Cuatro décadas, cuatro aprendizajes y una historia presente: claves para abordar el aniversario de la última interrupción del orden constitucional.
Los aniversarios “redondos” nos permiten apreciar más nítidamente el paso del tiempo y de los cambios sucedidos en nuestra vida y nuestro entorno, descubrir nuevos aspectos y puntos de vista. Hay recuerdos festivos y otros dolorosos, naturalmente. Luego de un año electoralmente intenso, el 2016 nos permite a los argentinos re-unirnos festivamente en el doscientos aniversario de nuestra independencia; a su vez, deberemos re-unirnos también en el recuerdo de los cuarenta años transcurridos desde la última interrupción del orden constitucional en nuestro país, el triste miércoles 24 de marzo de 1976.
Heridas que no cierran
Luego de una espiral creciente de décadas de conflictividad social, que incluyó imposiciones desde facciones partidarias, gobiernos de facto y gobiernos democráticos condicionados, proscripción política, guerrilla armada y grupos de tareas secretos, entre otros hechos lamentables, aquel día se instauró una cruel dictadura cívico-militar, de la que todavía no terminan de cicatrizar todas sus heridas: crímenes de lesa humanidad, torturas en cientos de centros clandestinos de detención, muertos comprobados, miles de desaparecidos — los organismos de Derechos Humanos estiman la cantidad en unos 30.000, y aún más; hasta 2003, la Secretaría de Derechos Humanos tenía registradas aproximadamente 13.000 víctimas; la Conadep documentó 7.380 casos—. De todos modos, la precisión del número no puede eclipsar la realidad principal: la desaparición de personas, muchos de ellos jóvenes, como metodología sistemática de represión y disciplinamiento social.
No puede soslayarse la centralidad del plan económico implementado por la junta militar, cuyas características de desajustes cambiarios, liberalización financiera, desindustrialización, empobrecimiento popular y endeudamiento tuvieron consecuencias de largo plazo. La deuda externa, por caso, pasó en siete años de ocho mil millones de dólares a más de cuarenta. Tampoco puede olvidarse la censura y persecución en materia cultural y educativa. En este autodenominado “proceso” —que también formó parte de un plan perverso de dimensión continental, siguiendo la doctrina estadounidense de la “seguridad nacional”— no faltaron actitudes cómplices así como también otras heroicas, pudiendo encontrarse ambas incluso en el seno de la propia Iglesia católica y de otros credos.
Próximos al aniversario del golpe de Estado, algunos criterios pueden resultar útiles a la hora de abordarlo:
Memoria. No como mera crónica o archivo estadístico, sino apelando al sentido original del verbo “recordar”: volver a pasar por el corazón. Permitir que aflore el dolor, aceptarlo, prestando atención a los testimonios. Poner en palabras permite elaborar el sufrimiento, ante todo, y reconocer las “miserias del corazón” en la historia de nuestro pueblo.
Verdad. Para los cristianos, “la verdad nos hace libres” (Jn 8, 32). Frente a los dolores del pasado, la negación nos ata a los mismos. Es necesaria mucha valentía, en un acto de auténtica libertad interior, para reconocer la propia verdad, y en la medida de lo posible encarar un intento de reparación. El perdón no es olvido, sino reconciliación… también con la propia verdad de sí.
Justicia. Buscar revancha sin más no es justicia; no se trata de dañar sin razón ni criterio a los que han dañado en su momento. Sí se trata de tener misericordia con las víctimas, de consolar su dolor, con un acompañamiento social e institucional, así como de establecer una sanción ejemplar en defensa de los derechos.
Paz. No como la “pacificación” de tantos imperios en sus dominios, pisoteando el conflicto, sino como misericordia ante el sufrimiento y búsqueda de armonía y plenitud del ser humano. Frente al miedo, el rencor, la violencia y la desesperación, hubo personas que supieron resistir, manifestarse, sostener una decisión y mantener con firmeza una esperanza, destacándose en este sentido el ejemplo de las Madres de Plaza de Mayo —más allá de algunas actitudes personales que desde ya no menoscaban la lucha del conjunto—, y también las Abuelas de Plaza de Mayo, que ya han sido nominadas en cinco ocasiones al premio Nobel por su compromiso, desde una opción absoluta por la paz.
Cuentas pendientes
Frente a los acontecimientos tan dolorosos de nuestro pasado, debemos rescatar y siempre valorar la democracia alcanzada en 1983, y continuada desde entonces sin más interrupciones. La existencia de una democracia formal, por la que un gobierno es electo por el voto popular y adquiere legalidad, debe ser defendida y valorada. Y nos compromete cívicamente en construir la democracia “sustantiva”: la del pluralismo y la tolerancia; la del protagonismo ciudadano en numerosas asociaciones intermedias, con participación interna en las mismas; la de la redistribución de la riqueza y el ingreso.
Asimismo, es saludable que se mantenga como política de Estado la voluntad de impulsar la memoria y la búsqueda de la verdad histórica. Para ello, no alcanza con la actitud —elemental— de respetar la actuación del Poder Judicial: se requieren centros de difusión popular de la problemática, espacios culturales, publicaciones, programas en los medios de comunicación social, planes de estudios escolares.
Dado que, aún en democracia, subsistieron algunos casos de desaparición, muertes dudosas, y abusos de las fuerzas de seguridad, parece que el Poder Judicial debe renovar sus esfuerzos en que la Justicia sea más cercana y confiable. En este sentido, otro aniversario “redondo” será el 18 de septiembre: se cumplirán 10 años de la desaparición de Jorge Julio López. En último lugar, aunque no menos importante, hay algo menos de cuatrocientos hijos de desaparecidos, privados de su identidad, delitos presentes, que siguen ocurriendo, instante a instante, entre nosotros… y que tienen que ser abordados.
Los 40 años transcurridos desde el último golpe de estado deben motivarnos a revisar nuestra historia, para comprender mejor nuestro presente, y construir un mejor futuro, atentos a prevenir las situaciones que pueden desembocar en sucesos que no debemos repetir, “nunca más”.
Por Rafael Tesoro • Boletín Salesiano de Argentina
Boletín Salesiano Marzo 2016