El “aguante” ya no se aguanta

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Un día empezamos a jugar con fuego y ahora nos llama la atención el incendio. Hace cuarenta años que voy a la cancha. Soy viejo, de la época en que los partidos se jugaban los domingos y todos a la misma hora. ¿Qué nos pasó? Nos enamoramos de nosotros mismos, empezamos a darle el mismo valor a lo que pasaba en la tribuna que a lo que ocurría en el césped. El fútbol, como tantas otras expresiones sociales, empezó a medirse más por la realidad televisada y el aislamiento de las pantallas de celular. Negocio. Estirar el espectáculo para que entretenga. Y si no entretiene, vamos a agregarle condimento: campeonato de hinchadas, duelos de canciones, torneos de “a ver quién se la aguanta más”, desfile interminable de opinadores. De esa cultura estamos hechos.

Y siguen los negocios, que la acumulación de dinero, como el show, siempre debe continuar. Negocia la Policía que falsea la cantidad de uniformados que manda al estadio. Negocian las autoridades de los clubes con sus barras bravas, para recibir algo de sus actividades ilegales o simplemente para evitar sus aprietes. Negocian los actores políticos —el fútbol cada vez más alimenta la clase dirigente— para obtener protección o mano de obra barata. Negocian los jugadores —en exceso de lo que sí les corresponde como trabajadores— para pactar con los violentos por cautela, o a cambio de un aplauso o grito que permita luego pelear mejor un contrato.

Lo que pasó con Emanuel Balbo en el estadio Mario Kempes de Córdoba es una foto. Con este libreto, la película no puede tener final feliz.

Diego Pietrafesa

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