“¿Qué quiero ser? ¿Qué quiero hacer?”

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El seguimiento de Jesús se diversifica en un abanico de vocaciones eclesiales.

Una vez que una persona ha optado por seguir al Maestro como discípula, ella está llamada a descubrir cómo concretizar el propio discipulado, de qué manera, en qué forma de vida. De hecho, Jesús nos llama a todos y todas a ser sus discípulos: elegir y amar como Él, ver la historia como Él, juzgar la vida como Él, esperar como Él y vivir en Él la comunión con el Padre y el Espíritu Santo. El Sínodo sobre los jóvenes nos había recordado que la vocación bautismal, la vocación al discipulado y la vocación a la santidad son “las tres caras de la misma moneda”. Como cristianos, esta es nuestra vocación compartida.

Ahora bien, en cada persona el cómo concreto del seguimiento de Jesús se diversifica en un abanico de vocaciones eclesiales. Para descubrir mi vocación, hay que responder varias preguntas. El discernimiento vocacional supone tiempo y, al mismo tiempo, paciencia, renunciando a la tentación de querer tener todo claro de un día para otro o, en el otro extremo, de pensar que para llegar a una conclusión tengo toda la vida

La vocación bautismal, la vocación al discipulado y la vocación a la santidad son “las tres caras de la misma moneda”

Además, “requiere espacios de soledad y silencio” , para dejarse interpelar por la Palabra, cultivar la oración y la adoración, examinar la propia conciencia, pensar y tratar de entender. En este sentido, no se deben pasar por alto los sacramentos de la Eucaristía y de la Confesión, o las diversas formas de devoción.

¿Será que todavía hoy somos capaces de desacelerarnos y frenarnos un poco? ¿Será que aún sabemos cómo hacer silencio interior? ¿Será que tenemos esa capacidad de “esperar activamente”, sin ansiedades, pero tampoco con los brazos cruzados?

Una tarea que no se puede hacer en soledad

El discernimiento vocacional pide dejarse acompañar (ChV 291). Quien acompaña tiene que saber estar, escuchar y mediar para que quien está en búsqueda formule sus propias preguntas, explore posibilidades legítimas, ensaye alternativas válidas, depure motivaciones, descubra rumbos y elija. Precisamente, la pastoral juvenil tiene la tarea específica de ayudar a iluminar la vocación de cada uno promoviendo y acompañando, primero, el discernimiento y, después, la elección. El Sínodo sobre los jóvenes habla del acompañamiento personal como de un proceso que pretende ayudar a la persona a integrar gradualmente las diversas dimensiones de la vida, interpretarlas desde la fe, reconocer en ella lo que el Espíritu le está diciendo e ir haciendo opciones como discípulo de Jesús hasta llegar a darle a la vida una orientación definitiva.

La pastoral juvenil tiene la tarea específica de ayudar a iluminar la vocación de cada uno promoviendo y acompañando, primero, el discernimiento y, después, la elección.

Nuestras pibas y pibes, ¿piden ser acompañados? ¿Hay personas capacitadas y dedicadas al acompañamiento espiritual personal en clave vocacional? Los grupos y movimientos, ¿piensan y ofrecen espacios de acompañamiento? ¿Qué favorece o dificulta el acompañamiento?

Aunque se hable mucho de acompañamiento y sin duda sea necesario, éste no es posible sin la presencia de adultos significativos que puedan establecer con los y las jóvenes relaciones sanas y maduras que les permitan superar lo que el Papa llama situaciones “de orfandad” o de “extrañeza mutua”. No sé si lo habíamos notado pero, en la parte dedicada a la renovación de la pastoral juvenil en clave vocacional, el Documento final del Sínodo del 2018 parte precisamente de la idea de la comunidad como “hogar acogedor, caracterizado por un ambiente familiar”, en el que sea posible tener “relaciones auténticas”.

De hecho, discernir, decidir, concretar y vivir una vocación es, antes que nada, un don que recibir y una gracia que pedir. Pero, de parte nuestra, hay condiciones y mediaciones que facilitan el proceso. Entre ellas, aún más importante que el coloquio personal —o, más bien, como condición para él— es la creación de un “ambiente adecuado”.

Discernir, decidir, concretar y vivir una vocación es, antes que nada, un don que recibir y una gracia que pedir.

Sólo cuando “la comunidad eclesial favorece un clima de confianza y de libertad en la búsqueda de la propia vocación, en un ambiente de recogimiento y de oración; ofrece una oportunidad concreta para una nueva lectura de la propia historia y para descubrir los propios dones y vulnerabilidades a la luz de la Palabra de Dios; y permite confrontarse con testigos que encarnan las diferentes opciones de vida”, ella es capaz de crear esa cultura vocacional que despierta en las y los jóvenes preguntas vocacionales y les ofrece acompañamiento vocacional para ayudarles a responderlas.

Si querés saber más sobre este tema podés consultar otros artículos del mismo autor, que salieron publicados durante el 2023 en el Boletín Salesiano de Argentina:

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¿Por qué, para quién, por quién quiero vivir?

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BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – ENERO 2024

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