De Paraná a Angola, para servir a los demás
La primera vez que Daiana ingresó a una Casa Salesiana estaba en tercer año de la secundaria y prácticamente desde su llegada se interesó por la propuesta del voluntariado: “entré en junio a la escuela, y en agosto, ya estaba haciendo una primera experiencia de voluntariado en Formosa, y fue una experiencia fuerte.” Tiempo después comenzó a participar del grupo Chépalo y del Movimiento Juvenil Salesiano. “En ese momento además participaba de otros grupos de la Iglesia, pero sentía que me faltaba algo. Ahora me doy cuenta que era el carisma de Don Bosco. Acá siempre me sentí como en mi casa, en mi familia, acá sentí que podía ser feliz”.
¿Cómo surgió esta inquietud por hacer un voluntariado?
En un encuentro del Movimiento Juvenil Salesiano en el que participé una familia que había estado en Angola, contó su experiencia y yo me quedé fascinada. Pero era muy chica, tenía 16 años. A partir de eso siempre que me proponían ir a misionar yo me enganchaba. Después, dos años antes de que yo vaya, dos amigos, Esperanza y Agustín viajaron. Cuando me enteré de eso vi que no era imposible. Entonces empecé a hablar con ellos, que me acompañaron y alentaron mucho. Así estuve un año y medio. Hasta que decidí hablarlo con un salesiano y comenzar un discernimiento más profundo.
¿Qué le aportó a la experiencia ese discernimiento previo?
Me dio muchas herramientas que allá necesité. Primero me ayudó a preparar y anticipar algunas cosas que allá me fueron pasando, y también me permitió estar preparada para recibir lo que venga, sobre todo en lo que respecta a la vida comunitaria y a la soledad que uno a veces vive.
Además me ayudó a ir entrenando la vida espiritual, la vida de oración, algo indispensable. Si no fuera así quizás lo hacía el voluntariado, pero como una actividad social. La oración fue indispensable para darle un sentido espiritual a la experiencia.
Y en general el discernimiento te permite darte cuenta de algunas cosas que uno solo no reconoce, pero cuando lo hablas con otro te vas orientando, encaminando.
¿Qué era eso que te entusiasmaba de ir?
Antes de ir yo sentía que algo me inquietaba. No sabía qué era, pero sentía que en Angola iba a poder hacer que mi corazón quede un poco más sereno. Para mí la experiencia era un puente para ver qué más me estaba pidiendo Dios. Por otro lado me motivaba una búsqueda vocacional. La posibilidad de hacer un discernimiento vocacional más profundo. Ver qué es lo que Dios quería para mí. Yo sentía que Angola me iba a dar respuestas. Y me dio respuestas, aunque también muchas más Y también quería saber qué se siente darse por entero. Dejar todo y darse. No tener nada, y ser lo que una es. Era la oportunidad de redescubrirme.
«Toda la experiencia fue un servicio para Dios»
Vos estuviste en Luena, ¿cómo es la ciudad y la gente de ahí?
Luena es una ciudad abandonada. La gente de ahí dice que son “un pueblo olvidado” y realmente es así. Los caminos de ingreso son desastrosos, decir que hay pozos es poco y los días de lluvias el camino es realmente intransitable. Eso hace que los alimentos no lleguen con facilidad y otros directamente no llegan nunca. Por otro lado y aunque suene duro la muerte es algo diario, la gente parece que se acostumbró a eso. Muchos jóvenes mueren y ni siquiera logran saber por qué.
A pesar de eso la población es muy sociable, cada vez que me cruzaba con alguien era un encuentro que no sabías cuándo terminaba. La gente tiene otro tiempo, disfruta mucho más el presente, no está corriendo como acá.
«De lo que estoy segura es de que sobre todo dejé amor»
Y después de estar un año y medio allá, ¿qué sentís que aportaste?
Yo estuve en una banda de música y en una escuela y seguramente algún contenido habré dejado. A algunos les enseñé a tocar la guitarra y ahora lo estará haciendo. A otros les expliqué una operación matemática que ahora estarán aplicando, pero de lo que estoy segura es que sobre todo dejé amor. Y eso lo comprobé en la despedida que me hicieron. En las conversaciones, en llamadas y en muchos gestos de amor que fui recibiendo cuando salía de la ciudad. Ahí me di cuenta de que ese amor fue mutuo. Hoy puedo decir que mi corazón está por la mitad ahora. No me siento completa. Siento que mi otra mitad quedó allá.
¿Conociste un poco más a Dios en Angola?
En Angola el amor de Dios fue muy cercano, conocí mucho su providencia. Fue muy cuidadoso conmigo. Dios está todo el tiempo y todo el tiempo nos ama, pero en Angola lo pude experimentar. Antes de ir yo sabía y decía que Dios nos ama, que es misericordioso, que nos cuida. Estaba segura de eso, pero allá lo viví. Hice carne un montón de cosas que las entendía desde la teoría. Y hoy con el paso del tiempo creo que toda la experiencia que viví fue un servicio para Dios. Él me llamó y yo solamente respondí. Por eso siento que tengo el deber de decirles a todos que si tienen ganas y se sienten llamados se animen a decir que sí. •
Por Ezequiel Herrero y Santiago Valdemoros
BOLETÍN SALESIANO – AGOSTO 2018