Rezar y reflexionar junto a Mamerto Menapace sobre esta época que nos toca vivir.
Por Juan José Chiappetti y Santiago Valdemoros
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“El tiempo enseña nuestro andar, para el que quiera escuchar. Para quien no deja atrás lo que soñaba”, dicen Ciro y Los Persas en la canción Luz. Y así parece ser con Mamerto Menapace: pisando los 80 años, abre nuevamente las puertas del monasterio Santa María de Los Toldos para el equipo del Boletín Salesiano.
La sonrisa, las bromas y la simpatía dan la bienvenida y transmiten eso que es parte de su identidad desde hace décadas: la alegría de vivir, que descansa en la fe y la confianza en Dios. Si bien, en palabras de Menapace, la pandemia no cambia mucho el ritmo de vida en un monasterio “como lo cambia en el oratorio”, nos ha cambiado la vida a todos, y de eso queremos conversar.
¿Cómo ha cambiado nuestra forma de rezar?
Recordando cosas del campo, cuando celebrábamos la fiesta de la abuela, donde se reunían cuarenta o sesenta personas, íbamos todos a la casa de la mamá. Pero había otro momento, cuando había un enfermo en casa. Ahí la mamá iba a la casa de uno. Y el clima era totalmente diferente. Más quieto, más íntimo. Era la mamá que venía y traía su consuelo.
En esta pandemia, en muchas casas se fue armando un altarcito, las familias ponen una imagen de María Auxiliadora… la Virgen ha venido a las casas. Y eso me parece muy valioso. Recuperamos esa presencia de Dios en la familia.
“Quizás al sentirnos en una situación de riesgo es más fácil encontrarse con un Dios al que recurrimos para que nos ayude, y no tanto para alabarlo o darle gracias”.
Todo esto, para bien, ha llevado a una cierta “interiorización” de la expresión espiritual de nuestra fe. Rezamos más, nos sentimos más necesitados.
Pero a veces, interactuando con los más jóvenes, sobre todo en las grandes ciudades, da la impresión de que cuando uno habla de las cosas de Dios, de rezar, parece otro idioma…
Estamos en una cultura donde Dios no es muy nombrado. Nuestros jóvenes… ni siquiera son ateos, simplemente no sienten hablar de Dios en ninguna parte. Es lo que nos toca en este momento. Es muy probable que en una trinchera de guerra se nombrara mucho más a Dios.
Quizás al sentirnos en una situación de riesgo es más fácil encontrarse con un Dios al que recurrimos para que nos ayude. Qué lindo sería que este dolor de la pandemia nos llevara a pensar en el valor de la vida. Nos preocupa tanto poner inyecciones —yo tengo las dos dosis encima—, pero después no le damos importancia al aborto, por ejemplo. Pareciera que la vida en algunos lugares es sagradísima, y en otros no tiene importancia.
¿Qué pequeña cosita podemos hacer para rezar un poco más en medio de la vida cotidiana?
Yo, por ejemplo, recuperé el Rosario. Como necesito caminar todos los días una media hora, rezo dos Rosarios por día, cosa que antes me costaba más.
Cuando el hombre se encuentra con una maravilla —un amanecer, por ejemplo—, le sale el “piropo”: ¡Qué lindo! Esa es una oración de alabanza. Pero a veces, esa maravilla se siente que es para uno… entonces es una acción de gracias. Frente a las maravillas de Dios, alabar y dar gracias.
Pero a veces nos encontramos con las miserias. Y frente a ellas uno llora, suplica, se queja, protesta. Todas reacciones que están en los Salmos. De los ciento cincuenta salmos, casi la mitad son eso: la súplica, el pedido. Y a veces, frente a las desgracias o el mal, uno se da cuenta que es culpable. Entonces dice: “Bueno, perdoná”. Es una oración de arrepentimiento.
Entonces, las cuatro motivaciones para orar son: alabar a Dios por las cosas lindas que suceden; darle gracias; suplicar, quejarnos o llorar frente a las cosas que nos duelen; o, cuando uno sabe que la embarró, pedir disculpas. Cuatro grandes temáticas que nos pueden ayudar a elevar un poco el alma a Dios.
¿Qué descubrimos de nuestra relación con Dios en este tiempo?
Te lo contaría mediante un cuento. Resulta que a San José se le ocurrió hacerle de regalo a la Virgen la cunita para el hijo que iba a nacer. Pero los instrumentos que tenía eran muy rudimentarios. Tenía una espada, vieja, de acero bueno, y con eso trabajaba la madera. Como quería hacer las cosas con finura, la puso en una morsa y le sacó filo. Y justo en ese momento la Virgen lo llama, y José deja todo ahí. Se va al almuerzo y después se echa una siestita.
Cuando se levanta de la siesta vuelve al tallercito para el trabajo. Pero resulta que Mandinga lo había estado mirando. Y dijo: “Yo a José le voy a hacer perder la paciencia, para que vean que no es tan santo como dicen”. Entonces agarró la lima y le melló toda la espada. Parejito, porque cuando el diablo quiere hacer las cosas mal, las hace bien.
José quedó sorprendido. Pero levantó la vista y Dios le guiñó un ojo: la espada había quedado convertida en un serrucho. ¡Mucho más útil para su trabajo! Al final, lo que pensó que iba a ser un desastre, terminó siendo para bien.
Yo no sé si en esta pandemia Dios no nos ha “mellado” un poco nuestra manera de ser, de divertirnos, de rezar. Quizás ahora tengamos un instrumento mucho mejor. Quizás uno empiece a valorar al abuelo que no pudo despedir, pero la abuela vive, entonces puedo acompañar a la abuela, o a otros ancianos.
El tiempo dirá si esta gran “melladura” que nos ha hecho la pandemia en nuestros horarios, en nuestras relaciones, en nuestro contacto con los demás, no será la gran oportunidad de tener un instrumento diferente para relacionarnos entre nosotros.
El monasterio Santa María de Los Toldos, provincia de Buenos Aires, ya ofrece hospedaje para peregrinos.
Más información en http://www.abadialostoldos.org/hospederia
BOLETIN SALESIANO – OCTUBRE 2021