El tesoro de la Navidad

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Se acerca la Navidad. La inmensa fragilidad del niño recostado en el pesebre contrasta con el desborde de luces, la estridencia de la música, el exceso de compras y el vértigo general que caracteriza a estas semanas de diciembre. 

Me acuerdo que cuando era chica, en la casa de mi abuela, mis tíos solían armar un juego que consistía en esconder algo que yo debía encontrar. Generalmente era algún pequeño regalo —una golosina, lápices de colores— al que, de esta manera, le sumaban la alegría del juego compartido. 

La casa era grande y tenía muchos recovecos que se prestaban para esconder el paquetito, así que yo iba recorriendo los distintos lugares y ellos me iban guiando diciendo “frío, frío…” o “tibio, tibio…” conforme los pasos me fueran alejando o acercando al tesoro. Por momentos, la emoción infantil me volvía sorda a las pistas que me daban y el asunto se alargaba y se tornaba angustiante, haciéndome pensar, incluso, que no había ningún tesoro y que se trataba de una broma, pero finalmente —a veces con una ayudita extra— llegaba el ansiado “¡caliente, caliente…!” que marcaba el fin de la agonía y todo se volvía fiesta y celebración. 

A veces siento que en este tiempo nos pasa algo así. Nos entusiasma preparar la Navidad, y queremos conectar con todo lo que significa, pero miramos de reojo el almanaque y vemos que el 24 se acerca peligrosamente, y entonces nos desvivimos en afanes que nos van quitando la alegría y nos corren el foco del Gran Acontecimiento que celebramos. Entre las compras de último momento, las discusiones por cómo vamos a organizarnos, los precios que se nos escapan de las manos, las diferencias políticas, las dificultades para viajar y los compromisos, tratamos de conectar con el pesebre, el Niño, los pastores y la estrella, y vamos ensordecidos por ese enjambre de cosas, sin poder escuchar la Voz que susurra “frío, frío…”.

Hace unos días hubo un recital homenaje a León Gieco por sus 70 años. ¡Qué linda es esta costumbre que se va instalando de agradecer y reconocer a “los mayores” sus aportes, su estar de pie, trovando y caminando la Historia! Una de sus canciones emblemáticas, escrita hace más de cuarenta años, como aquel “tibio, tibio…”, nos pone en la pista de por dónde deberíamos buscar el Gran Tesoro de estos días, el Dios-con-nosotros que nos fue anunciado allá en Nazareth:

 “Jesús es como yo (como vos, como ella, como esos otros) …

Así podré (mos) seguir Viviendo”

Se acerca la Navidad. El Niño duerme abrigado por la acogedora sencillez del Pesebre. Su mamá, su papá y un puñado de hombres y mujeres de fe le dan la bienvenida… “¡caliente, caliente…!”

Susana Alfaro

BOLETÍN SALESIANO – DICIEMBRE 2021

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