Don Bosco fue desde muy chico un gran comunicador. Lo llevaba en su sangre. Supo educar y evangelizar a sus jóvenes, en un contexto precario y agresivo, a través del teatro y la expresión corporal. De allí que el teatro en la praxis pastoral salesiana ocupe un lugar privilegiado para educar la conciencia y el corazón, para promover cualidades, y para prevenir e infundir valores religiosos y humanos.
En la actualidad, como herramienta invalorable de enseñanza y estrategia educativa, el teatro nos ayuda a comprender y acercarnos un poco más al lenguaje de los jóvenes. Es una forma de conexión con el mundo juvenil.
El teatro salesiano fue y será siempre un espacio de formación, comunión y crecimiento. Como así también de reflexión y de encuentro con Dios. Es una respuesta concreta a las nuevas necesidades juveniles. No hay que olvidar que Don Bosco pensó este medio para acercar a sus jóvenes más a Dios… pero sin olvidar que la felicidad se construye en esta tierra, asumiendo la propia vida. Despertó en sus chicos una manera distinta de afrontar la realidad. Con palabras de hoy, les enseñó a poner el cuerpo, a tener una actitud diferente frente a la adversidad, a mirar la propia historia con otros ojos: ojos humanos, ojos de fe. No improvisó como hacen los grandes actores, sino que se dejó inspirar y conducir por el Espíritu Santo.
El teatro potencia la capacidad de crear y proyectar, agranda nuestra sensibilidad para descubrirnos en un mundo creado por Dios, en relación con los demás y con las cosas que nos rodean. Genera un proceso interior de búsqueda que nos lleva a practicar la generosidad para servir a otros, para hacer experiencia de que también nosotros necesitamos de los demás. Nos brinda conocimientos acerca de nuestros sentimientos y de nuestro entorno, y nos hace tener una mirada más real del mundo y de nosotros mismos.
El dominio del cuerpo, el esfuerzo por estar atentos a la improvisación, el manejo de la frustración y la conquista de uno mismo mediante el equilibrio emocional; las virtudes de la humildad y la sencillez, del compartir y no querer ser más que los demás, ni sobresalir a costa de otros… Todo esto puede generar mujeres y hombres nuevos, que luego de conquistarse a sí mismos por medio de la educación y la cultura, se lancen a construir el mundo que ellos sueñan.
Hoy el lenguaje corporal es una ventana al corazón del niño y del joven, una herramienta válida y muy actual que maneja un lenguaje universal capaz de transformar situaciones y realidades humanas. El teatro, como “gesto salesiano”, puede ser un válido aporte a la expresión de los jóvenes hambrientos por comunicarse y expresar sentimientos de su mundo que no hacen por otros medios.
¡Qué significativo sería para nuestra espiritualidad recuperar estos gestos en nuestros patios, aulas, grupos y movimientos, reconociendo que nuestros jóvenes son afines en este tiempo a la imagen, al sonido y a todo lo que el cuerpo expresa y dice! Ellos mismos buscan esos espacios para expresarnos sus sentimientos e ideas, y también sus reclamos y gritos.
El ejemplo de Don Bosco nos convoca y nos invita a buscar nuevos caminos de contacto y comunicación, de cercanía e integración, de nuevas fronteras con el mundo de los jóvenes.
Por Germán Llomplat, sdb