En primera persona

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Por Néstor Zubeldía
nzubeldia@donbosco.org.ar

Me llamo Enrique. Nací en un pueblito italiano de la Lombardía, no muy lejos de Milán. Papá y mamá eran propietarios del Albergue del Sol, una conocida hostería de la región. Éramos nueve hermanos, cinco mujeres y cuatro varones, de los cuales yo el séptimo entre todos. Papá murió a los cuarenta y seis años, cuando yo tenía sólo once. Se imaginarán que para mamá fue muy difícil criarnos y a la vez poder sostener el emprendimiento familiar que nos daba de comer. Fui a la escuela primaria de nuestro pueblo, que funcionaba en un viejo granero alquilado.

A los 19 años entré al noviciado de los salesianos. Nuestra zona había dado ya muchas vocaciones, también para los salesianos. Incluso hubo salesianos de nuestro pueblo misioneros y mártires, como Bassano Lareno Faccini, que fue secretario del obispo San Luis Versiglia en la China y asesinado también él, quince años después del obispo, en 1945. Mi maestro de novicios en Foglizzo fue don Barberis, el primero en la historia de la Congregación, muy cercano a Don Bosco. Tuve también como formador a mi paisano don Luis Savaré, a quien todos considerábamos como un santo en vida.

Monseñor Cagliero me ordenó sacerdote en Valdocco, en la Basílica de María Auxiliadora. Sólo dos semanas después, recibí allí mismo el crucifijo misionero de manos del cardenal arzobispo de Turín. Don Cagliero había partido desde ese lugar guiando al primer grupo de diez misioneros salesianos. Dieciocho años después volvía desde la lejana Patagonia para acompañarnos también a nosotros, que ya éramos más de cuarenta entre salesianos e hijas de María Auxiliadora. Y no partíamos sólo hacia la Argentina, sino también a Chile, Brasil, Ecuador y Perú. Recuerdo que festejamos la Navidad en alta mar. En el largo viaje de veinte días, Monseñor Cagliero nos fue enseñando pacientemente el idioma y las costumbres de nuestro futuro país. Buenos Aires, donde desembarcamos los últimos, ya tenía casi un millón de habitantes, entre ellos más de doscientos mil italianos, que hablaban todos los dialectos de la península.

Antes de salir de Valdocco, Don Rua, el sucesor de Don Bosco, me había dado un sobre para llevar a Buenos Aires. Al llegar lo entregué enseguida a mi superior como me había indicado. Con los años, supe que era una notita, escrita por él de puño y letra, que decía: “Acá va un campeón. Formen muchos según su ejemplo”. De sólo recordarlo me pongo colorado.

Llegué a Almagro con la basílica de María Auxiliadora todavía en plena construcción. Y aunque viví también en Bernal y fui director en Uribelarrea, allí en la capital estuve treinta y cuatro años. Fui confesor en la basílica, enfermero en el colegio Pío IX, animador del oratorio de San Francisco de Sales y capellán del Hospital Italiano.

En Almagro fui haciéndome amigo de muchos jóvenes, unos por el oratorio, otros por el Círculo Católico de Obreros o porque son italianos como yo y buscan acercarse a alguien que los comprenda y los acompañe. Entre ellos está Vicente Sívori, con quien compartimos el gusto por la fotografía. Me hice muy amigo de él y de su familia, tanto que el día de San Enrique me invitan cada año a almorzar con ellos en la larga mesa familiar, bien a la italiana. Al final los Sívori terminaron emparentados con Mario, otro joven amigo mío que les presenté cuando vino de Turín, donde ya había conocido a los salesianos. Al llegar a Buenos Aires, Mario fue a la capilla San Antonio, allí conoció a Regina, que es hermana de los Sívori, y se hizo fan de San Lorenzo, en el mismo lugar donde el padre Lorenzo Massa comenzó el club con los muchachos del barrio. Mario y Regina se enamoraron y se casaron. Yo los acompañé ese día en la basílica de Almagro. ¡Cuántos recuerdos! Él siempre quedó muy agradecido conmigo, especialmente desde aquel tiempo que había quedado en la lona, en plena crisis del 30 y yo conseguí un amigo que le hizo un préstamo para que pudiera armar su negocito. Con esa ayuda salió adelante y al poco tiempo pudo pagar toda la deuda.

Al año siguiente del casorio, el día de Navidad, bauticé en la basílica al primer hijo de esta parejita, llamado Jorge Mario. Y más tarde, a tres de los que vinieron después. Me faltó uno, que nació cuando yo estaba lejos, en Tierra del Fuego. Cuando Jorge Mario creció, charlaba conmigo de vez en cuando. Un día me pidió que intercediera ante sus papás para que lo dejaran entrar al seminario. Él ya trabajaba como químico, pero la mamá quería que estudiara medicina. Recuerdo que la charla se dio justito el día en que Mario y Regina celebraban los veinte años de casados en una confitería de Flores y me habían invitado. Jorge, que es un joven muy despierto y no da puntada sin hilo, ya había hablado antes conmigo para preparar el terreno. La conversación quedó servida y yo pude hacer mi aporte en el momento justo, sin presionar ni incomodar. Al final, Jorge entró al seminario. Ahora lo dejó y entró con los jesuitas. También eso vino a charlarlo antes conmigo. ¡Vaya a saber qué será de la vida de este muchacho! Lo veo tan decidido y a la vez tan normal, con muchos amigos y proyectos… Dios dirá. Él nos pone a los salesianos en medio de los jóvenes, de sus vidas, sus historias y sus búsquedas. Y es cuestión de saber descubrir las huellas de Dios caminando junto a ellos y de acompañar a los buscadores… ¡A mis setenta y pico de años es tan gratificante tener la confianza de los jóvenes! ¡Y mucho más después de haber podido acompañar a sus propios padres!


Enrique Felipe Pozzoli nació en Senna Lodigiana el 29 de noviembre de 1880. Vivió 58 años en la Argentina. A los ochenta, ya enfermo de cáncer, visitó por última vez a su familia en Italia. Con el tiempo, su nombre prácticamente había desaparecido de la historia, hasta que aquel niño que bautizó en Almagro en la Navidad de 1936 llegó a ser Papa con el nombre de Francisco. Enrique Pozzoli había muerto en Buenos Aires el 20 de octubre de 1961, a los ochenta y un años. Hoy, la plaza frente a la parroquia de Senna Lodigiana lleva su nombre. El periodista Ferruccio Pallavera entrevistó al Papa en Roma en 2020 y al año siguiente escribió la biografía del padre Pozzoli con el título “Yo hice cristiano al Papa”.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – MAYO 2025

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