Bendecir en lugar de maldecir

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Una Iglesia que abraza e invita a que nadie quede afuera.

Por: Juan Francisco Tomás, sdb //
redaccion@boletinsalesiano.com.ar

Hace algunas semanas se hizo pública la Declaración Fiducia Supplicans y a partir de ella el Vaticano se manifestó sobre el sentido pastoral de las bendiciones a parejas en situaciones irregulares o del mismo sexo. El documento intenta comprender y canalizar la mirada pastoral del Papa Francisco de una Iglesia que en la cultura del encuentro sale a abrazar a “todos, todos, todos”. La Declaración –que en lenguaje de magisterio eclesial es un documento de alto nivel– tuvo inmediata repercusión y muy diversas y antagónicas reacciones dentro y fuera de la Iglesia, lo que dificulta su adecuada recepción.

Por eso, el prefecto del dicasterio para la Doctrina de la Fe, el cardenal Víctor Manuel Fernández –aclarando que el documento no contradice la doctrina católica sobre el matrimonio sacramentado–, debió puntualizar algunos aspectos tales como la distinción entre la bendición “litúrgica y ritualizada” y la bendición “espontánea o pastoral”; la invitación a los obispos a tomarse tiempo en sus diócesis para la reflexión pastoral y la aplicación del documento en el propio contexto sin negar jamás este paso pastoral que se propone a los sacerdotes”. Además apeló al sentido de prudencia ante la situación delicada que padecen las personas homosexuales en algunos países con legislaciones que penalizan la homosexualidad. Todo ello en un marco de “respeto hacia un texto firmado y aprobado por el mismo Papa, cuyo valor radica en ofrecer una contribución específica e innovadora al significado pastoral de las bendiciones, ampliando y enriqueciendo sus posibilidades más allá del ámbito litúrgico y sacramental, aportando la valoración positiva de la pastoral popular que surge del Magisterio de Francisco y que es valoración de la fe sencilla del Pueblo de Dios que abre su corazón para pedir la ayuda de Dios”.

… con sabor a Evangelio

Entre tanto, mientras se dan entramadas discusiones sobre el texto vaticano, allí están ellos y ellas, personas que buscan una caricia de Dios a sus vidas y ante quienes no tenemos derecho a convertirnos en aduaneros de Dios, personas que en muchos casos han permanecido en las catacumbas, en los márgenes de nuestras comunidades cristianas.

Dice San Pablo: “bendigan y no maldigan nunca” (Rom. 12, 14) Frente a dos personas que se aman, me pregunto con el cardenal Víctor Fernández: “¿tiene sentido negar este tipo de bendiciones a esas dos personas que la suplican? ¿No vale la pena sostener su fe, poca o mucha, auxiliar su debilidad con la bendición divina, dar un cauce a esa apertura a la trascendencia que podría llevarlos a ser más fieles al Evangelio?”. En otras palabras, se trata de reconocer que el “llegar a los que están en los márgenes –y en la Iglesia no hay nadie más marginado que las personas LGTBIQ+– no es sólo tarea de la Iglesia, sino el ministerio mismo de Jesús”, tal como afirma el jesuita James Martin, gran apóstol de personas LGTB y padre sinodal.1

Ya en 1965, al clausurar el Concilio Vaticano II, San Pablo VI había expresado: “para la Iglesia Católica nadie es extraño, nadie está excluido, nadie está lejos”. Pasaron casi sesenta años, y la voz del Papa Francisco insiste en una Iglesia en salida para “todos, todos, todos”, con olor a oveja, de puertas abiertas, que no balconee la fe; una Iglesia hospital de campaña sin temor a embarrarse, capaz de abrazar a sus hijos e hijas heridas que buscan a Dios. 

Pasaron dos milenios y aún necesitamos abrir el corazón a la oración de Jesús: “Te alabo y te bendigo, Padre, por haber ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y habérselas revelado a los pequeños” (Mt. 11, 25), oración dirigida al mismo Padre que al final de los tiempos nos dirá: “Vengan a mí, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estaba enfermo, sólo, en la cárcel… y me vinieron a ver…” (Mt. 25, 31-46). “Vengan a mí, benditos de mi Padre…” sin más, ni prueba de ADN, ni DNI, ni solicitud de libreta… Sólo amor traducido en obras de misericordia. Porque la preocupación fundamental de Jesús es el sufrimiento humano, el dolor de la persona por quien dio su vida en la cruz y a quien busca sanar, aliviar, al menos acariciar y bendecir en su soledad y marginación.

Que nadie quede afuera

Fiducia supplicans asume la confianza suplicante del Pueblo de Dios que pide, espera y recibe la bendición de Dios a través de la Iglesia y cuya máxima expresión es el mismo Jesucristo. Bendición descendente y ascendente a la vez: un Dios que se rebaja a la condición humana para bendecir a sus hijos e hijas, y los hijos e hijas de Dios –hermanos entre sí– que invocan la bendición de Dios para ser cada día un poco más buenos y felices. Si Dios es amor, ¿puede acaso no bendecir a dos personas que se aman y se reúnen invocando su nombre?; porque “donde hay dos o más reunidos en mi nombre –dice el Señor– allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt. 18, 20)

Fiducia Supplicans tiene, ante todo, una finalidad pastoral. Es la actitud del Buen Pastor que sale en busca de la oveja perdida; mejor todavía, en busca de la oveja que simplemente no había sido invitada. La mirada del Buen Pastor permite ampliar horizontes y descubrir bellezas, sabores y amores más allá de lo políticamente correcto o doctrinalmente establecido, porque nadie puede agotar la acción maravillosamente creativa del Espíritu que se manifiesta en expresiones multiformes y poliédricas a lo largo de la historia y en todas las culturas.

Ante tantas reacciones al documento vaticano quizá debamos tomar conciencia que nuestro corazón de bautizados aún necesita convertirse al Evangelio de Jesús para ser misericordiosos como es misericordioso nuestro Padre (Lc. 6, 36-37); es más, para reconocer, abrazar, incluir e invitar a la fiesta y que nadie quede afuera (cf. Lc. 15, 11-32), porque en la casa de Dios hay muchas habitaciones para todos, todos, todos (cf. Jn. 14, 2-6).

Desde la experiencia de acompañar a “Centu”, comunidad LGTBIQ+ compuesta por decenas de jóvenes que comparten vida y fe desde la diversidad sexual y espiritual, aportando a la Iglesia la diversidad y, a la diversidad, la espiritualidad, hasta tener la valentía de expresarlo en la última marcha del orgullo: “mi sexualidad no limita mi fe”, concluyo con palabras de Teby (joven del grupo fundador de Centu), que me expresaba hace poco: “Iglesia, mirá lo que te estás perdiendo; vos que sos experta en acompañar procesos, te necesitamos; y también nos necesitás; no nos incluyas en lo que tenemos de vulnerabilidad, incluinos también en lo que tenemos para ofrecerte, porque también nosotros somos testigos de un Dios que es amor”.


1  James Martin, «El servicio pastoral de la Iglesia a los católicos LGBTI», CJ Cuadernos 229 – Cristianisme i justicia (Barcelona, 2022): 5.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – FEBRERO 2024

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