La pastoral juvenil en clave vocacional.
Por Gustavo Cavagnari, sdb
cavagnari@unisal.it
“Pastoral juvenil” es una especie de término paraguas que cubre un montón de realidades. Por eso no es fácil definirla, o coincidir en los objetivos hacia los que debería caminar, o ponerse de acuerdo en lo que ella tendría que ofrecer.
Para entenderla, al menos podemos partir de las palabras de Francisco en Christus vivit: en cuanto acción de la comunidad eclesial, la pastoral juvenil, brevemente, “implica dos grandes líneas de acción. Una es la búsqueda, la convocatoria, el llamado que atraiga a nuevos jóvenes a la experiencia del Señor. La otra es el crecimiento, el desarrollo de un camino de maduración de los que ya han hecho esa experiencia”. (ChV 290)
Si tenemos en cuenta estas palabras, vemos que la bisagra sobre la que debería girar la pastoral con jóvenes es la experiencia del Señor, hacia la que sin duda debe atraerlos, pero que también debe ayudarlos a profundizar, para que cada chica o chico pueda convertirse en un auténtico discípulo misionero.
Como reconoce el Documento final del Sínodo del 2018, “el punto de partida del camino vocacional de la pastoral juvenil es precisamente esta experiencia”. Siendo así, para ayudar a cada joven a discernir, optar y vivir su vocación —en términos sencillos, su estado de vida, su lugar en este mundo, su misión en esta tierra — la condición es ayudarlo primero a conocer, elegir y asumir la llamada que Dios dirige a todos sin distinción.
El punto de partida del camino vocacional de la pastoral juvenil es la experiencia de Dios que cada joven vive.
Y esa vocación de base, común y compartida, es seguir a Jesús. Por tanto, para una Pastoral Juvenil fecunda es esencial esta visión incluyente y fundacional de la vocación como “el llamado de un amigo, Jesús” (ChV. 287), que propone a todos de “elegir un seguimiento” (ChV 290): ¡el de su persona y su mensaje! “Sígueme”, dice Jesús.
Dar testimonio de Jesús
Ahora bien, el discipulado cristiano al que todos estamos llamados puede vivirse en diversos modos. Esto depende de la vocación particular que cada uno haya recibido. Según la tipología tradicional, estas vocaciones son el sacerdocio, es decir, la llamada a ser “pastores de Su rebaño”; la vida consagrada, o sea, la llamada a ser testigos gozosos de la gratuidad del amor, profetas de fraternidad y custodios de los últimos en las periferias del mundo; y el matrimonio y la familia, es decir, la llamada a ser testigos del Evangelio mediante el amor recíproco, la procreación y la educación de los hijos.
Hoy la Iglesia reconoce además que la condición de soltero, si es “asumida en una lógica de fe y de don, puede convertirse en uno de los muchos caminos mediante los que se realiza la gracia del Bautismo y se camina hacia la santidad a la que todos estamos llamados” (ChV 267). De cualquier modo, no nos olvidemos: estas vocaciones son “diversas formas de seguimiento de Cristo que expresan, cada una de un modo propio, la misión de testimoniar el acontecimiento de Jesús, en el que todo hombre y toda mujer encuentra la salvación” (ChV 267).
El carácter vocacional de la pastoral juvenil no se debe interpretar en modo exclusivo, como si sólo tuviese vocación quien quiere ser consagrado, sino intensivo: ¡todos somos llamados a seguir al Señor!, dice el Documento final del Sínodo de los jóvenes. En esto hay todavía mucho trabajo por hacer, porque implica cambiar un punto de vista arraigado en el imaginario no sólo de los y las jóvenes sino de muchos agentes pastorales.
El descubrimiento de la propia vocación sólo es posible si antes ha existido un proceso de evangelización orientado a favorecer el seguimiento de Cristo en la comunidad. En este sentido, el discernimiento para conocer la propia vocación sólo se entiende desde el interés por seguir mejor al Señor.
¿Refleja todo esto lo que está proponiendo nuestra pastoral juvenil? Cada uno deberá dar su respuesta. Y tal vez, haya lugar para la duda. De lo contrario, no se explica por qué el Sínodo del 2018 haya insistido “con fuerza en la necesidad de cualificar vocacionalmente la pastoral juvenil”, o lo que es lo mismo, volver a entenderla y vivirla como una mediación eficaz que ayude a las y los jóvenes a descubrir, aceptar y madurar la fe cristiana hasta llegar a convertirse en testigos del Evangelio. Después, que sea como cristianos laicos, consagrados u ordenados, ¡Dios dirá!
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – MAYO 2023