El contexto en que vivimos ya manifestaba un estado de emergencia educativa; la pandemia hizo aún más apremiante el llamado del papa Francisco a un pacto educativo global.
Por Micaela Luque *
mluque@donbosco.org.ar
No había terminado el difícil año 2020, y en muchos lugares ya se daban acalorados debates acerca de cómo encarar la educación en 2021. Y si bien hay un amplio consenso en que la educación debe ser una prioridad, muchas veces la discusión parece diluirse en cuestiones secundarias. Por eso, y desde antes de la pandemia, Francisco invita a mirar más allá y propone un Pacto Educativo Global.
Esa fue la consigna del evento mundial que tuvo lugar en octubre pasado, cuando convocó a líderes y representantes del mundo para firmar un compromiso común por y con las jóvenes generaciones por una educación más abierta e inclusiva. Lejos de ser repentina, esta iniciativa es la concreción de su magisterio. El contexto en que vivimos ya se manifestaba en un estado de emergencia educativa; la pandemia hizo aún más apremiante el llamado de Francisco.
Una alianza entre hermanos
La fraternidad es la guía: Francisco no habla de una acción educativa particular, ni del desarrollo de un programa, sino que se concentra en un pacto, una alianza. La elección de sus palabras no es ingenua, pues sabe que para hacer un pacto se necesitan dos o más personas, y un vínculo de amor que derriba muros y restablece la paz. Al introducirse estos conceptos en los procesos educativos, se despliegan otras gramáticas de las relaciones humanas: encuentro, solidaridad, misericordia, generosidad, diálogo…
Para la construcción de este nuevo humanismo será indispensable educar en un nuevo modo de pensar que mantenga juntas la unidad y la diversidad, la igualdad y la libertad, la identidad y la alteridad. Porque de otro modo, lo que nos aguarda es una unidad asfixiante que hace imposible la existencia del otro —y también de uno mismo— o un desorden caótico donde las individualidades son indiferentes, haciendo improbable cualquier encuentro.
Algunos desafíos actuales
La cultura del descarte proviene, justamente, del rechazo de la fraternidad. Su lógica de consumo afecta sobre todo a ancianos y niños: a los primeros por ya no ser productivos, y a los segundos porque aún no lo son. Una identidad personal sin los demás está vacía, porque no tiene memoria ni perspectiva, y provoca inseguridad e inestabilidad. Se vuelve imprescindible “la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido” (LS 202). En este sentido, tampoco puede perderse de vista la interdependencia entre el ser humano y la naturaleza. Por eso la educación está llamada a crear una ciudadanía ecológica.
Otro desafío tiene que ver con el uso y la gestión de los mundos digitales. Las nuevas generaciones se han visto obligadas a vivir la contradicción entre los tiempos de aprendizaje y madurez, y los tiempos de Internet. Sumado a esto, al filtrar la realidad, el mundo virtual que se muestra accesible a todos tiende a contribuir a la globalización de la indiferencia. Benedicto XVI advierte que “la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos” (CV 19).
La desintegración psicológica es otra de las problemáticas más urgentes indicada por el Papa. La atención hoy está atraída por estímulos rápidos y simultáneos, que hacen difícil vivir el silencio necesario para familiarizarse con los propios miedos y anhelos. Es una prioridad educar las preguntas de los jóvenes, dedicar tiempos y espacios al desarrollo de las grandes cuestiones y deseos que llevan a la búsqueda de lo trascendente.
Las personas en el centro
Es importante, también, detenerse en el valor de la relación educativa. La experiencia confirma que una buena educación no reposa sólo en la preparación de los docentes o en las competencias de los estudiantes; depende más bien de la calidad de la relación que establecen.
Los niños y jóvenes tienen mucho para ofrecer con su entusiasmo, su compromiso y su sed de verdad. Y este es el sentido de la propuesta de Francisco de poner en el centro a la persona. También implica hacerse cargo de las situaciones concretas en las que se encuentran muchos niños y jóvenes, y tener la fuerza —como comunidad— para ofrecer a la educación las mayores energías disponibles.
Al estilo de Don Bosco
Desde nuestro carisma salesiano estamos en condiciones de realizar significativos aportes:
– reafirmando que “la educación es cosa del corazón”, y que es eficaz retomar en lo cotidiano experiencias humanas como la alegría, la compasión, el miedo, la inseguridad, la decepción;
– poniendo en el centro de la acción educativo-pastoral al niño y al joven, su formación integral, sus necesidades y su vitalidad;
– formando buenos cristianos y honrados ciudadanos, proponiéndoles un horizonte de sentido y una evangelización que sea anuncio y encuentro con Jesús;
– dándoles oportunidades a nuestros niños y jóvenes para que desarrollen una conciencia crítica y ganen la seguridad que brota de la creatividad;
– propiciando una pedagogía del encuentro que nos ayude a valorar las nuevas formas de pensar y sentir de nuestros niños y jóvenes, y nos permita ser sus compañeros de camino.
Debemos ser capaces de mirar al mundo para anunciar que otra realidad es posible. El compromiso es con la sociedad toda, que al educar(se), se renueva. Francisco repitió varias veces que educar es un acto de esperanza: no solo porque se educa para el futuro, sino porque el hecho mismo de educar está atravesado por ella.
* Micaela Luque es docente y educadora salesiana. San Nicolás de los Arroyos, Buenos Aires.
BOLETIN SALESIANO – MARZO 2021