«Hoy hay que construir la autoridad»

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Conflicto y violencia, autoridad y sanción: algunos conceptos de esta entrevista con Gustavo Galli, docente y funcionario del Ministerio de Educación, sobre el trabajo en las escuelas.

Con una larga trayectoria en el ámbito educativo, Gustavo Galli es hoy coordinador de los Programas de Inclusión Democrática en las Escuelas —pertenecientes al Ministerio de Educación de la Nación—,  relacionados con la prevención de la violencia y la resolución de conflictos en los ámbitos educativos. Desde el 2013, junto a docentes y diversos organismos del Estado, vienen trabajando en la creación e implementación de la Guía Federal de Orientaciones: publicado y distribuido el año pasado a nivel nacional, este material busca brindar herramientas para la resolución de conflictos y la intervención frente a la vulneración de los derechos de niños y adolescentes en las escuelas. “La propuesta de la guía es concentrar en un solo documento el trabajo que muchísimos docentes están realizando con resultados positivos”, explica Galli.

En la Guía aparecen muchas cuestiones que suenan “salesianas”…
Hay algo que es central hoy en la escuela, vinculado a lo salesiano, que tiene que ver con poder reconocer a los pibes, que en cada escuela sientan que son importantes para el que tienen enfrente, que no da lo mismo que estén a que no estén en la escuela. Una de las hipótesis cuando se investiga las causas de la violencia en las escuelas es esta. Pensemos cómo se siente un pibe cuando le decimos que el aula no es su lugar, que “si no viene mejor”, “que para qué viene si no hace nada”, que “es mejor que aproveche el tiempo y vaya a trabajar”. ¿Cómo puede sentirse ese pibe cuando todos los días le hacen sentir eso?

La Guía informa sobre la obligatoriedad para los docentes de intervenir frente a la vulneración de derechos ¿Los espacios educativos no formales también tienen esta obligación?
Siempre es obligatorio intervenir, y los docentes tienen una responsabilidad especial. Ahora bien, si no fueras docente, por ser adulto también tenés esa responsabilidad de protección, de denuncia y de intervención frente a la sospecha de la vulneración de derechos de niños o adolescentes. No tenemos que estar seguros de nada, ni siquiera tenemos que investigar, no es nuestra responsabilidad. Tenemos que estar atentos a que los pibes no tengan vulnerados sus derechos. Si uno sospecha que eso puede pasar, con la sola sospecha basta para denunciar e informar. Y que otro, que tiene que investigar, lo haga. Hay que ser muy cuidadosos con esto, porque se corre un alto riesgo de revictimizar a los pibes: cuantas más veces les hacemos repetir el relato de una situación densa de vulneración que hayan sufrido, más la reviven en su interior.

Con frecuencia aparece en los medios algún episodio de violencia escolar ¿Son representativos estos casos?
Es real que hay dificultades, que hay problemas, que hay situaciones de violencia en las escuelas. Si uno negara el problema, no existiría la Guía. Pero desde el trabajo en el Ministerio lo que queremos transmitir es que la escuela, en la mayoría de los casos, no es la productora de la violencia. En general es violencia social, que ingresa a la escuela y se manifiesta allí. Los medios hoy venden una realidad: que la juventud está perdida, que la escuela está arrasada, que los chicos están a la deriva, que los adultos no existen, que nada se puede. Frente a eso decimos fuertemente que no es así. Todos los días en nuestro país abren la puerta cincuenta mil escuelas… que haya una situación de violencia para transmitir en un noticiero no quiere decir que sea la realidad de todas las instituciones. Lo que hay que hacer es ayudar a distinguir situaciones de conflicto, de situaciones de violencia.

“La escuela, en la mayoría de los casos, no es la productora de la violencia. En general es violencia social, que ingresa a la escuela y se manifiesta allí”.

¿Cuál sería la diferencia entre conflicto y violencia?
Conflictos hay porque las personas tenemos intereses y gustos distintos, y además en las instituciones y en los grupos hay relaciones de poder de manera permanente. Entonces el conflicto es habitual, es normal que suceda. Ahora bien, podemos tener conflictos que se resuelven a través del diálogo, o que se resuelven en forma violenta, haciéndole daño al otro, afectando su integridad. Hay que ayudar a entender que los conflictos están y van a estar. Esto no implica negarlos, porque sabemos que las situaciones de violencia aparecen cuando al conflicto se lo ignora. Es a favor de la no violencia asumir los conflictos. La cuestión central es de qué modo se resuelven.

¿A qué se refiere el concepto de “autoridad democrática” que se menciona en la Guía?
Lo que buscan las políticas educativas hoy es una “autoridad democrática”. Por un lado, habla de primero reconocer la asimetría: yo no puedo educar si no reconozco el valor de la relación entre un adulto y un adolescente, entre un adulto y un niño.
La autoridad democrática se convierte en autoridad porque reconoce al otro como sujeto de derecho. Hace varias décadas atrás estaba lo que Emilio Tenti Fanfani, sociólogo de la educación, llama el “efecto institución”: por tener el guardapolvo blanco, por ser docente, eso sólo te investía de determinada autoridad. Hoy vivimos una situación distinta, mucho más desafiante para nosotros los docentes. Hoy hay que construir la autoridad, que depende de que el otro me autorice. A mí alguien me puede decir algo, y yo sentir que está desautorizado para decirme eso que me está diciendo. Y eso pasa con los pibes permanentemente. Tengo autoridad porque el otro con el que dialogo me la confiere.
Y decimos “democrática” porque estamos seguros que se construye a través del diálogo, de la palabra, al circular la voz y escuchar al otro, reconocerlo, preguntarle cómo está, y también ponerle límites.

“Por el solo hecho de ser adultos tenemos responsabilidad de protección, de denuncia y de intervención frente a la sospecha de la vulneración de derechos de niños o adolescentes”, enfatiza Gustavo.

¿Aquí surge el rol de la sanción?
Sí, y la tenemos que pensar en esta lógica: no como el punto de llegada, donde después de eso no hay nada, sino la sanción como el punto de partida de un proceso que en el pibe va a cambiar algo. El poner límites es muy importante, tiene que haber sanciones, pero que habiliten a cambiar algo después, no que cierren cualquier posibilidad de transformación. Yo no puedo educar pensando que el pibe que tengo enfrente no va a cambiar. Si yo creo que los pibes que tengo enfrente no van a cambiar tengo que hacer otra cosa, porque educar es contradecir constante y obstinadamente la idea de lo definitivo, suponer lo contrario es clausurar el acto educativo.

Por Ezequiel Herrero y Santiago Valdemoros • redaccion@boletinsalesiano.com.ar

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