Construir un proyecto de vida para superar las adicciones

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Soledad. Desesperanza. Inestabilidad. Exclusión. Sentirse atrapados por una sustancia que no los quiere soltar. Contra todo esto tienen que luchar los jóvenes con problemas de adicciones de la villa 31 de Retiro. Pero, en el Hogar de Cristo, encuentran una mano amiga para poder empezar a salir adelante, la mirada atenta, la escucha pasiva, el abrazo incondicional.

La recuperación es posible, siempre y cuando después de un largo proceso que atraviesa diferentes etapas – internación en una granja, hogar de día, terapia, asistencia integral, talleres de oficio – sea posible la construcción de un proyecto de vida. La reinserción laboral se transforma así, en una de las principales metas para conseguir que estas personas puedan sostenerse sin volver a caer en las adicciones.

Para atender a esta objetivo, es que nació Luz de Esperanza, un emprendimiento productivo en el que los jóvenes que están en tratamiento en el Hogar de Cristo de Retiro pueden aprender un oficio y crecer en su proceso de rehabilitación.

En el galpón cedido por el sindicato de estibadores son 4 los jóvenes que a partir de las 10 de la mañana trabajan en el taller de carpintería. Cortan la madera, la pintan, la lijan.

«Siempre fui de ir a misionar y estuve interesado por la parte social. En esta búsqueda me fui a la India y estuve con las Hermanas de la Caridad. Y cuando volví sentí que tenía que hacer algo acá. Vivía cerca de Retiro y muy próximo a la Villa 31. Fui a hablar con el padre Eduardo de los Hogares de Cristo. Conocí el proyecto que tenía como pata floja la reinserción laboral de los chicos que estaban en proceso de recuperación y surgió la idea de armar un proyecto productivo», cuenta Nicolás Donnelly, que estudió Ingeniería y junto a 7 amigos, llevan adelante este proyecto.

Al Hogar de Cristo asisten aproximadamente 60 adolescentes y jóvenes que van a almorzar, hacen talleres y tienen terapias. Parte de su proceso de recuperación, es participar de Luz de Esperanza.

«Queríamos empezar a transmitirles los valores del trabajo a los chicos. Probamos con diferentes artículos hasta que una chica de Galindez Cattering que sugirió la posibilidad de hacer velas para eventos. Con el tiempo sumamos el taller de carpintería con el que seguimos apuntando a los eventos», agrega Nicolás.

Al taller de carpintería los chicos van de lunes a jueves en turnos de 3 horas y los miércoles hacen doble turno. Allí producen bandejas, percheros, cajas, restauración de muebles, bancos, portarretratos y bibliotecas, entre otras creaciones. «Durante el proceso de recuperación en el hogar la idea es que tomen el taller como un oficio y una posible salida laboral. Muchas veces les cuesta sostener el espacio o llegar a tiempo. En general están un promedio de seis meses, porque algunos recaen y vuelven a empezar. Les cuesta retener la información y son muy ansiosos, quieren resolver todo ya. Tenés que trabajar con ellos en la práctica y enseñarles durante el proceso de confección del artículo», explica Ángel Huarachi, responsable del taller de carpintería.

Desde el hogar deciden qué taller es más conveniente para cada chico según su etapa en el proceso de recuperación. «Las herramientas las pone el hogar. Las maderas las vamos comprando. Necesitamos maderas, clavos, herramientas y una aspiradora industrial porque hay muchos chicos con problemas pulmonares por el polvo. Usamos barbijos pero no alcanza», agrega Huarachi.

En un salón del fondo, cinco jóvenes  se ocupan de la confección de velas para eventos. Mientras la parafina se calienta en una olla, unos la vuelcan en los moldes y otros enebran el piolín de la mecha dentro de la vela. Cada uno con su responsabilidad. En total son alrededor de 15 los trabajadores, pero se van turnando.

«Vimos que los chicos después de salir de la granja necesitaban tener una estructura, un orden para hacer cada cosa, un proceso. El objetivo final es que ellos puedan volver a insertarse en un trabajo. Encontramos que había mercado para las velas y que además es algo fácil para hacer. Con contactos empezamos a venderlas y llegamos al mercado de ambientación», cuenta Laura Mega, responsable del taller de velas.

Las ambientadoras son las principales clientas. Y para poder llegar a confeccionar el tipo de velas que ellas necesitaban, tuvieron que pasar por diferentes etapas. Actualmente utilizan moldes realizados con caños de aluminio y todo el trabajo es artesanal. «Hay muchos que arrancan acá y después consiguen trabajo y está muy bien. Esto es parte del tratamiento. Los chicos entregan los pedidos en mano», dice Mega.

«Los chicos cobran por hora y les pagamos por semana. Es fundamental el trabajo terapéutico que se hace desde el hogar. La idea ahora es encarar un emprendimiento de costura porque está aumentando el número de chicas en el hogar», concluye Donnelly.

 

 

Fuente:www.lanacion.com

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