Septiembre, mes de los sembradores

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Tres escenas para reconocer la Vida de nuestros educadores.

Por Ma. Susana Alfaro
salfaro@donbosco.org.ar

Para los que vivimos por estas latitudes, el mes de septiembre es el mes de la explosión de la Vida. Uno siente que el ánimo empieza a prepararse para disfrutar de ese renacer y entonces nos asomamos al jardín o a las macetas buscando algún indicio de que las tareas en las que invertimos nuestro tiempo y comprometimos nuestra esperanza tuvieron sentido. A veces, las señales se hacen desear, pero otras nos sorprenden sin buscarlas

Efectivamente, en septiembre la Vida se vuelve más evidente y nos invita a reconectar con ella y a celebrar sus procesos, también los que se gestaron en la poda, la paciencia y el silencio del invierno.

Será por esta tonalidad vital que septiembre está sembrado de homenajes y reconocimientos a los educadores, jardineros incansables que cuidan y alienta
de tantas maneras el nacimiento y el despliegue de la Vida. Desde su hoja del calendario, el mes de los brotes tiernos y los ramitos de fresias nos invita a mirar con ojos agradecidos a quienes se abajan para mostrar el mundo a los que vienen detrás, compartiendo generosamente todo su saber y su experiencia.

Pocas tareas se parecen tanto a la tarea de Dios, por eso es difícil encontrar palabras para hablar de ella. Pero por suerte está La Palabra, inagotable fuente de imágenes para decir el Amor y la Vida. Y de eso se trata lo que queremos celebrar:

Testigos (Lc. 2, 8-21)

Estaban ocupados en la rutinaria sencillez de su tarea cotidiana y podrían haberse quedado en esa comodidad pero se abrieron a las señales que decían que había algo por lo que valía la pena ponerse en camino y se sacudieron la modorra para ir por más. No dejarse tentar por la seguridad de lo que dominaban a la perfección les regaló un privilegio que jamás hubieran imaginado: ser testigos del primer encuentro de Dios con el mundo, verlo soñar su primer sueño y acompañar el estreno de su humanidad. Fueron ellos, los “que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño” los primeros invitados. Y haberse abierto a la cercanía de ese Dios pequeñito y frágil inmediatamente les hizo saber que en él cabían todas nuestras esperanzas.

No dejarse tentar por la seguridad de lo que dominaban les regaló a los pastores un privilegio que jamás hubieran imaginado: ser testigos del primer encuentro de Dios con el mundo.

La tarea de educar nos regala el privilegio de poder asomarnos a la cuna de ese Dios que, en cada uno de nuestros chicos y chicas, se encuentra con el mundo. Parece que la clave es no andar muy parapetados, “dormir al raso” y dejar que la Vida Nueva que habita en cada pequeña vidita que crece cerca nuestro nos toque el corazón, conmueva nuestras certezas y sea la respuesta a todas nuestras preguntas.

Partícipes (Jn. 2, 1-12)

La fiesta estaba en lo mejor y se quedaron sin vino. Error de cálculo… falta de previsión… vaya uno a saber. Los novios eran sus amigos, pero ¿qué podían hacer? Si hubiesen avisado antes podrían haber pensado en algo, pero ahora, ya no hay mucho para hacer, salvo resignarse.

En medio del nerviosismo y la desazón se escucha una voz que con serenidad les indica: “Hagan lo que él les diga”. Los discípulos se miran. ¿Y qué les iba a decir? ¿Que vayan a buscar a lo de un vecino? ¿Que trajeran uva para pisar? Hacer vino llevaba tiempo, procesos largos. Imposible.

“Llenen las tinajas de agua y llévenla al mayordomo”. ¿Agua? ¡Lo que hace falta es vino! Parecía ridícula la indicación, pero el deseo de ayudar, la seguridad en la voz de su Madre y, sobre todo, la percepción que venían
teniendo de que la Palabra del Maestro tenía una fuerza desconocida, los hizo guardar silencio y disponerse a llenar las tinajas con agua. Lo que sigue, todos lo sabemos.

Los educadores somos incansables generadores de recursos. Desde el tubo del papel higiénico hasta la Inteligencia Artificial, todo sirve, pero la herramienta indispensable es nuestra propia humanidad, que se juega en nuestros gestos y palabras, en nuestro cuerpo que se cansa y nuestra mente que a veces no piensa claramente. Es con esa herramienta imperfecta que estamos llamados a ser parte del milagro.

Los educadores somos incansables generadores de recursos, pero la herramienta indispensable es nuestra propia humanidad.

No tenemos más que agua en nuestra tinaja, a veces, limpia y fresca; otras, no tanto. Pero, ocasionalmente, tenemos la oportunidad de ver cómo el nene que ayer no se soltaba de la mano de su mamá, hoy disfruta del campamento con sus compañeros, o nos encontramos en la sala de profes con un exalumno que ahora es colega o se nos acerca un señor de rasgos familiares que nos dice: “vos fuiste mi animadora en el Oratorio. Siempre me acuerdo de lo que me dijiste”. Y disfrutamos de ese regalo inesperado, sabiendo que no puede haber sido solo el agua de nuestra tinaja, pero con la íntima satisfacción de distinguir su presencia en esa copa de buen vino que la Vida nos ofrece.

«Bienvenidores» (Lc. 15,11-22)

El hijo se había ido hacía tiempo. En un arrebato juvenil había tomado todo lo que creía que le correspondía y, dejando bien en claro que no necesitaba de nadie, había partido a vivir según su propia ley.

Pero el padre no se había resignado. Lo conocía bien, sabía de su corazón impetuoso y guardaba dentro suyo la convicción de que un día iba a volver. Así que todas las tardes salía a la puerta a mirar el camino.

Y una tarde sucedió. Distinguió a lo lejos la figura tantas veces soñada y sin poder contener el impulso salió a su encuentro con los brazos abiertos.

«Bienvenir» es el verbo del educador. Bienvenir al mundo, a la humanidad, al saber, a la autonomía. Bienvenir al pensamiento propio, a la libertad, a la ciudadanía. Bienvenir también las distancias y los arrebatos que
permiten probar las propias fuerzas y dimensionar los amores. Y esperar siempre el regreso. Esperar en la puerta, con el corazón latiendo fuerte, ansiando ver al que regresa apenas asome en el camino para salir a bienvenir nuevamente la Vida. Como si siempre estuviéramos en septiembre.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – SEPTIEMBRE 2023

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