Primer lunes de clase del nivel secundario. Subsuelo de una obra salesiana de la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires. Todavía no son las siete de la mañana y ese día no se tomará asistencia a los alumnos del último año: sin embargo,son unos treinta losque se encuentran abocados a preparar el desayuno para sus compañeros de primero.
Algunos se encargan de calentar el agua para el café, el té o el mate cocido. Otros reparten las tortas, budines y galletitas que cocinaron la noche anterior. Cuentan y suman. Saben que los chicos de primero son muchos y no quieren que ninguno se quede fuera de la ronda. Mientras tanto la conversación gira en torno a un solo tema: el festejo del último primer día, el “UPD”, que tendrán esa misma noche. Los comentarios se repiten: “Tenemos que hacer historia”; “vamos a marcar la diferencia”.
Media hora más tarde son casi cien los jóvenes que se encuentran compartiendo el desayuno, algunos empezando su primer día en la escuela secundaria, otros comenzando el último. Algunos profes acompañan. Son testigos privilegiados de lo que allí ocurre: los jóvenes más grandes cuidando a los más chicos.
Mientras tanto, algunos vecinos esa mañana prendieron la tele y seguramente los imaginan cortando la calle, luego de haber pasado toda la noche sin dormir; bailando, tirando pirotécnica y esperando para ingresar al colegio. Ellos ya están adentro recibiendo a sus “hermanos menores” y aguardandoque llegue la noche, cuando festejarán en un bar y luego por las calles de la ciudad, siempre con el objetivo de “ser diferentes”. Casi sin darse cuenta que en ese subsuelo es donde definitivamente estaban marcando la diferencia.
Roberto Monarca
Boletín Salesiano, abril 2018