Hay una guerra entre el periodismo decente y la mayoría de los grandes medios de comunicación. Y ya se sabe: en una guerra, la primera víctima es la verdad.
Son tiempos de la “post verdad”.Ya no importa lo que pase sino lo que el público quiere creer sobre lo que pasó. Es la era de las fakenews, con la poca original pero eficaz receta que sostuvo a varios en el poder: miente, miente que algo queda. Y las redes sociales hacen el trabajo sucio, muchas veces con agentes rentados, que multiplican citas y hechos que, a fuerza de replicarse, de volverse “virales”, se instalan como ciertos.
El caso Nahir Galarza —acusada de matar a su novio Fernando— es el capítulo más reciente de esta infamia. Cartas, intimidades, fotos y videos se echaron a rodar masivamente, sin el menor respeto al pudor ni una mínima reacción de humanidad. Incluso entró en escena un (sic) “asesor mediático”, en la implícita aceptación de que la Justicia pareciera no decidirse en los tribunales sino en la pantalla de las señales de noticias.
Desde que la información se convirtió en mercancía la verdad está sometida a las leyes del mercado: hay que vender, y vender mucho. Vende lo oscuro, lo tenebroso, lo siniestro, o al menos eso dicen los fabricantes de la realidad. El papa Francisco ya señaló que cada trabajador de prensa “está llamado a vigilar para mantener alto el nivel ético de la comunicación y evitar las cosas que hacen mucho mal: la desinformación, la difamación y la calumnia”.
Diego Pietrafesa
Boletín Salesiano, marzo 2018