Nidia, mamá de Lucía, y Marcelo, papá de Matías, comparten su experiencia sobre inclusión educativa y pastoral.

Por Valentina Costantino y Ezequiel Herrero
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“Recorrí de sur a norte, de este a oeste, uno por uno los colegios para que mi hija pueda hacer el secundario. Me decían ‘sí, por supuesto que hay vacante en la escuela’. Pero cuando les mencionaba la inclusión que ella necesitaba, las puertas se cerraban: ‘ya no tenemos cupo’”. El testimonio le pertenece a Nidia Leguizamón, mamá de Lucía, una joven salteña que hoy, a sus veintidós años, se encuentra estudiando cocina y repostería en un instituto terciario.
El camino para llegar allí no fue fácil. Primero la dificultad de contar con un diagnóstico certero, luego el desafío de buscar escuela y como si eso fuera poco, la aventura de incorporarse a un grupo que la respete y la acompañe. “A partir del momento que me entero qué es lo que tenía Lucía quise llevarla a una escuela para chicos especiales, y la directora me dijo ‘ella va a imitar las actitudes de los chiquitos con panoramas más complejos que el de ella’. Pero yo tampoco confiaba en escuelas comunes”, recuerda Nidia, quien agrega que su hija en ese momento concurría a psicopedagoga, fonoaudióloga, psicóloga y maestra particular.

Luego de hacer todo lo que estuviera a su alcance, incluyendo decenas de entrevistas en ministerios, secretarías, fundaciones y escuelas finalmente Nidia logró que Lucía ingrese en una escuela primaria pública de Salta. Sin embargo la experiencia no fue lo que esperaba: “Lucía ha sufrido mucho la primaria, eso hizo que se inhibiera más y se asilara más. Se sintió muy sola, incluso en su cartucherita yo encontraba papelitos que decían ‘sola, siempre sola’; como mamá era una puñalada verla todos los días así. Y cuando fui a hablar con la maestra me dijo ‘es que los chicos son crueles’. Esa es una frase hecha que tenemos que descartar, los niños no son crueles, son lo que los papás les enseñamos, lo que nosotros le inculcamos”.
Pequeños milagros cotidianos
A miles de kilómetros de distancia, en Bernal, Marcelo Telies, el papá de Matías, también comparte su experiencia: “Cuando te pasa algo así la primera pregunta es por qué a mí. Y la pregunta debería ser ¿porqué no a mí? o ¿Para qué a mí? Lo de Matías a mí me permitió estar hoy acá”, y señala la Iglesia Nuestra Señora de la Guardia donde llegó como papá buscando que su hijo tome la primera comunión y donde desde hace diecisiete años presta servicio como catequista.
“Cuando te pasa algo así la primera pregunta es ¿por qué a mí? Y la pregunta debería ser ¿por qué no a mí?”.
En su caso reconoce que como familia la fe fue un pilar fundamental para afrontar la situación: “Cuando mi hijo logró tomar su Primera Comunión, en el Centro Educativo Terapéutico al que iba me reconocieron que ellos tenían pocas expectativas con Matías. Y cuando él logró a los diez años tomar la comunión vi, recién en ese momento, que pasaron milagros en su vida y en la vida de mi familia. Hoy Matías sigue teniendo un retraso madurativo, pero está integrado y puede participar en diferentes situaciones sociales”.

Nidia, por su parte, también reconoce la presencia de Dios que se hizo concreta en diferentes personas: “así como hemos tenido piedras en el camino, también nos han mandado ángeles que nos abrieron
las puertas”. Su búsqueda incansable y el deseo de ver a su hija feliz la llevó un día a las puertas del Instituto Laura Vicuña, como se llama al nivel secundario del Colegio María Auxiliadora de Salta. Allí le reconocieron que hasta ese momento nunca habían tenido un caso de inclusión en la escuela. “Me dijeron ‘nunca hicimos esto, no sabemos de qué se trata, pero vengan –cuenta Nidia– no sólo nos recibieron y nos abrieron las puertas, sino que nos abrieron el colegio y el corazón. Fue lo más hermoso que hemos vivido”.
Y la clave para ella estuvo en el trabajo articulado que se constituyó como un apoyo y sostén para su hija: “Las hermanas, los directores, maestros, psicopedagoga, todos se ocuparon de que sus compañeritas entiendan y empaticen con su situación, y que se animen a formar una amistad. Lucía hizo una secundaria como lo soñamos, y fue realmente feliz en ese colegio”.
Confiar en Dios
En los últimos años afortunadamente cada vez es más común escuchar hablar de inclusión, aunque la mayoría de las veces se hace desde la perspectiva
de algún especialista, ciertamente válida, pero tal vez incompleta. La realidad de las familias que acompañan este tipo de situaciones interpela y conmueve.
“La situación de Matías me cambió la mentalidad completamente, –concluye Marcelo– pasé de creer que lo importante era tener un título universitario, un diploma colgado a que lo único que me importa hoy es que mis hijos y los hijos de los demás sean felices, más allá de un título, más allá de lo que hagan, no sirve un título si el chico no es feliz”.
Nidia por su parte alienta a las familias que puedan estar pasando por alguna situación similar a la de ella “No bajen los brazos, hay que seguir buscando. Hay gente que quiere, que puede y que se compromete para ayudarnos a los que tenemos niños con capacidades diferentes. No desesperarse y confiar. Dios es grande, Dios es bueno, y si confiamos en Él, siempre vamos a encontrar un camino por donde poder marchar, por el bien de ellos, para que ellos sean felices. No importa qué es lo que estudian o hasta dónde puedan llegar, pero que a donde lleguen, lleguen felices”, concluye.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – AGOSTO 2024