La ternura del límite

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La sana distancia entre educadores y jóvenes.

Por Daniela Trimakas
dtrimakas123@gmail.com

En algún momento de nuestra vida hemos recibido lecciones perezosas sobre los límites y el valor de los mismos, sin darnos cuenta de que en las diversas situaciones conflictivas que hemos accionado concretamos límites que otorgaron oportunidades.

Al finalizar el cuarto capítulo de “Mi planta de naranja lima”, Vasconcelos, rescata en su condición de pobreza extrema la ternura del no, de la corrección exacta y justa, del valor a no perder el afecto y por sobre todo el límite que trazaban aquellos que realmente lo querían, siendo esta obra una narración autobiográfica de su infancia.

En la escena de escuela que se hace mención, Zezé, amaba a su maestra y sabe que ella también lo quiere profundamente. Su pobreza no deja mostrar su afecto. Roba una flor todas las mañanas para dejarle en el florero. Cuando aparece la verdad a oídos de ella, espera, está apenada. Al quedar solos le pregunta. Se abre una conversación profunda y emocionante. Con cinco años, Zezé esgrime frases como “si al mundo lo creó Dios entonces a la flor también y puedo tomarla”. Advierte la bondad de la maestra y se resiste en aceptar aquellas monedas que siempre le ofrece para comprarse la merienda: él no podía aceptarlo cuando su compañera se encuentra en una peor situación. El pequeño está apenado y promete no robar más. La maestra le dice que verá siempre el florero con la flor más bella traída por Zezé. Habló con ternura y lo dejó ir.

En la escena se observa la importancia del límite, el adulto ama con un corazón pleno, y siente el deber de amar aún más, pero también tiene la valentía de decir “esto está mal”. Lo corrige con serenidad y solito, no
necesita público para marcar su autoridad
, ya la tiene porque no resigna su campo de acción. Establece y comprende que los límites no imposibilitan la libertad.

El límite es seguridad, y su ausencia, repercute en la seguridad de los jóvenes.

El límite es seguridad, y su ausencia, repercute en la seguridad de los jóvenes. Es el modo de comunicarles que los adultos se están haciendo cargo de los escenarios que enfrentan, que están tomando en serio lo que acontece.

“No pasa nada”

Vivimos en una sociedad que generalmente tiende a empujar los límites, y no sólo a los jóvenes, “total no pasa nada”. En ese corrimiento decantan los valores de la vida en sociedad que necesita de los límites para la convivencia, es necesario entender que el otro es límite y a la vez oportunidad.

En algunas ocasiones con el propósito de que los destinatarios estén a gusto y tengan confianza, se tolera lo inapropiado, siempre se está negociando, se mezclan los roles entre el educador y el destinatario, todo se presta para estancarse en conversaciones dubitativas o imprecisas.

Si bien Don Bosco dice “procura hacerte amar”, no le alcanza con este difícil mandato, además, agrega: “…y que lo sepan”. No poca cosa pidió el querido pedagogo Don Bosco. Es un pedido profundo que demanda convicciones transformadoras. Que el joven pueda encontrarnos en el afecto de la trigonometría con todos los cálculos, en el silencio del aula para aprender, que pueda sentir que no es enojo cuando esconde la cabeza entre los brazos apoyados al pupitre dormitando y no se le canta precisamente una canción de cuna.

Puede ser difícil actuar, pero no se debe renunciar a quererlos más. “El miedo es mal consejero” reza el refranero popular muy acertadamente. A veces, el educador teme poner límites porque supone que el joven va a dejar de quererlo. O peor aún, teme equivocarse y pasar por una cuestión administrativa tediosa. Es ahí donde el vínculo entre ambos queda dudoso, porque ninguno cumple su rol: uno desafía la norma, el otro lo deja pasar.

Pastor entre las ovejas

La educación emocional atiende, en parte, lo que Don Bosco había pensado mucho tiempo antes para sus escuelas, patios y oratorios: las relaciones positivas entre los educadores y los jóvenes, las que animan, las afectuosas,
están en consonancia con la mejora en los resultados de los alumnos. “El afecto genera confianza”, dice Don Bosco y aquellos que confían en quien los educa seguramente levanten vuelo.

La propuesta educativa pensada por Don Bosco hace énfasis en la preocupación por animar a los jóvenes y a los educadores, ambos deben ser cuidados. Sabe, el santo, que un educador feliz, con formación, seguro y apasionado por su vocación es el pastor entre las ovejas.

En el relato de Vasconcelos puede observarse cómo el pequeño Zezé comparte y atiende a otra pequeña más pobre que él. Él se ocupa del recreo, de la merienda, del entretenimiento, se hace cargo y juntos, salen adelante.
Es interesante esta comparación con la propuesta de Don Bosco, él sueña con un patio donde la educación, la animación, sea del joven por el joven. Donde ellos puedan sostenerse, donde estén dispuestos a darse oportunidades unos por otros, a aprender lo que puedan proporcionar, a ofrecer tiempo y vida porque en esta sumatoria se asegura un ambiente educativo juvenil en el cual todos ganan.

Es un deber no dejar de escuchar las voces juveniles con las nuevas propuestas que atraviesan nuestras aulas, nuestras casas. Debemos aprender a tomar riesgos, a trazar límites que abracen y a experimentar el sentir del latido del corazón de nuestros alumnos.

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