“El que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge, desparrama” (Mateo 12, 30): profundizar esta frase de Jesús nos lleva a reconocer que quien no se la juega por los demás resulta cómplice de la injusticia y la corrupción, y el que no suma al silencio y la indiferencia resta a la impunidad, saca el mal a la luz, y pone en evidencia al malvado.
El sacerdote tucumano Juan Viroche no fue neutral al interesarse por la vida de los más pobres e ir en contra del individualismo silencioso y la indiferencia. Quien se anima a mirar más allá del prejuicio descubre, en el pibe de la esquina, algo más que una amenaza: descubre a un hermano necesitado de amor y cuidado. Sólo al ejercitar ese amor las barreras caen, se descubre el valor inestimable de la vida y se gesta el encuentro y la sanación.
Don Bosco fue un profeta al denunciar los males de su tiempo y arremangarse a luchar por el bien integral de la juventud pobre, abandonada y en peligro. El padre Viroche también se comprometió con la vida en peligro de los jóvenes al denunciar el narcotráfico y la trata, y se animó a vivir el profetismo al que estamos llamados todos los bautizados. Él fue profeta no sólo por denunciar las redes de muerte, sino también por anunciar el amor de Dios y testimoniarlo con su vida: cuanto más sabés que Dios te ama y está con vos, cada vez menos importa quién está contra vos (cf. Romanos 8, 31).
Para todo profeta auténtico, la raíz de sus convicciones y mensajes es la esperanza. Que la muerte del padre Juan no nos robe la esperanza, sino que nos anime a luchar unidos y con fe, así como el pueblo tucumano se unió para que la verdad triunfe ante la corrupción. Que Dios nos ayude a vivir con una profética esperanza: denunciar las injusticias, exigir la solidaridad, permanecer al lado de los pobres y reclamar la conversión.
Por Federico Salmerón, sdb
Boletín Salesiano, noviembre 2016