El 2016 fue el año más caluroso a nivel mundial desde que se tienen registros. Durante la última década, cada año superó al anterior y no hay indicadores de que eso se modifique. El cambio climático es una realidad, y que los humanos somos sus responsables, un consenso sostenido por casi toda la comunidad científica.
Ya sufrimos sus primeros efectos: calor donde siempre hizo frío y frío donde siempre hizo calor, sequías e inundaciones, fenómenos meteorológicos extremos. Un cóctel bastante complicado si tenemos en cuenta que además, por la deforestación y los cambios en el uso del suelo, hemos reducido la capacidad de los ambientes para resistir estos embates.
En medio de este panorama, el presidente de los Estados Unidos decidió retirar a su país del acuerdo internacional contra el cambio climático suscripto en París a fines de 2015. Es, después de China, el segundo emisor de gases de efecto invernadero, aunque por décadas fue el mayor.
Pero hay algunos signos de esperanza. El de París fue uno de los acuerdos diplomáticos más grandes de la historia e, incluso tras el mensaje de Donald Trump, el resto de los países ratificaron su adhesión al tratado, incluyendo a la Argentina.
El cambio climático es quizás el mayor desafío que enfrenta la humanidad. Afecta en simultáneo, aunque no por igual, a pobres y a ricos. Y aunque requiere de acuerdos globales, también pone en cuestión varios de nuestros hábitos cotidianos. Por poner un ejemplo: según un reciente informe del Ministerio de Ambiente de la Nación, Argentina genera más emisiones de dióxido de carbono por la digestión de su ganado bovino que por la generación de electricidad.
No alcanza con apagar la luz cuando no se necesita. Grandes acuerdos diplomáticos, políticas públicas concretas y fuertes cambios en nuestro estilo de vida: todos son indispensables para poder seguir viviendo en esta Tierra, con la ayuda de Donald o sin ella.
Santiago Valdemoros
Boletín Salesiano, julio 2017