¿De quién es la culpa?

Por Zamira Montaldi
zmontaldi@yahoo.com.ar
Si tuviésemos que enumerar qué temas se estuvieron conversando y debatiendo durante las últimas semanas, la serie Adolescencia sería uno de ellos. El argumento de la miniserie británica se resume en las siguientes líneas: la policía irrumpe de madrugada en la casa de la familia Miller buscando al hijo menor, Jamie, que con tan solo trece años, es acusado de asesinar a una compañera de clase.
Hasta aquí, la historia parece orientarse a ser una serie de suspenso como cualquier otra. Sin embargo, la particularidad radica en que la pregunta que guía la atención –y la tensión– del espectador no es sobre si Jamie es el asesino. Por el contrario, el interrogante se responde ya en el primer capítulo. La duda que aqueja y angustia es el móvil: ¿qué es lo que lleva a un niño a querer quitarle la vida a otro?
El protagonista de la serie es un adolescente de clase media que vive con sus padres y con su hermana mayor. Un chico que va a la escuela, que es inteligente, que le gusta dibujar, que no juega bien al fútbol y que tiene amigos. Jamie sufre de acoso a través de las redes sociales. Él, para el resto de la escuela, es un incel1 –un celibe involuntario–, está marca se vuelve identitaria y lo avergüenza, tanto que él también se ubicará en el rol de hostigador: Jamie tiene que defenderse.
“Yo no fui”
En el inicio de la historia, Jamie dialoga con su padre y con la policía. La frase que más repite no hace más que señalar su supuesta inocencia: “Yo no fui”. Jamie llora y, mientras desayuna los cereales que le acercaron a su celda, en definitiva es tan solo un niño, insiste en que no tiene relación alguna con lo sucedido: él no es el asesino de su compañera. La familia le cree, todos saben que Jamie sería incapaz de dañar a alguien. Es por eso que, cuando el detective aporta la evidencia final, el video del protagonista cuerpo a cuerpo apuñalando a su compañera, genera más estupor y llanto. Mirando a cámara, un niño acongojado vuelve a decir: “Yo no fui”.
Si le creemos al protagonista, ¿quién es el asesino? Y es aquí en donde hay que detenerse y mirar con atención. La serie deja entrever que la violencia no es producto de una acción individual: el asesino no es Jamie, no es un menor, no es un perverso, no es adolescente. Por el contrario, el asesino, parece querer decirnos el director, somos todos: en un asesinato, acto de negación absoluta de la otredad, está expresada la crueldad social, la ruina de una sociedad que no se responsabiliza y la presencia –o ausencia– de un Estado que punitiviza pero que no cuida ni protege.
También, el “Yo no fui” de Jamie nos habla del desdoblamiento que provocan del sujeto las pantallas y, en el que muchas veces los adultos, interpretan como el mundo de lo no real. Y este es el otro gran tema que plantea la serie: lo que sucede en el ecosistema virtual tiene, para las generaciones más jóvenes, la fuerza de lo verdadero. Tanto es así que, en las redes sociales, se efectúan procesos de construcción de la identidad en la que los adolescentes van explorando quiénes son a partir de sus experiencias, relaciones y elecciones que, hoy más que nunca, están atravesadas por discursos de odio e individualismo.
Giuliano Da Empoli, sociólogo italiano, escribió recientemente un libro «Los ingenieros del caos» en donde se analiza cómo las redes sociales y las nuevas tecnologías promueven una dinámica de manipulación de datos y opiniones para provocar la ira y exacerbar las emociones del mayor número posible de personas. ¿Con qué intención? la de generar caos y canalizar ese descontento hacia objetivos políticos de grupos reaccionarios.
Si trasladamos este concepto a la serie Adolescencia, veremos la manera en que opera un fenómeno como el de la “manósfera”2 y que representa un espacio de legitimación para adolescentes y jóvenes que se sienten excluidos. Jamie, a través de las redes sociales, empieza a naturalizar miradas de rechazo y comportamientos de maltrato hacia las mujeres. No es extraño entonces que el protagonista, al igual que sus compañeros, sean consumidores de pornografía y hagan circular fotos de compañeras desnudas.
Zona de nadie
Otra perspectiva de análisis desde la cual se puede abordar la serie, radica en cómo se muestra el espacio escolar. En el segundo capítulo, los detectives van a la escuela de Jamie para entrevistarse con estudiantes y profesores, estaba claro quién era el asesino pero no el móvil. Nuevamente, la pregunta insiste: ¿qué puede motivar a semejante acto de crueldad?
En la decisión artística de una cámara que filma en continuado y sin cortes, vemos a un director que nos sumerge en la vorágine diaria y violenta de una escuela. Y lo más desolador es que los adolescentes que la habitan, no son mirados, solo son temidos. Lo que se muestra allí deja un sabor amargo. En la escuela de Jamie –¿el director habrá querido hablar de todas las escuelas?– no hay aprendizaje; allí todo parece una carrera de obstáculos que imposibilita cualquier experiencia de escucha, cuidado o encuentro. Los estudiantes circulan esquivando profesores que se muestran cansados y paralizados. En definitiva, cada uno a lo suyo, lo importante es el “sálvese quien pueda”.
Según el filósofo Jorge Larrosa educar no se trata solo de transmitir conocimientos sino, también y principalmente, de estar atentos a los cuerpos, a las emociones y a la singularidad de los estudiantes. Algo así como “educar es cosa del corazón”. Sin embargo, estas experiencias parecían estar vedadas en la escuela que muestra la serie. Allí educar no era un acto de ternura ni de cuidado. Siendo así las cosas, ¿cómo Jamie podría haber sido acogido en su dolor por saberse rechazado?
No sos vos, soy yo
Finalmente, el último gran drama refiere a la ausencia de adultos. La serie advierte sobre un mundo escindido entre adolescentes librados a su propia suerte y padres que no saben cómo acompañar. En el capítulo final, encontramos a la familia del protagonista tratando de retomar una vida que, ya sabían, nunca volvería a ser la misma. Sin embargo intentan. Una pintada anónima en la camioneta de los Miller propicia el siguiente diálogo entre los padres de Jamie:
“¿Qué hicimos mal con nuestro hijo? ¿En qué nos equivocamos? ¿Qué dejamos de hacer? Jamie nunca salía de su cuarto. Llegaba a casa, iba a su habitación y azotaba la puerta. Yo veía la luz encendida a la una de la mañana. Tocaba la puerta y le decía ‘Jamie vete a acostar que mañana tienes clases’. Apagaba la luz pero nunca me respondía”.
En este fragmento, la escena de una puerta que nunca se abre, es posible ser leída como la ausencia de un adulto que no sabe actuar como tal. Una de las tragedias que muestra la serie es la relación de los adolescentes con aquellos que deben cuidar, proteger y, principalmente, poner la palabra en el centro del encuentro intergeneracional.
La metáfora de los emojis, aquellos que bien conocen y utilizan los adolescentes en las redes sociales, son una evidencia más de que hay todo un lenguaje al que el adulto no tiene acceso. Los papás de Jamie, frente a lo que ignoran, prefieren dar un paso al costado sin la capacidad de acompañar a su hijo en la incertidumbre propia de todo crecimiento.
Finalmente, la serie puede ser leída desde muchos lentes, no obstante, es necesario hacernos cargo: tal vez, la “adolescencia” a la que se hace alusión desde el título, sea una excusa para hablar de los “adultos”. En Jamie y, en todos los “Jamies”, hay un mensaje que interpela. No olvidemos que, en el entramado social somos los adultos los responsables de abrir puertas, acoger sus preguntas, ofrecer claves para interpretar la realidad y habilitar futuros posibles.
Uno de los nuestros
Por: Susana Alfaro
Es dura la serie, pero lo que nos cae como una piedra sobre el pecho es que, cuando uno empieza a creer que se trata de una acusación injusta, se ve que ese niño que unos minutos antes se había hecho pis con el pijama puesto, el que le pedía al papá que no lo deje solo, ese rubiecito cuya imagen es el ícono de todo lo bueno, sí había asesinado a su compañera.
No es un pibe de la calle, sin familia: sus papás tenían algunas limitaciones personales, pero lo amaban. No era el típico solitario, a la noche se quedaba en la compu. pero iba a la escuela, tenía amigos. Un pibe como los nuestros, como los que amamos, por los que pondríamos las manos en el fuego.
Como si no fuera suficientemente perturbador, cierran los papás en un mar de culpa preguntándose, ¿en qué nos equivocamos? Algunos piensan que mirar una serie así es para deprimirse; pienso el sentido en la otra punta. La pregunta de los padres nos invita a pensar: ¿en qué no nos tenemos que equivocar?
Don Bosco lo tenía clarísimo: “Amar lo que aman”, “Interesarnos por sus cosas”, “ir a donde están”. Y sobre todo, “que se den cuenta de que los amamos”, decirles nuestro amor en un lenguaje que puedan entender. Un amor que haga centro en ellos, en su juventud, en su vida nueva. Ir al encuentro de lo que para nosotros son “rarezas” con los brazos abiertos, sabiendo que aún cuando eso nos lleve a un mundo que nos resulte ajeno y extravagante, vale la pena porque allí habitan ellos y ellas.
- Con estas siglas se agrupa de modo peyorativo y discriminatorio hombres que se los identifican como “célibes involuntarios” por considerarselos no deseados por las mujeres. ↩︎
- Es un movimiento que se da a través de las redes sociales y reivindica la masculinidad tradicional y tiene como enemigo al feminismo.
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BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – MAYO 2025