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La importancia y las dificultades de tomar decisiones.

Por Gustavo Cavagnari, sdb
cavagnari@unisal.it

A esta altura de nuestra reflexión ya debería habernos quedado en claro que, en el ámbito vocacional, todo discernimiento debe conducir a una decisión. Preguntarnos, confrontarnos, dejarnos cuestionar y acompañar quieren ser medios para, tarde o temprano, decidir.

En efecto, sin importar cuán corto o largo pueda ser un proceso, antes o después hay que cerrarlo, o lo que es lo mismo, hay que tomar una resolución, hacer una elección, asumir un propósito, resolver un asunto, ejercer una acción. Y, sin embargo, es justo aquí donde hoy tenemos un problema. Cada vez es más difícil decidir. Tanto es así que el Sínodo sobre los jóvenes ve en ellos “una especie de parálisis en la toma de decisiones”.

Antes que nada, digamos que la dificultad no es sólo de los jóvenes. La capacidad de decidir está en crisis en general. El nuevo desorden mundial, la complejidad social, el desarme de las redes de contención familiar y comunitaria, la inseguridad del mundo, la superación de las certezas heredadas, la multitud de nuevas oportunidades, la movilidad derivada de transformaciones rápidas y periódicas, la ruptura de la secuencia estudio-empleo-jubilación, la precariedad laboral, la inestabilidad del presente y del futuro… todo contribuye a que elegir sea extremadamente difícil. En este escenario, las personas no siempre pueden gestionar bien su libertad y, entonces, o retrasan sus decisiones, o las toman a medias, o
directamente no las toman.

El miedo a lo definitivo

Hablando de la dificultad para decidirse vocacionalmente, el Sínodo menciona claramente dos causas. La primera es el miedo a lo definitivo. ¿Y por qué este miedo? Porque cuando uno decide, resuelve, concluye, define, o sea, les pone fin a otras cosas, pierde otras oportunidades, descarta otras posibilidades, queda limitado. ¿Y entonces?
Entonces mejor vivir muchas experiencias que vivir la vida con un único punto de referencia, con una pertenencia totalizadora, con un perfil en vez de con muchos avatares. ¿Para qué comprometerse “para siempre”?

La pastoral juvenil, si acompaña el discernimiento, tiene que acompañar también la decisión.

Hoy se etiqueta mucho a las y los jóvenes de indecisos, frágiles, fluctuantes. Tal vez. Pero ¡atención! porque somos los adultos los que les hemos vendido la creencia en la reversibilidad de una elección y, así, en la posibilidad de volver sobre los propios pasos para abrirse siempre a nuevas opciones “sin consecuencias”. ¿No te gusta? ¿No salió bien? ¿No es como esperabas? ¡Siempre se puede elegir otra cosa! Entonces, la vida, esa vida de la que decimos ¡vida hay una sola! Ya no es una secuencia de etapas sucesivas e integradas que me permiten llegar a una meta, sino un incesante explorar y experimentar, subiéndose siempre a nuevos botes para descubrir nuevas orillas.

Los jóvenes, ¿logran ya identificar eso que algunos adultos clasifican “para toda la vida”? ¿Es posible aceptar que ser fiel a una opción de vida es mejor que hacer un scrolling existencial constante? Si las señales que llegan de los adultos y de las instituciones no siempre son fiables, ¿cómo ayudar a las y los jóvenes a decidir qué camino seguir para llegar a destino?

El miedo a equivocarse

La segunda raíz que el Sínodo menciona para explicar la indecisión actual es el miedo de apostar y de cometer errores para no tener que pagar las consecuencias de una mala elección. Este miedo encierra dos riesgos.

El primero es el de patear todo para adelante, postergar, esperar un poco más pero no previendo, sino más bien “viendo qué pasa”. La otra es la de encontrar una fórmula infalible que nos permita hacer una elección garantizada; consultar un gurú o una vidente que me diga qué hacer para luego poner en práctica su receta hasta el más mínimo detalle. ¡Qué ilusión!

¿Por qué hay miedo a elegir? ¿Es una incapacidad personal, una inmadurez psicológica, un rasgo de esta época? En tiempos de complejidad y cambio, ¿es todavía posible elegir? Quien acompaña, ¿da espacio al problema de la inestabilidad del mundo en que vivimos?

En fin, todavía hay mucho hilo en este carretel. Pero concluyamos diciendo que la pastoral juvenil, si acompaña el discernimiento, tiene que acompañar también la decisión. Es más, debe educar a la decisión. Quien acompaña no puede forzar la decisión de nadie, pero tampoco puede prestarse al juego de seguirle el paso a eternos indecisos. Como diría el Sínodo a los educadores: “Acompañar para tomar decisiones válidas, estables y bien fundadas”.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – NOVIEMBRE 2023

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