Cuerpos que crecen “encerrados”, impulsos y deseos que es difícil poner en pausa. Horarios, aburrimiento, ganas de estar con otros. ¿Cómo viven la cuarentena los adolescentes?
Por Adrián Barcas y Valeria Galizzi * // adrianmbarcas@gmail.com y valeria.galizzi@gmail.com
Parece que uno de los síntomas posibles del coronavirus es la pérdida total del olfato. Ese sentido tan básico, tan intenso e íntimo que todos tenemos, se anula. Como también se ha anulado el contacto humano presencial, reduciéndolo a los cohabitantes de la propia casa.
Así pasan los meses, interactuando con los otros de manera virtual; eso permite ver y escuchar, pero desactiva los otros sentidos. Es como si el cuerpo se anulara, y con él la percepción de un otro físico, tangible, cuya presencia hasta puede olerse. No hay presencia real: sólo a través de pantallas.
Con ganas de salir
En la adolescencia, donde la infancia se empieza a abrir camino hacia la vida adulta, pero donde el cuerpo y los vínculos se transforman y la vida se vive tan intensamente, la comunicación virtual pura puede hacerse insostenible, aunque no tengan consciencia de ello los mismos jóvenes.
En este momento vital donde cuesta poner en pausa muchos de los deseos e impulsos, donde se juega con los propios tiempos y libertades, la vida de reclusión puede resultar poco sana. Se necesita otro “corporal” con quién jugar, empujar, reír, tocar… oler.
Esa falta hace que más sentimientos los invadan, sin encontrar la manera de darles salida. Los adolescentes suelen ser montañas rusas de emociones, donde la excitación, el temor, las risas y el llanto vienen y se van en segundos. El mundo de los pares, que permite interactuar desde esas emociones y hasta controlarlas, no está presente. Justo para ellos, para quienes lo virtual es una forma de extender esa presencia. “¿No acabás de ver a tu amiga en la escuela todo el día? ¿De qué hablan ahora por WhatsApp?”, es algo que cualquier padre o madre diría a su hijo de 15 años.
El mundo privado de los adolescentes tiene mucho de escapar de la casa sin fugarse, para estar donde quiere estar, con los amigos… ¡y ahora no hay forma de verse de verdad, de sentirse, de escapar del mundo de los adultos por un rato!
Es difícil escribir sobre “los” adolescentes. Ciertamente, no son todos iguales. Y en un país tan diverso en su geografía y en su cultura, y tan desigual en las oportunidades que brinda, cada uno está viviendo experiencias distintas. Si bien es complicado sacar conclusiones, vamos a tratar de hacer algunas observaciones sobre esta realidad.
Acá pasan cosas
Los adolescentes de hoy pueden tener entre 11 y, tal vez, 26 años: es una franja larga y variada. Y la cuarentena muestra más las similitudes entre esas edades que otras situaciones: en el tiempo libre podemos ver jugando a la Playstation al de 13 con uno de 23, sin distinción.
Más allá del malhumor, el fastidio y la ruptura de la rutina, aparecieron nuevos aprendizajes y el autodescubrimiento de nuevas facetas. Muchas de estas vivencias coinciden en adultos y niños, pero en la franja que miramos toman un matiz propio que intentaremos identificar.
El “encierro” en la casa familiar. Incluso hay adolescentes más grandes que, viviendo solos, volvieron con su familia temporariamente. Puede funcionar, de algún modo, como una vuelta a la infancia, centrada en la familia, que es un mundo que el adolescente mira con ambivalencia: lo quiere dejar y a la vez no dejar. Busca a los pares de su edad, pero con la nostalgia de los juguetes y la protección adulta perdidos.
El encierro en la casa familiar puede funcionar como una vuelta a la infancia, que el adolescente mira con ambivalencia: lo quiere dejar y a la vez no dejar.
Si la infancia fue dura, difícil, aunque la convivencia en este momento sea buena, aparecerá más el temor de quedar “encerrado” en esa vivencia familiar. ¿Cómo reaccionar como padres frente a esto? ¿Cómo aprovechar para que esto sea una oportunidad de encuentro?
Por otra parte, al encierro vivido como prisión, acorralamiento, el adolescente inquieto lo vive como insostenible, y al adolescente más introspectivo lo puede llevar a la melancolía y la tristeza.
La vida familiar también suscita ambivalencias. Puede haber peleas frecuentes con hermanos y padres, porque hay más interacción. Pero en muchos casos eso se transforma en posibilidad de comunicación y afecto. Los más grandes ayudan a los más chicos. Se dan charlas donde están aprendiendo y conociendo más sobre la familia, sobre la historia familiar. Se comparten momentos cuando antes no lo hacían, como el almuerzo.
Algunos aprenden a cocinar, otros empiezan o vuelven a escribir, leer, pintar. Se enganchan a aprender a tocar algún instrumento por Internet. Escuchan más música, tal vez más variada. No faltan los que dan una mano para hacer las compras con tal de salir un poco.
Preocupación. Por la propia salud, o la de otros. O la situación social, que escuchan en los medios. Esto varía según las edades. Pero más o menos conscientemente, ¿podría no estar? También las preocupaciones por el trabajo o la economía familiar.
A esto se suman las ansiedades por las tareas escolares y académicas, en una modalidad desconocida. Y una ansiedad que no se canaliza, por estar aislados y encerrados, sin amigos, sin clase. Muchos docentes del secundario, y más aún los universitarios, en su desorientación —totalmente comprensible— pueden complicar las cosas, buscando que todo siga como si no pasara nada. Nada en lo operativo y nada en lo emocional.
Algunos aprenden a cocinar, otros empiezan a escribir, leer, pintar, a tocar un instrumento. Escuchan más música. No faltan los que dan una mano para hacer las compras.
Aburrimiento. ¿Qué hacer cuando se terminan las series de Netflix? No hay club, no hay salidas, no hay partidos nuevos en la tele. Esto se une a la sensación de extrañeza: todo es raro. La cuarentena perdió lo “romántico” de un inicio que parecía el de unas vacaciones.
En los varones predomina el uso excesivo de videojuegos. Es propio del lenguaje adolescente hablar de estar “viciados”. Pero son largas horas que se tornan… ¿improductivas? Y aunque jueguen online con otros, la comunicación es superficial.
Desorganización de horarios. Se quedan despiertos hasta tarde, tal vez hasta el amanecer. Luego se levantan a cualquier hora, duermen todo el día o hacen siestas interminables. Si tienen que levantarse para hacer algo, están molidos. Muchos apagan la cámara en la clase por videoconferencia, o la escuchan acostados en la cama, sin haber tomado ni un mate cocido. Los docentes le hablan a una pantalla con un montón de nombres y pocas caras.
A eso se suma el cansancio, en el sentido de hastío pero también de cansancio físico. Poco esperable, pero relacionado con esta desorganización de los horarios de sueño.
Los jóvenes hablan de extrañar las “previas”, juntarse con amigos e ir a los boliches. Más allá de posibles desbordes, son espacios de encuentro habituales. Extrañan el patio, los ruidos, el estar en el aula de la universidad o de la escuela juntos.
Pero también están quienes no salieron a la calle desde el inicio de la cuarentena, ni siquiera a ir a comprar al supermercado. Los padres salen a comprar teniendo más de cincuenta años pero evitan que hijos sanos y fuertes de veinte se muevan de la casa.
¿Qué hacer cuando se terminan las series de Netflix? No hay club, no hay salidas, no hay partidos. La cuarentena perdió lo “romántico” de un inicio que parecía el de unas vacaciones.
Cuerpos nuevos que crecen en cuarentena. Muchos adolescentes hacen actividad física y entrenan en clubes, gimnasios y plazas. Pero ahora esos espacios no están, y la falta de actividad se empieza a notar. En los más chicos, son cuerpos que crecen a gran velocidad en un sedentarismo total. Y pocos parecen los que pueden sostener rutinas de ejercicio en sus propias casas, incluso teniendo el lugar adecuado.
Y el cuerpo habla de múltiples maneras. El fuego interno que busca a la pareja, o que está deseoso del encuentro circunstancial del fin de semana. La cuarentena está durando tres meses ya, y las tensiones sexuales son, para el adolescente y el joven, urgencias que se unen a la necesidad de la palabra cariñosa y tierna de la pareja. Es fácil que estas insatisfacciones se transformen en malhumor, fastidio o respuestas disgustadas. Así funcionan mente y cuerpo en su unidad, bien lo sabemos.
Esta cuarentena durará el tiempo que dure, pero es un momento especial para conocernos, conocer a nuestras familias y entender más sobre la vida adolescente. Sin duda somos presencia física, tangible. Nada puede cambiar ese modo de ser. Es normal que muchas cosas nos huelan raro en este tiempo: poder “olernos” es parte de nuestra humanidad.
* Adrián Barcas es psicólogo y Valeria Galizzi es psicopedagoga. Ambos son terapeutas, docentes de nivel medio y superior, y asesoran grupos salesianos de pastoral juvenil.
BOLETIN SALESIANO – JUNIO 2020