Tan distintos y tan parecidos

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Francisco de Sales y Juan Bosco

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¿Qué pueden tener en común un niño nacido en el siglo XVI en un castillo medieval, con otro que vio la luz tres siglos más tarde en la casa de los patrones de una humilde pareja de campesinos?

¿Qué lazo invisible podría unir al hijo de una madre adolescente de sangre azul y un autoritario señor feudal muchos años mayor que ella, con un niño criado por una madre analfabeta y un padre labriego que moriría apenas dos años después del parto dejando a su familia carente de casi todo?

¿Qué pensamiento podrían compartir un joven alumno de los centros de estudio más afamados de la época, con otro que debió recorrer muchos kilómetros a pie para acceder a las primeras letras y más tarde mendigar casa por casa para poder estudiar al menos en un pueblo cercano?

¿Qué dificultades parecidas encontrarían un joven que no lograba evitar el seguimiento a sol y a sombra de su intransigente preceptor personal, con otro que ansiaba liberarse de la oposición de su hermano mayor para hacer realidad su deseo de estudiar?

Si algo une a ambos santos es su mirada optimista sobre el mundo, la vida y el corazón humano.

¿Qué sueños y proyectos ocuparían la mente y el corazón de aquel obispo que atravesó valles y montañas en busca de sus fieles dispersos y cuáles, en cambio, albergaría el corazón de aquel sacerdote siempre al borde del agotamiento que recorrió las calles de la ciudad, las cárceles y las obras en construcción en busca de los jóvenes más pobres que llegaban del campo con la ilusión de un trabajo?

¿Qué palabras usarían en común aquel prelado codiciado por las cortes europeas y confidente de señoras de la nobleza, con aquel sacerdote de la periferia que descifraba las jergas de los jóvenes marginales e interpretaba los secretos de sus corazones lastimados por la indiferencia?

A juzgar por su curriculum vitae, Francisco de Sales y Juan Bosco no calificarían para el juego de los parecidos, sino más bien para el de las diferencias. Y sin embargo hubo tanto en común entre ellos que a la hora de fundar una familia religiosa que extendiera y continuara su labor por todo el mundo, Don Bosco eligió el nombre de aquel santo obispo Francisco, y nos convirtió para siempre en salesianos.

De tierras distintas…

Hasta después de muertos continuarían las diferencias. San Francisco de Sales sería reconocido como patrono de los escritores y periodistas católicos, mientras que Don Bosco llegaría a serlo de la juventud, de los aprendices y obreros de la Patagonia, que recorrió en sus sueños misioneros, y hasta de los magos y prestidigitadores.

Aunque vivieron en siglos bien diferentes, es cierto que ambos santos comparten el origen saboyano. En tiempos de Don Bosco, la antigua Saboya había quedado dividida entre el Reino del Piamonte, Francia y Suiza. También la casa real de Saboya había cruzado los Alpes y en esa época tenía su asiento en Turín.

De Don Bosco se ha dicho que es el más santo de los italianos y el más italiano de los santos. En cambio, Francisco de Sales era un auténtico saboyano. La familia del santo obispo había quedado enredada en los conflictos políticos de la época, tanto que en un ajuste de cuentas las tropas del rey Luis XIII arrasaron definitivamente el viejo castillo en el que había nacido y del que hoy no queda más que el recuerdo.

Francisco de Sales promovió una santidad al alcance de todos y ya no como privilegio exclusivo de monasterios y palacios.

… mirando el mismo cielo

Si hay algo que une a ambos santos es su mirada optimista —que no es lo mismo que ingenua— sobre el mundo, la vida y el corazón humano. También los une su inquebrantable confianza en el corazón bondadoso de Dios, a quien es preferible amar que temer, y que busca el bien de todos sus hijos sin excluir a nadie de su amor.

Siglos antes de lo que significó para la Iglesia católica el Concilio Vaticano II, Francisco de Sales promovió una santidad al alcance de todos y ya no como privilegio exclusivo de monasterios y palacios. Una santidad basada no tanto en hacer cosas extraordinarias sino en hacer extraordinariamente bien las cosas de cada día.

También Don Bosco se adelantó a los tiempos con su propuesta de educación y de santidad juvenil, sencilla y popular, en la que todos tuvieran lugar, así fuera un joven sacerdote misionero mártir en China —San Calixto Caravario—; como un estudiante adolescente, hijo de un herrero y una modista de pueblo —Santo Domingo Savio—; un joven príncipe polaco —Venerable Augusto Czartorisky—; como el hijo de un cacique de la lejana Patagonia —Beato Ceferino Namuncurá—; o la hijita también adolescente —Beata Laura Vicuña— de una mamá chilena librada a su suerte de este lado de la cordillera.

Del lado amable de la vida

“Se atrapan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre”, solía decir Francisco de Sales indicando con ello todo un método pastoral basado en la bondad y la amabilidad. “La caridad y la dulzura de San Francisco de Sales serán mi norma”, anotó el joven Juan Bosco entre los propósitos de su ordenación sacerdotal. Y él mismo escribiría muchos años después, ya anciano, en su famosa carta desde Roma de 1884: “El que quiere ser amado debe demostrar que ama. Jesucristo se hizo pequeño con los pequeños y cargó con nuestras enfermedades. ¡He aquí el maestro de la familiaridad!… El que sabe que es amado, ama, y el que es amado lo consigue todo, especialmente de los jóvenes”.

Lo que para algunos podría tratarse de simple demagogia o paternalismo, para Juan Bosco, que había aprendido de su maestro y paisano Francisco de Sales, sería su modo típico de traducir una fe robusta y exigente en amor efectivo, educativo y auténtico. •

En la versión web de este artículo podrás encontrar además dos pequeñas biografías para conocer un poco más sobre la vida y obra de estos santos. Ingresá en www.boletinsalesiano.com.ar/tan-distintos-tan-iguales.

 

Por Néstor Zubeldía, sdb • nzubeldia@donbosco.org.ar

BOLETÍN SALESIANO – SEPTIEMBRE 2019

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