Para los benedictinos, el lema de la vida espiritual es “Ora et labora” —“reza y trabaja”—. Es decir, la oración litúrgica ocupa el centro de la propia actividad, mientras que el trabajo es el complemento que equilibra las tendencias de cada persona y el aporte de cada uno a la comunidad. En cambio, para Don Bosco y los salesianos esas dos dimensiones se encuentran invertidas: la centralidad pareciera estar en el trabajo apostólico a favor de los muchachos, mientras que la entrega incondicional a Dios motiva y sostiene constantemente su laboriosidad.
Hombre de actividad incansable
La inclinación de Juan Bosco hacia el protagonismo activo es instintiva. Desde niño ayuda a su madre en algunos quehaceres domésticos, o cuida en los prados de I Becchi la única vaca que poseen, mientras multiplica sus ocurrencias para entretener a los niños de su edad. Más tarde, en Chieri, añade a las horas que dedica al estudio y a la lectura otras variadas faenas que le sirven para ganarse de qué vivir y para compartir momentos amenos y formativos en la Sociedad de la alegría, que él mismo organiza.
En sus propósitos de preparación a la ordenación sacerdotal se compromete a no dedicar al reposo más de cinco horas por noche, y a programar su actividad de tal manera que el descanso consista en cambiar de ocupación. Como joven sacerdote pone a prueba su salud hasta el agotamiento por exceso de trabajo, debiendo suspender su actividad con los muchachos por varios meses. La propensión de Don Bosco por el trabajo es una opción, en la que se suman tanto la inclinación temperamental y la proveniencia campesina como el desafío sociocultural de la época y la convicción adquirida en los años transcurridos en el Convitto de Turín bajo la guía de San José Cafasso. No sorprende entonces que, a los setenta años de edad, el médico constate que su estado físico se asemeja al de un vestido totalmente desgastado por el uso.
Los pocos ejemplos sobre la laboriosidad de Don Bosco mencionados son sólo una percepción superficial de la realidad. Es importante preguntarse: ¿Cuál es el fundamento de esa acción incansable? Responde Eugenio Ceria en un libro escrito en ocasión del proceso de beatificación y canonización por encargo del Rector Mayor don Felipe Rinaldi, titulado Don Bosco con Dios: todo lo que Don Bosco realiza está orientado al bien de los muchachos y tiene su explicación fundamental en los designios de la Providencia divina. La mención inicial a la infancia de Juan Bosco evoca el sueño al que, cincuenta años más tarde, él asocia la misión providencial de su futuro trabajo, inspirada por Jesús, el Buen Pastor, y conducida bajo la guía de la Virgen María, protagonistas con el mismo Juan Bosco en ese sueño.
Acción educativa inspirada por Dios
Las escenas infantiles apenas mencionadas están también cargadas de significado en función educativa. Esa acción es el lugar privilegiado del espíritu salesiano, donde Don Bosco encuentra a Dios en el servicio a los muchachos: “El que recibe a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado, porque el más pequeño entre todos ustedes, ese es el mayor”, afirma Jesús (Lc 9,48). Se puede entonces decir que, para Don Bosco, la actividad educativa es un signo concreto del encuentro con Dios.
De este modo el trabajo con los más pequeños se transforma para Don Bosco en su mística y en su ascesis, inspiradas en el espíritu salesiano. La mística hace accesible el encuentro y la unión con Dios; la ascesis permite modelar la vida según el Espíritu del Evangelio. Este es el camino original y específico de quien busca encontrar a Cristo y vivir según el estilo de Don Bosco.
En el año 1880 Don Bosco tiene dos conferencias dirigidas a los cooperadores, distanciadas un mes una de la otra, insistiendo sobre el mismo concepto: “En otra época bastaba reunirse en santas prácticas de piedad y la sociedad, llena todavía de fe, seguía la voz de sus pastores. Ahora los tiempos han cambiado y, por tanto, además de rezar fervorosamente, conviene trabajar y trabajar incansablemente, si no queremos asistir a la ruina de la juventud” (Boletín Salesiano, en junio de 1880). Y también: “Antes podía bastar unirse en la oración; pero hoy, cuando son tantos los medios de perversión, sobre todo con peligro para la juventud de ambos sexos, es necesario unirse en el campo de la acción y actuar” (Boletín Salesiano, en agosto de 1880).
Emblema de la Congregación Salesiana
En los últimos años de su vida Don Bosco vuelve con una cierta insistencia sobre algunos puntos, entre los que llama la atención que reaparezca repetidamente la recomendación sobre el trabajo. Hace diseñar el emblema de la Congregación Salesiana en 1884 con la intención de incorporarlo en la decoración de la basílica del Sagrado Corazón, que está construyendo en la ciudad de Roma a pedido del papa León XIII. El emblema se imprime por primera vez, con fecha del 8 de diciembre de 1885, en una circular firmada por Don Bosco.
Se recogen varias sugerencias sobre la frase que se convertiría en el lema: una de ellas registra “Trabajo y templanza” —luego substituida por la palma y el laurel—, y la elegida: “Da mihi animas, cetera tolle”. En las imágenes se representan las tres virtudes teologales —fe, esperanza y caridad—, el titular y patrono san Francisco de Sales, un bosque —en italiano: ‘bosco’—, que alude al fundador, y unas montañas que indican la perfección cristiana, como el laurel y la palma ya mencionados, y representan la vida laboriosa y sacrificada a la que deben aspirar los socios.
Aunque hacia el final de su vida aumenta la dificultad de Don Bosco para escribir, la insistencia sobre la laboriosidad queda registrada al menos en uno de sus escritos más preciosos, llamado Testamento espiritual: “Cuando suceda que un salesiano sucumba y deje de vivir, trabajando por las almas, digan entonces que la Congregación ha alcanzado un gran triunfo y sobre ella descenderán, copiosas, las bendiciones del cielo”. Y en sus labios la recomendación sobre el trabajo se hace frecuente, hasta durante el último mes de su enfermedad: “Una sola cosa pido al Señor: que pueda salvar mi pobre alma. Te recomiendo que digas a todos los salesianos que trabajen con celo y con ardor. ¡Trabajo, trabajo! Dedíquense a salvar almas” (MBe XVII, 428).
Es una orientación de la vida, que puede considerarse típicamente ‘salesiana’, porque pone en ejercicio una dinámica espiritual propuesta por San Francisco de Sales, quien así escribe en la Introducción a la vida devota: “En todos los quehaceres apóyate en la Providencia de Dios, por la cual únicamente deben regularse tus decisiones. Trata de cooperar con la Providencia, pensando que la confianza en Dios te será siempre muy provechosa, aunque en el momento no adviertas con certeza si te traerá o no algún beneficio”.
Por Juan Picca, sdb