Decir el bien

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En el oratorio de Valdocco, la oración antes de compartir los alimentos era una costumbre arraigada. Son varias las anécdotas donde Don Bosco insiste a los chicos en la importancia de bendecir los alimentos y de dar gracias, reconociendo la acción de Dios. Hacer una oración antes de comer, estando fuera del oratorio, les generaba a algunos la burla de sus compañeros. El mismo Don Bosco, en las numerosas cenas que tenía con personas de la alta sociedad para conseguir su colaboración, parecía ser el único en tener la iniciativa de hacerlo. Algo de su pensamiento puede leerse en el capítulo diez del Reglamento para las Casas de la Sociedad de San Francisco de Sales (Turín, 1877) donde dice: “Forma también parte de la modestia la manera de portarse en la mesa, pensando que el alimento se nos da, no como a los animales, solamente para satisfacer el gusto, sino más bien para mantener sano y vigoroso el cuerpo, como instrumento material que para conseguir la felicidad del alma. Antes y después de la comida, hagan los acostumbrados actos de religión, y durante la comida procuren alimentar también el espíritu, escuchando en silencio la pequeña lectura que en ella se hace”.

Bien de Dios

Muchas veces se escucha que bendecir es “decir el bien”. Decir el bien de Dios sobre las personas, las cosas, los lugares… Como lo expresa Don Bosco, los alimentos son necesarios para todos, para mantenerse vivo, para tener la fuerza que se necesita para seguir adelante con las tareas. Pero en los barrios donde la pobreza ya es parte del paisaje, en las familias donde “no todos los días se come”, o para los chicos que están habituados a comer sólo en la escuela o en el comedor, bendecir los alimentos toma una densidad especial. Para ellos, bendecir los alimentos es realmente pronunciar el bien de Dios, que se les hace evidente en el plato de comida que tienen delante, o en el mate cocido que van a compartir. Entonces, el cantito festivo brota del corazón y se hace fiesta, dando gracias a Dios por lo que se tiene —“el pan nuestro de cada día”—, para compartirlo y pedirle a Él que lo bendiga para que a nadie nunca le falte.

Quizás sea por eso que en nuestros oratorios y grupos hay tantas canciones lindas para bendecir los alimentos. A lo mejor, muchos de nuestros chicos y chicas evidencien la presencia de Dios, como los discípulos de Emaús, en los alimentos compartidos en la misma mesa.

Bien de todos

Retomando un pensamiento del teólogo brasileño Leonardo Boff, se puede pensar también el compartir los alimentos desde la lógica de la comensalidad. Ya los primeros seres humanos, a diferencia de los animales, se reunían para compartir y consumir los alimentos recolectados. Compartir los alimentos hace a la esencia de ser humano, y de ser familia. Supera a la sola “nutrición”: la mesa —la ronda de la merienda— se transforma en un espacio ritual, de comunión, donde compartir la vida y la alegría, la charla desinteresada pero interesada en lo que al otro le pasa.

La bendición de los alimentos da lugar, entonces, a un espacio de fuerte oportunidad educativa, a contramano de la sociedad del fast food, de la tele siempre prendida, de los auriculares puestos y de la palabra escasa.

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