Existen muchas cosas a las que nos acostumbramos. Cuando esto pasa naturalizamos su existencia, empezamos a verlo como “normal” y dejamos de reflexionar y pensar sobre ello. Cada quien podría hacer una lista, pero por lo pronto quiero que pensemos en nuestros alimentos, los que están en nuestra mesa cotidianamente. ¿Nos hemos puesto a pensar de dónde vienen? ¿Quiénes los producen? ¿A costa de qué lo hacen?
A principios del mes de septiembre falleció Fabián Tomasi. Siempre trabajó en el campo, pero fue en el 2005 que consiguió un puesto como fumigador. Allí entró en contacto más directamente con algunos agroquímicos como el glifosato. Todos los días manipulaba estos productos que son vertidos en las plantaciones por medio de avionetas para lograr mayores cantidades de producción. Algunos meses después comenzaron los síntomas y, luego de varias idas y vueltas por hospitales, un médico dio en la tecla: tenía polineuropatía tóxica, una compleja enfermedad que ataca el sistema nervioso. El contacto con esas sustancias había afectado su salud de manera irreversible.
Su cuerpo se transformó en testimonio y estandarte de lucha para que todos tomemos conciencia del peligro que implica el uso de éstos productos. Como muchos profetas fue calumniado, pero varios estudios le dieron la razón: los agroquímicos lo estaban matando y el mismo veneno estaba presente en el aire y el agua de su pueblo en Entre Ríos.
América Latina encabeza el consumo de agroquímicos a nivel mundial. El primer país es Brasil, seguido por Argentina. Que la vida y muerte de Fabián, como la de tantos otros, no sea en vano. Algunos productores están comenzando a realizar cambios significativos en su manera de trabajar desde los principios de la agroecología, pero necesitamos políticas de Estado que velen por la salud de todos antes que por el negocio de algunos. ¿Quiénes ganan y quiénes pierden en este proceso productivo?
Gabriel Osorio, sdb
BOLETÍN SALESIANO – OCTUBRE 2018