No lo tenían pensado, pero no tuvieron miedo

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A María, Dios le cambia los planes. También a Don Bosco. ¿Qué tendrá para decirnos a cada uno de nosotros?

Por María Susana Alfaro*

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“No temas, María…”

¿Qué hacer con esa catarata de emociones que la invadía? El pensamiento y las palabras resultaban insuficientes para expresar esa realidad tan misteriosa que se le iba revelando: ella, una joven de Nazareth, invitada a participar de la realidad divina. Ella, que recién se abría a la vida, llamada a acunar la Vida. Ella, que como mujer judía no podía ingresar al templo para adorar al Señor, llevaba a Dios acurrucado en su seno. 

No estaba en sus planes. Sin embargo, algo le decía que ese era, en realidad, Su plan. Mil preguntas y temores aparecían dando vueltas pero, cuando esas voces se acallaban y se encontraba en silencio frente a lo que le estaba pasando, la llenaba una sensación de plenitud difícil de describir. 

No era lo que se esperaba de ella. No era lo que había imaginado en primera instancia. Seguramente iba a despertar opiniones encontradas, pero sólo ella sabía cuánta Vida tenía ahora su vida. Era una experiencia casi inabarcable: en su pequeña vidita de Nazareth, Dios encontraba lugar  y se manifestaba en toda su grandeza.

No era lo que se esperaba de ella. No era lo que había imaginado en primera instancia. Seguramente iba a despertar opiniones encontradas, pero sólo ella sabía cuánta Vida tenía ahora su vida.

Y todo su ser se iba impregnando de esa Vida que, burbujeante, exigía comunicarse. ¿Quién mejor que Isabel, su prima, para entender lo que estaba viviendo? Ella también estaba esperando un hijo y también era una mujer de fe. A pesar de la diferencia de edad, siempre había habido entre ellas una conexión particular: estaba segura de que iba a saber entender todo eso que le inundaba el corazón.

Cuando Isabel la vio llegar no hicieron falta las palabras. La sintonía entre ellas fue inmediata. María era su prima de siempre pero traía una luz particular. Estaba como encendida, transparentaba Algo Nuevo que la estremeció hasta las entrañas. Ella se sintió pequeña para semejante visita, pero ahí estaba su prima, habiendo recorrido ese camino de montaña, lista para compartir la vida y acompañarla en lo que hiciera falta.

Después del primer abrazo de bienvenida, las palabras brotaron una tras otra: “Dios es grande, Isabel, ¡mirá lo que estoy viviendo! Mi vida, tan pequeña, está llena de Él. Al principio no entendía nada, pero vinieron a mi cabeza todas Sus promesas y empecé a entender. Todos mis planes quedaron desbaratados. Sin embargo, nunca me sentí tan feliz. Confío en que Él me va a sostener. Esta Vida Nueva que crece dentro mío me da una fuerza que nunca había experimentado. Pero contame, ¿vos cómo estás? ¿En qué te ayudo?”

 

“No temas, Juan…”

En el año 1841 Juan Bosco era un joven de veintiséis años y acababa de ordenarse sacerdote. Su inteligencia y su espíritu entusiasta siempre habían hecho que se destacara por lo que, llegado a este punto, muchas posibilidades se abrían frente a él. La mayoría, en medio de la burguesía de Turín. Pero por sobre todas esas voces que lo llamaban y le hacían propuestas, él escuchaba una Voz susurrándole al oído.

Para quien miraba de afuera podía ser un capricho juvenil, un suicidio ministerial, una ingratitud frente a quienes le estaban ofreciendo otras oportunidades. Para Juan, fue la única respuesta posible. Con un oído puesto en lo más profundo de sí mismo y, el otro, en las calles de Turín abarrotadas de pibes sin nada que esperar, humanizado en la conciencia de sus fragilidades y animado por la certeza del Amor Providente de Dios, dijo su “sí”.

El «sí» de Don Bosco nos inspira para seguir buscando entre medio de tanto vértigo a ese Dios que nos habla suave al oído y nos conecta con lo más auténtico

Un “sí” que tomó forma única y que nos trajo a tantos hasta donde estamos hoy. Un “sí” único e irrepetible que invitó a miles de jóvenes a encontrar sus propios “sí”. Y que nos inspira para seguir buscando entre medio de tanto vértigo y tanto ruido a ese Dios que nos habla suave al oído y nos conecta con lo más auténtico de nuestro ser, con ese lugar íntimo, vacío de máscaras y libre de excusas, que nos permite alojar la Vida y hacerla crecer para que otros vivan.

* Texto escrito con los aportes de equipo de pastoral de la casa salesiana Don Bosco de Ramos Mejía para el mes de María Auxiliadora 2019.

BOLETIN SALESIANO – ABRIL 2020

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