adolescente, entró en el Oratorio de Valdocco y estuvo entre los elegidos por Don Bosco en 1854 como uno de sus primeros colaboradores. Fue su mano derecha y confidente en el resto de su vida y designado su vicario en los últimos tres años —de 1885 a 1888—.
“Las palabras que se leen en el blasón de nuestra Pía Sociedad traen a la memoria de cada salesiano el celo incansable del muy querido Don Bosco, y las innumerables ocurrencias que él puso en obra durante toda su vida para conducir las almas a Dios. No dio paso, ni pronunció palabra, ni acometió empresa que no tuviera por objeto la salvación de la juventud. Don Bosco realmente no se ocupó de otra cosa que de las almas; dijo con los hechos, no sólo con las palabras: ‘Da mihi animas, cetera tolle’”. (Carta circular del 24 de agosto de 1894)

 Pablo Álbera, segundo Rector Mayor desde 1910 hasta 1921
También él era adolescente cuando conoció a Don Bosco. Enviado como director a Francia, y por Don Rua más tarde como visitador a las casas de América desde 1900 a1903.
 “El amor de Don Bosco por nosotros era algo muy superior a cualquier otro afecto: nos envolvía enteramente a todos en una atmósfera de alegría y de felicidad que eliminaba penas, tristezas, melancolías; nos penetraba cuerpo y alma, de tal modo que estábamos seguros que el buen Padre pensaba en nosotros, y eso nos hacía sentir inmensamente felices: era un amor que atraía, conquistaba y trasformaba nuestros corazones”. (Carta circular del 18 de octubre de 1920)

Felipe Rinaldi, tercer Rector Mayor desde 1922 hasta 1931
Entró en el colegio salesiano de Mirabello cuando tenía diez años, y allí conoció a Don Bosco. Más tarde se encontró de nuevo con él en el colegio de Borgo San Martino, y decidió hacerse salesiano a los veintiún años de edad. En 1889 Don Rua lo envió a Barcelona como director, y tres años después fue nombrado primer inspector de España.
“Nuestras tradiciones, queridos míos, salieron del corazón del querido Padre, que ha alimentado con ellas a sus primerísimos hijos. En tal forma, la documentación de nuestras tradiciones es de primer orden y riquísima, tanto la que contienen la vida, las obras y los escritos de Don Bosco, como la contribución filial de tantos testigos más que oculares, porque ellos mismos fueron el libro viviente sobre el cual el amor del Padre fue grabando con letras indelebles y con una paciencia infinita, todo su corazón y toda su alma con sus maravillosas aspiraciones. Conectándonos con ese maravilloso patrimonio, hagámoslo fructificar lo más posible en todas nuestras casas; es lo que más nos debe interesar, si amamos verdaderamente a Don Bosco y queremos ser dignos hijos suyos, de hecho y no solamente de nombre”. (Carta circular del 26 de abril de 1931)

 

Por Juan Picca, sdb

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