Dos frases me llamaron la atención del reciente mensaje del papa Francisco al pueblo argentino, que nos pueden ayudar a entender la postergación de su visita.
“El mundo es más grande que la Argentina”, dijo. Desde el primer momento de su proclamación, entre nosotros comenzó un “tira y afloje” para ver quién se quedaba con esta “figurita” tan preciada. Poco a poco fuimos viendo cómo antiguos detractores pasaban a ser casi amigos desde siempre, y cómo quienes quisieron usarlo en nuestras internas iniciaban campañas en su contra. Francisco, en sus gestos y palabras, fue dejando en claro que su misión trascendía nuestros intereses puntuales para estar al servicio de toda la humanidad. Nos cuesta no ser el centro del mundo y aceptar que el Papa tiene una agenda que no coincide necesariamente con los tiempos de nuestros calendarios sociales.
Más adelante en el mensaje, dijo: “el pueblo argentino es mí pueblo”. ¿Que significa ser “su” pueblo? Los católicos solemos usar la categoría de pueblo de Dios para identificarnos. Ser parte del mismo pueblo es construir una patria donde la lucha contra la opresión que traen la pobreza, la falta de trabajo y la imposibilidad de realizarnos en lo cotidiano sean nuestras principales tareas. Ser parte del mismo pueblo que Francisco será leer detenidamente la Laudato si e intentar poner en práctica el cuidado de la vida en cada una de nuestras comunidades.
¿Cuándo viene Francisco entonces? Cuando Dios lo disponga. Mientras tanto, podemos ir preparando un buen regalo para su cumpleaños —el 17 de diciembre cumple 80 años—: construir una patria sin oprimidos, donde el narcotráfico, la trata de personas y el trabajo esclavo sean palabras del pasado; una patria donde el hambre sea un crimen y donde la única “grieta” que nos interese sea la que divide a los que cuidan y defienden la vida y a quienes se encubren tras el poder para producir muertes. De nosotros depende.
Por Pablo Rozen
Boletín Salesiano, noviembre 2016